jueves, 6 de agosto de 2015

Y sobre todos ellos la santidad.Criterios de selección. de los obispos.

DOCE CRITERIOS PARA LA SELECCIÓN DE LOS OBISPOS

por Paul A. McGavin



Simplemente asumiendo el modo en el que son visualizadas habitualmente las responsabilidades de un obispo, lo primero que hay que notar es que se trata de un oficio que es demasiado exigente y demasiado difuso. Lo segundo es que los candidatos aptos son difíciles de encontrar. Esto significa que quizás es necesario contentarse con lo que está disponible, no con lo que querríamos. Podemos consolarnos diciendo que "Dios no nos dejará jamás desprovistos", pero esto puede ser un falso consuelo, porque muchos lectores podrían incurrir en una prolongada experiencia de la providencia divina, en ausencia de la providencia episcopal.

Contrariamente a la creencia católica oficial, la ordenación no cambia a un hombre. Éste tiene acceso a la autoridad y a la gracia del sacramento del Orden. Pero que éstas se concreten o no depende en gran medida de las cualidades humanas que están presentes en el que es ordenado. Los criterios de selección deben precisamente concentrarse en las cualidades humanas y sobre el modo en el que la gracia se puede manifestar en las cualidades humanas.

Es en esta perspectiva que se proponen los siguientes criterios de selección.

1. Es necesario elegir un hombre viril, un hombre que sea confiado y seguro en su masculinidad; un hombre que tenga un estilo de vida concreto en lo físico y un vigor tanto físico como mental. Es necesario buscar al tipo de hombre que los jóvenes y los hombres admiran y que las mujeres respetan. Es necesario buscar un hombre que pueda atraer a los jóvenes a su alrededor, alentándolos a explorar y desarrollar una vocación al ministerio sagrado, y que sea un hombre que sepa atraer a sus sacerdotes y diáconos en relaciones de apoyo mutuo, de confianza, de visión, de estímulo. Un hombre que los laicos en el interior de la Iglesia y los hombres que están fuera de la Iglesia vean como un hombre de gran coherencia.

2. La coherencia es de suma importancia. ¿Es un tipo de hombre que dice con prudencia qué es aquello en lo que cree y pone en acción lo que dice? ¿Es un hombre que se une sólo con aquéllos que comparten sus simpatías y antipatías, o es un hombre que se pone de acuerdo con firmeza con personas diferentes? ¿Es un hombre que sigue la corriente o que va contra la corriente? ¿Es un hombre del que uno puede estar seguro que actuará con una coherencia íntegra? ¿Es un hombre para el cual los principios cuentan más que sus simpatías y antipatías?

3. Los principios son de suma importancia. ¿Es el tipo de hombre que insistirá en un proceso justo y en el correcto obrar de la justicia? ¿Es el tipo de hombre que buscará proceder canónicamente más que arbitrariamente? ¿El tipo de hombre que tratará a los demás del mismo modo, a los hombres y a las mujeres, sean ellas simpáticas o no? ¿Es el tipo de hombre que hace lo que es junto delante de Dios, o el tipo de hombre que cuando el juego se pone difícil hace lo que puede para escapar?

4. El temor de Dios es de suma importancia. San Juan nos enseña que "el amor perfecto expulsa el temor" (1 Jn 4, 18). Pocos son perfectos en el amor, y un vivo temor de Dios nos impide hacer lo que el amor perfecto no haría y nos impulsa a hacer lo que el amor perfecto haría. Un hombre no es ordenado obispo por sí mismo, sino por Dios y para su Iglesia. La autoridad y la gracia, o los Órdenes sagrados, son tan grandes que su digno destinatario debe dejarse intimidar por la confianza, por el compromiso que se le pide. Él es responsable frente a Dios por la transmisión de la herencia de la Iglesia, el Evangelio de Jesucristo. Es responsable frente a Dios por su capacidad de supervisar y colaborar con su clero. Es responsable frente a Dios por el ejercicio de su paternidad en medio del pueblo de Dios confiado a su custodia. Discernir el justo temor en un hombre es de fundamental importancia, porque sólo el hombre que teme a Dios será  instrumento para las acciones de Dios en su Iglesia.

5. La inclusividad es de suma importancia. ¿Como sacerdote pastor ha obrado para edificar una comunidad en la que las personas más diversas encuentran espacio y recibimiento? ¿O como sacerdote educador se ha ocupado de los alumnos menos prometedores, además de los más prometedores? ¿Ha demostrado ser un hombre de aguda capacidad de escucha, de tal forma que siente profundamente lo que se dice de él? ¿Es el tipo de hombre del cual dice la gente: "Me escuchó realmente, siento que me entiende realmente"? ¿O es el tipo de hombre que actúa según sus prejuicios, el tipo de hombre que tiene una epistemología restringida, el tipo de hombre que ve las cosas desde una línea parcial y ve las cosas en blanco y negro?

6. La oración es de suma importancia. Naturalmente, un obispo está ligado a la celebración regular de la santa Eucaristía y al rezo del oficio divino. Pero lo que es todavía más importante es el escuchar, en cuanto la oración no es "performance" sino escucha, escucha de Dios: "¿Qué quieres que haga?"; "¿Qué estás haciendo, Dios, en estas circunstancias?"; “¿Lo que escucho qué me revelan de lo que tú, Dios, dices y haces y quieres que diga y haga?”; "¡Por favor, Dios, silencia mis habladurías, y condúceme en forma más clara para ver la guía de tu mano en todo lo que está frente a mí!". Es de fundamental importancia discernir si nos encontramos frente a un hombre que practica la presencia de Dios o practica la presencia de su propia presencia.

7. La humildad es de suma importancia. Con frecuencia, las personas malinterpretan la humildad y la disciernen erróneamente. La verdadera humildad es fundamentalmente objetividad: ¿quién soy yo delante de Dios? ¿Quién soy yo en relación con los demás, hombres y mujeres, niños y niñas? ¿Cuáles son mis dones, y cuáles son mis límites? ¿Dónde y cómo debo inclinarme hacia los demás? ¿Dónde y cómo debo seguir los consejos de los demás? La humildad es robusta, no es afeminada. En la selección episcopal, el discernimiento de la humildad es fundamental, de otro modo la Iglesia tendrá como obispo a un hombre que es autoritario y que abusa de su posición, se siente amenazado por los demás, rebaja a los otros y cree que es lo que no es.

8. El amor de la belleza es de suma importancia. La gente puede estremecerse ante el pensamiento de un obispo esteta, pero donde un obispo es plebeyo la Iglesia sufre notablemente. El daño ocasionado a la vida católica por una liturgia minimalista ha sido enorme, y la disminución del justo culto de Dios a través de las liturgias minimalistas, insípidas y centradas en la persona es dolorosa. El daño producido por una música horrible y por artes visuales y plásticas insípidas ha sido grande. Las vestiduras y las túnicas sacerdotales degradan muchas veces la dignidad del cargo. Todos estos argumentos hay que juzgarlos en el contexto cultural. Escribo desde Australia, donde experimentamos veranos muy calurosos, mi ropa estival puede ser una polera blanca con pantalones cortos de un color sobrio y zapatos negros bien lustrados: un "look" que está muy alejado de las ropas gastadas y de los colores extravagantes que con frecuencia se ven en los sacerdotes. De las cosas grandes a las cosas pequeñas, de los aspectos de una ceremonia elevada a los aspectos banales, un adecuado sentido de discernimiento estético es importante. La gente tiene necesidad de ser edificada en todo el arco de las cosas: de la ropa de todos los días y del cuidado del aspecto a la presentación formal sin ser nunca asfixiante; de la liturgia cotidiana a la liturgia más solemne; del canto gregoriano al estimulante esplendor musical. Es muy importante que un obispo sea un hombre que comprende la belleza, ama la belleza y comunica la belleza de Dios, desde las cosas pequeñas y humildes hasta las cosas excelsas.

9. El ejercicio intelectual es de suma importancia. Tenemos un caso interesante con nuestro actual Papa, que en sentido estricto no es un intelectual, pero que tiene una mente teológica abierta a la investigación, y desafía poderosamente a la Iglesia en las áreas en las que imperaba la convencionalidad en lugar de una búsqueda atenta y de la defensa de la fe. Además, vivimos en un mundo complejo y multiforme que en el encuentro requiere una comprensión profunda y un pensamiento riguroso. Mi preferencia es para los candidatos episcopales que hayan obtenido buenas licenciaturas en universidades públicas calificadas, o bien válidas calificaciones profesionales. Con demasiada frecuencia, al día de hoy, los obispos dictaminan sobre cuestiones que no comprenden y que más correctamente son competencia de los laicos, o bien intervienen en cuestiones que han puesto en sus manos burócratas eclesiásticos que no habrían podido triunfar en el mundo. Es obviamente esencial una sólida formación en Teología, Filosofía y Derecho canónico. Pero muchas veces los estudios eclesiásticos superiores producen solamente lo que yo llamo una "mentalidad de las notas a pie de página", y no nutren las mentes con capacidades críticas y analíticas. Un candidato al episcopado debe ser un hombre que demuestre capacidad de mirar más allá de todo obnubilamiento, tanto del mundo como de la Iglesia; un hombre que sepa desatar los nudos, y que pueda valorar críticamente y elaborar críticamente planes para realizar mejoras y para sostener la herencia apostólica. No es que cada obispo deba ser un gran intelectual, entendiendo que un cuerpo episcopal sin grandes intelectuales será absolutamente débil. Pero todo candidato al episcopado debe tener una mente fuerte y rigurosa y la capacidad de llevar lo que tiene en mente a la realización práctica.

10. La capacidad de aplicación práctica es de importancia crucial. El "oficio" de un obispo es más de lo que el hombre puede hacer por sí solo, lo cual significa que un obispo debe ser ayudado en su tarea. Esta ayuda viene en primer lugar de sus colaboradores más estrechos, sus sacerdotes y diáconos. En la mayor parte de los casos al día de hoy hay burocracias eclesiásticas diocesanas, que en su mayoría son elefantiásicas y más civiles que eclesiásticas. Un candidato al episcopado debe demostrar competencia en la gestión de esas burocracias, más que permitirle a esas burocracias que administren por él, como sucede muchas veces. La administración de la Iglesia debe ser eclesial en su funcionamiento, y esto debe motivar desde lo alto a lo bajo. Ningún obispo debe contentarse con ser un CEO civil, pero - en la medida en que actúe como administrador delegado - debería manifestar capacidad de colaboración, de "laborar con" más que “laborar por encima de” los diversos organismos eclesiásticos. No sólo la curia diocesana, sino también el oficio escolástico diocesano, las oficinas diocesanas para la salud y el bienestar, en síntesis, toda la gama de las oficinas diocesanas deben ser renovadas constantemente, de tal forma que funcionen en una forma verdaderamente eclesial y evangélica. Si no mostrará la capacidad de movilizar a los demás para que actúen en forma colaboradora, si no se hará acompañar por los que están comprometidos en estas misiones, como obispo será inútil.

11. Decidir qué no hacer es de crucial importancia. Hay un tipo de hombre que piensa que puede hacer todo y gestionar todo, y por el contrario termina por no hacer nada. Hay un tipo de hombre que trabaja incansablemente y que realiza poco, es ineficiente e ineficaz, porque no ha sabido distinguir entre lo que puede hacer y lo que no puede hacer. Está el hombre que no hace ningún ejercicio físico regular, ninguna recreación regular, ninguna actividad cultural regular, ninguna lectura edificante regular: el tipo de hombre que es solamente un aburrido caballo de tiro. Esos hombres son también los tipos que como obispos no cultivan a los jóvenes para el ministerio sagrado, no alientan o no desarrollan o no utilizan bien a su clero, y simplemente no encuentran el tiempo para esforzarse como padres-en-Dios con sus sacerdotes. Para esos hombres es mejor no ser obispos.

12. “Sean mis imitadores, como yo lo soy de Cristo" (1 Cor 11, 1). Estas son las fuertes palabras del apóstol san Pablo. A través de las décadas, son palabras que no he podido aplicar fácilmente a algún obispo que he conocido en distintos grados. Con demasiada frecuencia se encuentran hombres que hacen lo que les gusta a ellos, y que favorecen sólo a los que son útiles para hacer "sus cosas". Una profunda y arraigada semejanza con Cristo es difícil de encontrar, y es difícil encontrarla también entre hombres que también serían guerreros de Cristo. Raramente se encuentra entre los que son socialmente "exitosos", que son aceptables porque son "inocuos". Las cartas paulinas presentan a un hombre que en muchos aspectos ha tenido una personalidad áspera, pero con tal semejanza con Cristo que no se puede no amar a una persona así. Tenemos una desesperada necesidad de obispos que manifiesten tal semejanza con Cristo que induzcan a amarlos, y amarlos a pesar de las puntas ásperas que podríamos ver en uno o en otro. Tenemos necesidad de hombres que podamos imitar, porque su modo de pensar, de rezar y de obrar nos hacer ver al Cristo que piensa, reza, actúa y ama en medio de nosotros. Tenemos necesidad de hombres con un amor profundo.

Todas estas cosas son de difícil discernimiento. Pero son estos discernimientos los que son necesarios en el proceso de selección de los candidatos al episcopado.


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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina.

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