sábado, 5 de marzo de 2011

Nuestra sociedad está bajo una potestad política anticristiana.

Esta cuestión se la planteó el periodista Peter Sewaald a Benedicto XVI en el libro “La luz del mundo”, “el mundo se encuentra amenazado como casi nunca antes, la devastación de nuestro hogar planetario ha alcanzado el punto de no retorno.
La situación de la fe está afectada por cambios dramáticos. La consciencia de fe desaparece.
Una dictadura anticristiana de opinión actúa ya no de forma sutil, sino abiertamente y agresiva.
A ello se agrega que el hombre ataca ahora el último tabú bíblico, “el árbol de la vida”, la manipulación y producción de la vida misma”. Tras esta soflama de penalidades, el Papa no responde alicaído con un asentimiento, un “qué se le va a hacer”, o “bueno, es que quizá estamos en los últimos días”. El Papa se planta, como en el chinchón, y canta su menos diez. “Yo soy escéptico frente a tales interpretaciones. El Apocalipsis es un libro misterioso y tiene muchas dimensiones. Yo dejaría en suspenso la cuestión. El Apocalipsis no da ningún esquema de una posibilidad de cálculo cronológico”. Pero lo mejor viene ahora, “lo llamativo en él es que, cuando se cree que ha llegado propiamente el final, todo empieza de nuevo, desde el comienzo”.

Para llegar a comprender al Papa, hay que dar un giro copernicano a la manera de entender las relaciones con Dios y con el mundo. El escritor Ernst Jünger en sus Acantilados de mármol, cuenta que a pesar de que en la humanidad ocurra cualquier clase de devastación, siempre habrá un puñado de hombres de fe reunidos en una iglesia semiderruida, cantando salmos, recomenzándolo todo. A Juan Pablo II le debió venir una extraordinaria sacudida interior cuando se dejó la piel en el proyecto de preparación al Gran Jubileo del año 2000, porque el siglo empezó con el devastador atentado del 11-S. A pesar del inmenso dolor, el Papa escribió, “los grandes proyectos del creyente, y debemos pensar así, ahora más que nunca, son siempre a largo plazo”.

(Tomado de Javier Alonso Sandoica, en el guijarro blanco.)

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