sábado, 19 de febrero de 2011

Europa dormita.

La revista The Economist ha intentado objetivar la vulnerabilidad de las diferentes dictaduras. Lo titula el índice de los lanzadores de zapatos. La vulnerabilidad a la revolución es máxima en Yemen, con un 85% de probabilidades. Le siguen Libia, Egipto, Siria e Irak, por encima del 60%, y a continuación, todos por encima del 50%: Mauritania, Arabia Saudí, Argelia, Jordania, Túnez y Marruecos. El índice sopesa con un 35% a la porción de la población de cada país menor de 25 años; un 15% al tiempo que el Gobierno lleva en el poder; un doble 15%, la corrupción y la ausencia de democracia; 10%, la renta per capita; 5%, el nivel de censura, y un último 5%, el número total absoluto de gente más joven de 25 años.

Mientras Europa dormita. No sin dosis de mala conciencia, por haber apoyado durante tanto tiempo a los autócratas, que supuestamente contenían al fundamentalismo islámico y que nos garantizan el petróleo. ¿En qué lado de la historia hemos caído?.

Samuel Huntington, célebre teórico norteamericano, afirma que Europa termina donde empieza la Cristiandad oriental ortodoxa y el Islam. Sin embargo esto no determina las posturas de los políticos, que son la mayoria poco dados a crencias religiosas definidas y claras. Las posturas Merkel, Sarkozy, Zapatero, son demasiado poco definidores de una identidad europea. Y el terremoto nos afecta directamente: es el Mare Nostrum, son nuestras fronteras. Estamos encogidos de miedo ante la eventual llegada de una oleada de nuevos inmigrantes. Italia ya ha dado la luz de alarma. País fundador de la Comunidad Europea, séptima economía del mundo.

Europa se mueve en unos parámetros de indefinición ideológica, en las últimas décadas ha renegado de sus raíces. Se ha configurando en base únicamente a parámetros económicos, como si de un "gran supermercado" se tratase. Se ha ido renunciando a la historia, a la filosofía, a la espiritualidad, a la religión...

Las dos guerras mundiales del siglo XX nos debieran de haber demostrado a los europeos que los problemas de un proyecto político conjunto superan el ámbito de la economía, para adentrarse en la concepción de la historia, del hombre y del sentido mismo de la vida. Nazismo y marxismo no nacieron y se desarrollaron como meras teorías económicas, sino que se presentaron con vocación de totalidad. Tras la caída de estas ideologías que comprometieron la paz europea en el siglo XX, la tentación es ahora limitarse a unos valores ambiguos, lo suficientemente genéricos como para que todos puedan sentirse cómodos, renunciando para ello a entrar en el contendido real de esas palabras de consenso: "democracia", "libertad", "tolerancia", etc, etc...

Sin embargo, repasando la historia de Europa, vemos que no hay mucho margen a la ambigüedad. El cristianismo es el único elemento unificador de países con recorridos históricos tan distintos. Ni tan siquiera cabe afirmar que el Imperio Romano o la Grecia Clásica sean patrimonio común de Europa; ya que tan solo es común a los países mediterráneos. Otras naciones como Irlanda, Alemania, Dinamarca, Austria, Suecia, Hungría, Chequia, Finlandia, y no digamos los nuevos países candidatos del este europeo, muy poco tienen que ver con esas raíces mediterráneas. Estamos ante el hecho objetivo de que el cristianismo ha sido el elemento histórico unificador de países tan diversos. Incluso países como Polonia, Hungría o Suecia, le deben a su conversión al cristianismo -allá por el año mil-, su incorporación a la civilización europea, a la que hasta entonces habían permanecido ajenos.

Nuestros políticos están impregnados del laicismo revanchista. El Islam no. El Islam , los países árabes no han renunciado a sus raíces; al contrario las potencian , las valoran y las hacen revitalizarse en este siglo XXI. El Islam es el elemento aglutinador de todas las diferencias nacionales y particulares.

Desde la historia vemos que el acontecimiento que marcó el nacimiento de Europa fue sin duda la coronación de Carlomagno como emperador por el Papa León en la Navidad del año 800, bajo el nombre de "Imperio de Cristo", "Reino de David", para pasar a llamarse al poco tiempo "Europa". Es decir, el mismo término de "Europa" nació como una denominación política y, desde ahí, pasó a designar un territorio geográfico. Los monjes benedictinos fueron los que se encargaron de extender este ideal de Carlomagno de "europeidad cristiana" en los siglos IX, X, y XI; hasta que en el siglo XII florecieron por toda Europa las bellas catedrales, las ferias mercantiles, las primeras universidades, el humanismo articulado en torno al latín, la recuperación del derecho romano, las traducciones del corpus aristotélico, los tratados de ciencia árabe, la escolástica, etc....

Esta unidad espiritual y cultural de Europa se rompería con el nacimiento del llamado "renacimiento", con el que surgirían los estados-nación. Será entonces cuando las lenguas vernáculas sustituyan al latín y surjan las fronteras; con las consiguientes guerras nacionalistas. La trágica división de Europa en protestantes y católicos complicó todavía más las cosas. Europa se desangraría en una infinidad de guerras, hasta que la paz de Westfalia (1648) terminase por marcar el fin definitivo de la cristiandad.

Y con este panorama histórico, surge de nuevo la inevitable pregunta: ¿en dónde colocamos las raíces de Europa si no es en su tradición cristiana?

La bandera europeaEs un hecho que la enseña oficial de la Unión Europea, la bandera de las doce estrellas doradas en campo de azur, debe su inspiración a la iconografía tradicional de la Virgen María basada en Apocalipsis 12, 1: "Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". Los padres fundadores de la nueva unidad europea (todos convencidos católicos, no se olvide: Jean Monnet, Robert Schuman -éste último en proceso de beatificación-, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer) tomaron modelo de la corona cerrada de doce estrellas sobre la cabeza de María que se puede contemplar en los vitrales de la catedral de Estrasburgo -de increíble parecido con la que hoy luce la enseña-, y la llevaron a la bandera del Consejo de Europa, que hoy es también la bandera de Europa.

¿Dónde se encuentran las raíces de Europa? ¡Los padres ideólogos de la actual unión europea lo tuvieron así de claro!

¡Qué lástima de Europa!

1 comentario:

  1. ¿Dónde se encuentran las raíces de Europa? ¡Los padres ideólogos de la actual unión europea lo tuvieron así de claro!
    Repasando la historia de Europa, vemos que no hay mucho margen a la ambigüedad. El cristianismo es el único elemento unificador de países con recorridos históricos tan distintos. Ni tan siquiera cabe afirmar que el Imperio Romano o la Grecia Clásica sean patrimonio común de Europa; ya que tan solo es común a los países mediterráneos. Otras naciones como Irlanda, Alemania, Dinamarca, Austria, Suecia, Hungría, Chequia, Finlandia, y no digamos los nuevos países candidatos del este europeo, muy poco tienen que ver con esas raíces mediterráneas. Estamos ante el hecho objetivo de que el cristianismo ha sido el elemento histórico unificador de países tan diversos. Incluso países como Polonia, Hungría o Suecia, le deben a su conversión al cristianismo -allá por el año mil-, su incorporación a la civilización europea, a la que hasta entonces habían permanecido ajenos.
    Desde la historia vemos que el acontecimiento que marcó el nacimiento de Europa fue sin duda la coronación de Carlomagno como emperador por el Papa León en la Navidad del año 800, bajo el nombre de "Imperio de Cristo", "Reino de David", para pasar a llamarse al poco tiempo "Europa". Es decir, el mismo término de "Europa" nació como una denominación política y, desde ahí, pasó a designar un territorio geográfico. Los monjes benedictinos fueron los que se encargaron de extender este ideal de Carlomagno de "europeidad cristiana" en los siglos IX, X, y XI; hasta que en el siglo XII florecieron por toda Europa las bellas catedrales, las ferias mercantiles, las primeras universidades, el humanismo articulado en torno al latín, la recuperación del derecho romano, las traducciones del corpus aristotélico, los tratados de ciencia árabe, la escolástica, etc....
    Esta unidad espiritual y cultural de Europa se rompería con el nacimiento del llamado "renacimiento", con el que surgirían los estados-nación. Será entonces cuando las lenguas vernáculas sustituyan al latín y surjan las fronteras; con las consiguientes guerras nacionalistas. La trágica división de Europa en protestantes y católicos complicó todavía más las cosas. Europa se desangraría en una infinidad de guerras, hasta que la paz de Westfalia (1648) terminase por marcar el fin definitivo de la cristiandad.
    Y con este panorama histórico, surge de nuevo la inevitable pregunta: ¿en dónde colocamos las raíces de Europa si no es en su tradición cristiana?
    Es un hecho que la enseña oficial de la Unión Europea, la bandera de las doce estrellas doradas en campo de azur, debe su inspiración a la iconografía tradicional de la Virgen María basada en Apocalipsis 12, 1: "Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". Los padres fundadores de la nueva unidad europea (todos convencidos católicos, no se olvide: Jean Monnet, Robert Schuman -éste último en proceso de beatificación-, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer) tomaron modelo de la corona cerrada de doce estrellas sobre la cabeza de María que se puede contemplar en los vitrales de la catedral de Estrasburgo -de increíble parecido con la que hoy luce la enseña-, y la llevaron a la bandera del Consejo de Europa, que hoy es también la bandera de Europa.

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