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Revista Arbil nº 75 | |||||||||||||||
Los “conservadores”, eco de los
progresistas y de tradiciones descontextualizadas.
por Luis Joaquín Gómez.
Los “conservaduristas” hacen
hoy lo que ayer rechazaban y criticaban, conservando temporalmente tradiciones
que luego despreciarán porque, previamente, han abandonado todo "el contexto que
les daba sentido". Un ejemplo: si un partido en el gobierno considerado
"progresista" legisla a favor del aborto, la oposición “conservadora” votará lo
contrario pero, al asumir el poder, mantendrá la ley aprobada por los anteriores
gobernantes
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El conservadurismo lo entendemos en este artículo como la
conservación del estado actual de las cosas, al mantenimiento del “orden”
establecido en el momento que vivimos aunque, en la dimensión política implique
la destrucción del orden natural y en la religiosa el peligro del mantenimiento
de una situación que lleva a la sociedad a una descristianización progresiva. La
confusión entre conservadurismo y tradición, que se contempla claramente en el
ámbito de lo político, está promovida por liberales y marxistas que impiden
descubrir el verdadero sentido de la citada tradición la cual conserva sólo lo
válido del pasado y acepta sólo lo que se puede asimilar del presente con un
profundo respeto al orden natural de las cosas. Por esa claridad, y salvando las
distancias, la emplearemos para vislumbrar el fenómeno paralelo que, en algunos
aspectos, se produce en la sociedad eclesial.
Introducción
En
política, la opción conservadora es, históricamente, liberalista. No nos debe
llevar a engaño los enfrentamientos electorales entre el partido liberal y el
conservador acaecidos, en España, en el siglo diecinueve y en los primeros del
veinte. Para entendernos, progresismo y conservadurismo son dos posiciones
dentro del mismo sistema liberal, ayer y hoy, pues las dos tienen su origen en
la Revolución francesa. ¿Cuáles son las diferencias entre ellas? La esencial
reside en que el progresismo legisla o progresa en el mal y el conservadurismo
lo conserva. Así de sencillo, pongamos un ejemplo: si un partido en el gobierno
considerado progresista legisla a favor del aborto, la oposición “conservadora”
votará lo contrario pero, al asumir el poder, mantendrá la ley aprobada por los
anteriores gobernantes. De esta manera, divorcio, aborto, pornografía,
equiparación al matrimonio de las parejas de hecho, incluidas las de carácter
homosexual y “otras conquistas sociales” permanecerán siempre como amenaza
social reconocida y aceptada en el cuerpo legislativo de una nación. Es cierto
que, si se intentara aprobar una ampliación en cualquiera de las citadas, no
contaría con el apoyo inicial de los acomplejados “conservadores” pero, una vez
aprobada, repetiríamos el proceso anterior.
Esterilidad congénita del Conservadurismo.
Lo
dicho, en el párrafo anterior, nos lleva a una clara conclusión: el
“conservadurista”, por naturaleza depende de otro, es estéril por sí mismo. No
es capaz de hacer una revolución, ni violenta ni pacífica, como el progresista,
ni una revolución al contrario como el reaccionario ni todo lo contrario de una
revolución como el contrarrevolucionario. Por esta razón, hay que distinguirlo
del que asume otra opción muy distinta que es la que hace referencia a la
tradición como vida natural de cualquier cuerpo social y, concretamente, en el
de la Iglesia de manera consubstancial. Comparar la tradición con la mera
conservación es como comparar un peral con frutos frondosos y una lata de
conservas con unas cuantas peras. La tradición produce, la conservación no. La
lata de conservas no tiene raíces como el árbol... toda su vida depende del
teórico enemigo político o, pasando al campo de la sociedad eclesial, de lo que
ha producido el progresista (fruta podrida) o de doctrinas protestantes o judías
superadas (fruta no comestible) o, en el mejor de los casos, de las tradiciones
católicas (fruta buena) si el mecanismo del sistema liberal no ha tenido tiempo,
en su desarrollo, de hacer desaparecer cualquier atisbo de las mismas. Por otra
parte, la estructura del pensamiento del “conservador”, limitado a las
dimensiones de una lata, impide la contemplación de la Tradición manifestada en
el conjunto de las tradiciones y se conforma con la defensa o el mantenimiento
de algunas de éstas que, separadas de aquélla que se escribe con mayúscula, son
verdaderas posiciones anacrónicas que no se pueden mantener. La mentalidad
conservadora hace, por tanto, que en determinadas etapas históricas coincidan el
“conservador” y el tradicional en algunas posiciones pero, como hemos visto y es
fácil de imaginar, por circunstancias pasajeras y accidentales.
Conservadurismo en la Iglesia: expresión de una
división.
Veíamos
que la tradición es vida para los cuerpos sociales, entre ellos, en primer lugar
para la Iglesia. Lo malo es que, por un fenómeno de ósmosis, en la historia de
la Iglesia, siempre hay quien suele asumir lo que domina en la sociedad civil,
para bien o para mal, en el tejido de la convivencia eclesial, abandonando el
propio lenguaje de la Tradición. Tiempos en que se compara el gobierno de la
Iglesia con una monarquía absoluta y tiempos en que se reclama el sistema
democrático tal y como sucede, actualmente, en Centro-Europa, donde y no por
pura coincidencia la Verdad católica está desapareciendo. Así ha sucedido con la
asunción del sistema liberal partitocrático en el vivir de una parte de la
Iglesia que se descubre, entre otras manifestaciones, en la aparición, inoculada
por el progresismo, de calificar y separar a los católicos entre conservadores y
progresistas cuando todos, para producir buenos frutos, deberían ser
tradicionales, aún perteneciendo a distintas escuelas teológicas, es decir,
enraizados en la Tradición legada por Cristo y la Iglesia Apostólica e
interpretada por un Magisterio que no puede contradecirse.
¿Afecta
esta división, negativamente, a la vida eclesial?. Más de lo que creemos, ya que
sucede exactamente lo mismo, socialmente hablando, que en el mundo al que
tanto, en contra de lo que nos recomendó Cristo, nos gusta imitar: lo
progresistas, creadores de la división, conquistan y los “conservadurista”
conservan verdaderos virus de aquéllos. Gracias a Dios, estamos hablando de
ciertos aspectos, pues bien sabemos que lo fundamental está preservado por las
promesas del Señor a Pedro y a sus sucesores, lo que no evita que, en algunos
períodos históricos como el nuestro, muchas almas queden afectadas
negativamente.
Peligrosidad del formalismo
“conservadurista”.
Para el
“conservador”, por principio, lo que hay en el momento que vive es lo bueno. No
puede ser de otra forma. Así sucede con la insistencia de los “conservadurista”
políticos españoles de defender activamente, sin la pretensión de ningún cambio
a mejor, una Constitución generadora del desastre en la moral familiar y social,
no entramos en el fomento de los separatismos, tal vez por miedo a otra peor lo
que es difícil. El formalismo en su ser es “genético”, es toda una mentalidad
que hace que sus reacciones sean siempre similares, sea en un “conservadurista”
político que en uno religioso. El proceso evolutivo de aquéllas, ante cualquier
problema social que se le presente, es el mismo. Es, por ello, por lo que
resulta fácil realizar un cuadro comparativo del citado proceso ante dos
situaciones la ya tratada del aborto, en la introducción, desde una perspectiva
del político “conservador” y la de un tema litúrgico que, como todo lo
perteneciente a este campo reviste una gran importancia, por ejemplo el
eucarístico, en el “conservador” católico. Sin temor a equivocarnos, podemos
afirmar que el “conservadurista” contemporáneo coincide con el progresista del
pasado y, en pura lógica, sabemos por adelantado que el posicionamiento del
progresista de hoy corresponde al del “conservadurista” de mañana. Veamos un
cuadro comparativo en España:
Variedad cromática del conservadurismo en la
Iglesia.
En este
orden de cosas, la multiplicación de grupos que a sí mismos se denominan
“conservadores” en la Iglesia o que son definidos de esta manera, por otros,
dentro del espectro eclesial es, realmente, preocupante: todos defienden un
aspecto bueno, no el mismo, de la tradición católica que, al no estar sustentado
en la asunción de la totalidad de la misma, lo terminan perdiendo o, en el
“mejor” de los casos, desfigurando; construyen sobre los pilares alzados por la
putrefacción del progresismo entrando y participando, peligrosamente, en un
juego que están condenados a no ganar. Sus complejos, de idéntica manera que en
el mundo de la política al que parece desean imitar como referencia permanente,
les lleva a la búsqueda desesperada de la moderación y del inflacionado centro.
Los “conservadurista”y “neo-conservadores”, que más que nuevos “conservadores”
son conservadores de lo nuevo, siempre van a remolque de los progresistas, no
adquiriendo nunca personalidad propia, pues ese es el papel que les da el
sistema.
Las
formas históricas son expresiones importantes, aunque no definitivas, para hacer
vivir la Tradición en nuestra vida cristiana; su cambio no acertado un verdadero
caos. Es curioso, comprobar como los “conservaduristas”, por el proceso antes
descrito, hacen hoy lo que ayer rechazaban y criticaban, conservando
temporalmente tradiciones que luego despreciarán porque, previamente, han
abandonado todo el contexto que les daba sentido.
Al ir a
remolque, no divisan bien el camino emprendido y así creen obedecer al
Magisterio cuando, realmente, se están sometiendo a lo impuesto por el
progresismo cuyas posiciones, normalmente, están sólo aceptadas por la vía del
indulto; verbigracia, la comunión en la mano: “Todos de cualquier modo,
recuerden que la tradición secular es recibir
la Hostia sobre la lengua. El sacerdote celebrante, si hubiese peligro de
sacrilegio, no dé la comunión sobre la mano de los fieles...”[1] y esto en las
diócesis que gozan del citado indulto. ¿Quién generalizó lo que está concedido
solamente por indulto?: los “conservadores” que no querían quedar atrás ni dar
la impresión de no ser “progresistas” o, en su defecto, moderados de centro. Por
la vía de la excepción, comenzando por el olvido de la Santa Misa de siempre
nunca prohibida, han entrado en la Iglesia los cambios más profundos de los
últimos años, es el éxito mayor de los que mueven la historia desde la minoría
más absoluta.
Algunos ejemplos de actitudes comunes dentro de la
variedad.
El
conservadurismo de los grupos eclesiales tiene como característica común que,
junto a la defensa de los valores actuales, incluyen algún punto de la
tradición. Aunque sea “anecdótico” apuntarlo, hay sociedades clericales que, en
tiempos difíciles, vestían el traje talar y hoy, que parecen más fáciles por
estar prescrito en el código de Derecho Canónico y recomendado en varios
documentos pontificios y vaticanos [2] , asumen el vestir de paisano o con vestidos
clericales de amplio espectro, según sea mañana, tarde o noche (la sotana dentro
de casa y en convivencia con los amigos conservadores); cambian el órgano y las
composiciones propiamente religiosas por instrumentos no apropiados y obras
antropocéntricas (primero han cambiado el contexto musical de alabar a Dios con
lo mejor por otro que, hipotéticamente, atraerá más jóvenes sin preguntarse a
qué les atraerá); la posición de los altares en los oratorios privados (justo en
el momento histórico en que, por parte de los especialistas, se reconoce el
error cometido en este cambio que no es fiel a ninguna etapa de la historia de
la Iglesia); eliminan la lengua latina [3] , etc. ... (lo contrario de lo que ellos
defendían amparándose en afirmaciones del Concilio Vaticano II en la
Constitución sobre Liturgia que entran en el proceso antes descrito y donde todo
comenzó...). Tienen miedo a que sean confundidos ¡qué horror! con grupos
tradicionalistas o que no sean aceptados en las tendencias dominantes. Los
“conservadurista”de hoy en bastantes aspectos no se diferencian, en su expresión
externa y en sus actitudes, de los progresistas de los años sesenta y
setenta.
Nuestros hermanos de algunas tendencias “conservadoras”,
a veces reducen toda la vida cristiana al sexto mandamiento o a morales
interiorizantes o a espiritualismos totalmente desencarnados, sin contenido
social alguno: un puritanismo de corte protestante porque si hay alguna
tendencia “conservadora” es, precisamente, la protestante que, siempre, tiene
sus raíces en el progresismo histórico que rompió con la tradición católica.
Otros
grupos, ya “neo-conservadores”, producen frutos, en gran número pero no de
calidad buena porque buscan abonos fuera de la tradición católica, empobreciendo
la liturgia, acudiendo a expresiones venidas del protestantismo, reducidas sus
ceremonias a terapias de grupo, en el que todos los participantes se encuentran
“encantados” o, lo que es peor, en alguno de los citados grupos se buscan raíces
en tradiciones judías con lo que el domingo, por ejemplo, pierde su preeminencia
a favor del sábado y la tradición viva católica queda anquilosada en etapas
previas a la misma resurrección del Señor. En cualquier caso pierden, sin
reparar en ello, lo esencialmente católico: el carácter sacrificial de la Misa,
el sentido de adoración, etc., que pertenecen a otro contexto al que han dado de
lado. Obedecen a sus líderes sin pensar (lo cual no tiene mérito) si lo que
están realizando está o no mandado por el Magisterio y, con ello, eliminan toda
responsabilidad, actitud que no conduce a la santidad, que tanto predican.
Otros,
no importa que sus nombres sean altisonantes y parezcan combativos... luchan
buscando aliados en el lado equivocado... son “conservadores”, piadosos sí, pero
sin la garra necesaria para abordar, en la práctica, todos los temas de
trascendencia para una verdadera reforma que tiene ya suficientes documentos
magisteriales; son consustancialmente tibios.
Algunos, realmente luchadores y misioneros, hacen acopio
de pérdidas de energías queriendo revitalizar democracias cristianas
periclitadas y justificar errores históricos de sus dirigentes en la aceptación
del divorcio o en refrendos no queridos del aborto.
En
general, a todos les puede el deseo de parecer moderados, de no ser rechazados
por la sociedad, de no ser tildados de inmovilistas (fieles que desde luego no
tienen nada que ver con la verdadera tradición).
Consecuencias patológicas del
“coservadurismo”.
La
esquizofrenia que el "conservadurismo" hace vivir a sus militantes es de
manicomio y esterilizante, pues por sentido de fe no les gustaría dejar pero,
por admitir el cambio del contexto católico, terminan dejando tradiciones
milenarias que, en la mayoría de los casos, arropan de forma inmejorable la
Tradición Apostólica, y que quedan, como consecuencia de esta actitud, sin
practicantes ni defensores. No quieren ni les gusta lo que hay en nuestro tiempo
pero desean estar en los carros triunfadores y apuestan, con criterios
temporales, a lo que creen va a ser el futuro y se olvidan, desgraciadamente,
que los caminos del Señor no son nuestros caminos y que no hay tal futuro
rompiendo a trompicones con la tradición por seguir el ritmo de los que producen
un cisma con la historia de la Iglesia.
La
parálisis que fomenta el “conservadurista” es traumática y, a su vez, la
transmite al conjunto de la Iglesia. Algunos de sus medios de comunicación, con
alegría, comentaban el éxito de los últimos veinte años ya que los católicos
pasábamos de mil millones, sin percatarse de que, con respecto a la totalidad de
la población mundial, habíamos descendido en nuestra presencia. El espíritu
misionero de la predicación a todas las gentes ha cedido su puesto a algunas
obras de misericordia, que ya se realizaban anteriormente, y los esfuerzos
encomiables nunca se traducen en conversiones [4]; lo único que se fomenta es un diálogo
eterno. Por ello, los grupos “conservadores” se fabrican sus propias
piscifactorías, aprovechando su entrada en las burocratizadas diócesis y
parroquias, burocratización que representa un éxito del progresismo de corte
socialista, y crecen mientras el ancho mar queda desatendido en las mareas
negras del error. Se convierten, en la vida real, en asociaciones endogámicas.
La
influencia en la sociedad de la doctrina católica, que debería ser la gran
misión a realizar por el laicado católico como tradicionalmente ha sucedido,
desaparece a pasos agigantados. Estos grupos al tener un fondo liberal son
incapaces de generar una preocupación seria por lo público en sus dirigidos.
Para ellos, no es pecado colaborar con el voto y con otras aportaciones mayores
al triunfo de partidos políticos que aprueban el aborto y el divorcio, que son
dependientes de la masonería, etc. Sólo, en este contexto, se puede entender el
resultado electoral en Chile de hace unos años con el apoyo reconocido de
militantes católicos de sacristía, es decir de grupos “conservadores” o
“neo-conservadores”.
Conclusiones prácticas.
En
conclusión, nuestros hermanos “conservadores” sólo tienen una salida católica:
dejando complejos y apariencias volver los ojos hacia la Tradición y las
tradiciones que la protegen, que no suponen identificación plena ni con los
primeros tiempos ni con unos siglos determinados y sí con el desarrollo de
aquéllos y de éstos, sin rupturas, en el discurrir ininterrumpido de la vida de
la Iglesia hacia un futuro que se sustenta en el Cuerpo de Cristo que crece pero
que siempre es el mismo. Es, aunque parezca exagerado afirmarlo, volver al
catolicismo como contexto vital en el que prima, al tiempo que son
complementados: el dogma del sacrificio eucarístico por encima de la dimensión
asamblearia de la celebración; el sentido de la adoración sobre el aspecto
horizontal de una comunidad que dialoga consigo mismo; la recuperación de la
superioridad de lo sagrado frente al hombre como centro de la actividad y del
culto eclesial; la universalidad antes que nacionalismos disfrazados de falsas
inculturaciones; dedicación a la salvación de las almas y no a una
burocratización [5] excesiva de parroquias, diócesis y numerosos organismos;
querer agradar a Dios y no al mundo; combatir por el reinado social de Cristo;
no equiparar la verdad con los errores; fomentar el sentido misionero sobre el
grupo cerrado y un largo etcétera que los lectores de esta publicación conocen
perfectamente. En otra ocasión veremos como, en toda sociedad, estamos
condenados a perder “batallas” importantes gracias a los “conservadurista”que
nos han acostumbrado a luchar dentro de las concepciones liberales.
·- ·-·
-··· ·· ·-··
NotasLuis Joaquín Gómez [1] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Notitiae 1999 (marzo- abril).
[2] “... se
comprende la importancia pastoral de la disciplina referida al traje
eclesiástico, del que no debe prescindir el presbítero, pues sirve para anunciar
públicamente su entrega al servicio de Jesucristo, de los hermanos y de todos
los hombres”. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular El presbítero
maestro de la Palabra, ministro de los sacramentos y guía de la
comunidad, ante el tercer milenio cristiano, Ciudad del Vaticano 1999,
38.
[3]El ir a
remolque genera situaciones pintorescas. Veamos, la revista 30Days
comenta que Finlandia ha optado por el Latín en sus comunicados oficiales en la
Unión Europea; en la situación hipotética de que este fenómeno se generalizara
habría que ver a los conservadores volviendo atrás para “no perder el tren de la
historia” y poder seguir dialogando con el mundo, aunque este ejemplo hay que
tomarlo con paciencia, si tenemos en cuenta que, en el último Sínodo europeo, ha
sido casi suprimido su uso por el desconocimiento del idioma de la Iglesia por
parte de los obispos participantes, casi todos conservadores. Y no se olvide que
tras las formas hay toda una teología de fondo y el latín es una de las
manifestaciones de la universalidad o catolicidad de la Iglesia.
[4] Es curioso comprobar como las conversiones actuales son más
producidas por las barbaridades cometidas por las comunidades protestantes del
converso que por la predicación del católico. Así ha sucedido con la ordenación
de mujeres y, últimamente, con la consagración para obispo de un homosexual en
la comunidad anglicana y con la admisión a la comunión antes de ser bautizados
en las comunidades reformadas de Francia.
[5] Fenómeno
progresista (conservado por los conservadores), imitación del socialismo real,
que consiste en la producción interminable de papeles escritos (documentos
ilegibles, circulares, comunicaciones, etc.) y reuniones constantes de
comisiones, consejos, etc. que consiguen: 1. - que el sacerdote no disponga de
tiempo para orar, confesar, visitar enfermos (salvar almas) y 2. - que el laico
no construya la Iglesia doméstica o familia dedicándole el tiempo necesario para
que, realmente, sea católica.
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martes, 2 de abril de 2013
Conservadores y progresistas: dos versiones de la misma realidad.
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