Biografía de Monseñor Oscar Arnulfo Romero.
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"Estoy atado, como pastor y por orden divina,
a dar mi vida a los que amo ... y ellos son los Salvadoreños,
incluso aquellos que me asesinarán".
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Oscar
Arnulfo Romero y Galdámez nació un 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios,
Departamento de San Miguel, en el oriente de la República de El Salvador. Su
padre era telegrafista y su madre de oficios domésticos, de orígenes muy
humildes y católicos muy devotos.
Estudió plan básico en San Miguel hasta la edad de
doce años. Abandonó sus estudios y se dedicó alaprendizaje de carpintería y a
la música. Fue durante este tiempo, en 1930 y a los trece años de edad, que
Oscar recibió su llamada al servicio de Dios. Ingresó al seminario menor en San
Miguel y luego, en 1937, se mudó a Roma donde terminó sus estudios teológicos
en la Universidad Gregoriana el 4 de abril de 1942. Los fines de semana se
dedicaba a enseñar catecismo en las parroquias populares de la ciudad eterna.
Por motivos económicos y a causa de la segunda guerra mundial, sus familiares
no pudieron viajar a Roma para asistir a su graduación. El joven sacerdote
regresó a El Salvador en 1943, con una breve pausa en la isla de Cuba, ya que
el entonces presidente, Fulgencio Batista, lo detuvo y lo internó en un campo
de concentración organizado por el gobierno cubano. Por fin, regresó a su natal
San Miguel y el obispo le confió la parroquia de Anamorós, un pueblo cerca de
San Miguel donde se venera la patrona de El Salvador, Nuestra Señora de la
Paz.En 1966, es nombrado Secretario de la Conferencia de Obispos en El
Salvador, cargo en el cual permanece por once años más. Durante este tiempo,
Oscar difundió centenares de sermones emotivos y espirituales a través de la
radio a lo largo y ancho del país, ganándose así el respeto de la comunidad
católica. En 1970, Oscar es nombrado Obispo y ejerce al lado del entonces
Arzobispo de San Salvador, Monseñor Chávez y González. También desempeñó su
oficio en 1974, en la parroquia de Santiago de María, en el Departamento de
Usulután. El 3 de febrero de 1977, la Iglesia Católica en el Vaticano bajo el
mando de Pablo VI, le concedió el título de Arzobispo de San Salvador, sólo
unas semanas antes de las elecciones presidenciales que trajeron al General
Carlos
Humberto Romero a la presidencia de la república. Sangre, tortura y
persecuciones enmarcan los tres años que sirvió como Obispo de San SalvadorEn
enero de 1979, Monseñor Romero se unió al resto de los obispos de Latinoamérica
en Puebla, México; para discutir el futuro de la Iglesia. El nombramiento de
Juan Pablo II hizo hincapié de la importancia de esta junta. En Puebla,
Monseñor Romero recibió el reconocimiento y el apoyo que buscaba para
fortalecer su posición dentro de la Iglesia salvadoreña y enfrentar un gobierno
corrupto que intentaba silenciar su voz. Cuarenta Obispos de Latinoamérica
firmaron una carta de soliradidad, alabando su lealtad al Evangelio y a la
Teoría de la Liberación. La Teología de la Liberación se basa en la palabras de
Cristo: "Pónganse de pie y levanten la cabeza, porque está por
llegarles la liberación". Esta teología pretende liberar a los pobres
de la injusticia social, del hambre y de la miseria.Durante la guerra civil de
este país que daba comienzo en 1979, Monseñor Romero se convirtió en la "voz
de los sin voz" y en "el pastor del rebaño que Dios le había
confiado" por su férrea defensa de los derechos de los pobres y
marginados. Tras el asesinato de su colega y buen amigo, el sacerdote Rutilio
Grande, Monseñor Romero cita las enseñanzas de su Papa favorito, Pío XI: "La
misión de la Iglesia no es desde luego política, pero cuando la política toca
el altar, la Iglesia defiende el altar." Es por esto que Monseñor
intervino en el conflicto social que estaba destruyendo a su país y a su gente.
Dio noticias de las desapariciones de la población civil, de las torturas y
matanzas de las Fuerzas Armadas y se atrevió a seguir denunciando el gobierno
corrupto en un terreno resbaladizo del juicio histórico. Se atrevió a dar
nombres y apellidos para describir esa opresión de los pobres que, como enseña
el Catecismo de de San Pío X, clama venganza ante Dios. Son muchos los
militares y periodistas los que asistieron a sus sermones que siempre trataron
de la actualidad del país y Monseñor Romero recurrió a las palabras de San
Agustín y Santo Tomás para justificar a quien se levanta contra las leyes
opresoras. La defensa de los pobres siempre fue su criterio para juzgar la
política.Monseñor Romero, luego de luchar por los derechos humanos de los
pobres y de los oprimidos por el gobierno, cae asesinado por un certero disparo
de calibre 25 directo al corazón, el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba
una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador.
Fue en este día que los corazones salvadoreños se manifestaron y se dividieron.
Mientras unos lloraban la muerte de Monseñor ante el cuerpo sacrificado a los
pies del altar, otros celebraban y brindaban por "la ejecución de ese
comunista hijo de puta". Su muerte martirial sancionó para siempre su vida
y lo ha convertido en una buena noticia para los hombres de nuestro mundo
contemporáneo. Es el símbolo real de muchos mártires, sobre todo de la multitud
de mártires anónimos, porque su disposición fue siempre de dar su vida por
Dios.La figura y el legado de Monseñor Romero sigue generando simpatía entre la
población salvadoreña, especialmente entre los pobres. Pero también su figura
es rechazada por los poderosos, quienes siempre le criticaron su posición en
contra del gobierno y de las fuerzas armadas de El Salvador que cometían actos
de brutalidad entre la población campesina. En medio de una historia de dolor,
vivió y compartió con los pobres su fe inquebrantable en el Señor de la Vida,
la esperanza de ver realizada en El Salvador la realidad cristiana de unos
cielos nuevos, de una tierra nueva, y una caridad no sólo anunciada, sino
encarnada en el destino de los pobres. Con ellos, desde ellos y para todos
proclamó los grandes valores que Dios ha dado a la humanidad. Para muchos, la
imagen de Monseñor Romero es el símbolo religioso más grande del país y, desde
su asesinato, su legado ha traspasado fronteras y se ha convertido en un
símbolo universal de la justicia y de la paz. Su proceso de beatificación y
canonización se inició el 24 de marzo de 1994 a cargo del sacerdote Rafael
Urrutia, párroco de la misma capilla donde Monseñor fue asesinado. Ahora le
conocen como "El Profeta y Mártir de la Américas".
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