lunes, 27 de junio de 2011

Benedicto XVI firma el decreto de “virtudes heroicas” de monseñor García-Lahiguera, arzobispo de Valencia de 1969 a 1978, y lo declara “venerable”Avanza el proceso de beatificación del prelado.


El papa Benedicto XVI ha autorizado hoy el decreto de “virtudes heroicas” de monseñor José María García-Lahiguera, arzobispo de Valencia de 1969 a 1978, fundador de la congregación de las Oblatas de Cristo Sacerdote, con lo que es declarado “venerable” y avanza su proceso de beatificación.

El Pontífice ha autorizado a la congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto durante una audiencia mantenida esta mañana con el cardenal Angelo Amato, prefecto de esta congregación vaticana, según ha informado esta mañana en un comunicado el Vaticano.

A partir de este momento, el proceso de beatificación de monseñor García Lahiguera (Navarra, 1903-Madrid, 1989) continuará con el fin de “conseguir probar un milagro atribuido a su intercesión y así poder ser elevado a los altares como beato”, han indicado a la agencia AVAN fuentes del Arzobispado de Valencia.

La causa de beatificación del que fue arzobispo de Valencia fue iniciada en 1995 con la apertura en Madrid del “proceso sobre la vida, fama y virtudes para la beatificación y canonización del siervo de Dios José María García-Lahiguera”, que fue además fundador de las religiosas Oblatas de Cristo Sacerdote en 1938.

Cinco años después, el 22 de septiembre de 2000 el cardenal arzobispo de Madrid, monseñor Antonio María Rouco Varela, declaraba clausurada la fase diocesana de su proceso de canonización, que a partir de entonces comenzó a ser instruido por la Santa Sede.

Durante la fase diocesana “se recogieron numerosos testimonios y documentación sobre su fama de santidad en vida, principalmente en Madrid, de cuyo clero diocesano formó parte y donde fue obispo auxiliar”. También mediante exhorto se requirieron pruebas a la diócesis de Huelva, de la que fue obispo, y a la de Valencia, de la que fue arzobispo antes de su jubilación. Toda la documentación recogida permanece ahora en la Santa Sede donde continúa la instrucción.

El 25 de enero de 2002 la congregación para las Causas de los Santos otorgaba el decreto de validez de su causa de beatificación.

Biografía monseñor García Lahiguera

Monseñor García Lahiguera nació el 9 de marzo de 1903, en Fitero (Navarra) y murió el 14 de julio de 1989 en Madrid. Fue profesor de Geografía e Historia y director de la Schola Cantorum del Seminario madrileño. En la persecución religiosa de 1936 se dedicó a "socorrer a los sacerdotes y seminaristas, que vivían en condiciones muy precarias, por cuya formación siempre sintió una especial predilección", según han indicado a la agencia AVAN fuentes del Arzobispado de Valencia.

En la diócesis de Madrid fue sacerdote diocesano, y, luego, obispo auxiliar . Más tarde fue nombrado obispo de Huelva hasta que el 1 de julio de 1969 fue designado por el papa Pablo VI arzobispo de Valencia.

Durante su pontificado en la diócesis valentina se celebró el VIII Congreso Eucarístico Nacional, en 1972; el cincuentenario de la coronación canónica de la Virgen de los Desamparados, en 1973; la erección de la Facultad de Teología, en 1974; y "gracias a sus gestiones se incluye en el calendario litúrgico español la fiesta de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote", según fuentes del Arzobispado de Valencia. ).

Falleció en el monasterio madrileño de las Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, la congregación de vida contemplativa fundada por él.

Hijo Adoptivo de Valencia en 1978

El Ayuntamiento de Valencia aprobó en octubre de 1978, en la sesión del pleno celebra el día 6, el nombramiento por unanimidad de “Hijo Adoptivo de Valencia”, título que el prelado ofreció a la Virgen de los Desamparados.

Monseñor García Lahiguera , que también fue nombrado “Hijo Predilecto” de Fitero en Navarra e “Hijo Adoptivo” de Huelva recogió el título de Valencia en diciembre de 1978. Según palabras del propio arzobispo, del diario espiritual del Siervo de Dios monseñor José María García Lahiguera, “fue un acto solemne, dentro de una encantadora sencillez y emocionante en extremo. El cariño y amor eran desbordantes”.

8 comentarios:

  1. Siervo de Dios José María García Lahiguera

    La segunda vida sacerdotal que presentamos es la del Siervo de Dios
    José María García Lahiguera. Lo hacemos por tres motivos fundamentales:
    * Porque fue nuestro Arzobispo, durante muchos años y muchos que lo conocimos, podemos corroborar todo lo que de él se dice.
    Espiritualidad
    Enseñará una doctrina diáfana, expuesta con sencillez y profundidad. Su eje es Cristo, y éste Sacerdote. Su ideal, “ser como Él”. Se sabe incorporado desde el bautismo a Cristo, y durante toda su vida manifestará una inmensa gratitud por la gracia de este sacramento que le hizo hijo de Dios, destinado a tributar a su Padre celestial un culto lleno de amor.
    En el bautismo encuentra el germen de esa llamada a ir transformándose en una perfecta imagen del Hijo amado. El tema de la divinización (el hacerse dei-formes) figurará entre sus preferidos. Insistía en la necesidad de una plena docilidad al Espíritu Santo, artista divino encargado de realizar tal obra, y en la fiel colaboración del alma. Sí: colaborar en serio era, sin duda, lo que deseaba D. José María: “No tengo más que una obsesión, os lo digo de verdad: no merece la pena nada en la vida más que la santidad”.
    Y explicando la gracia de la filiación divina, viene a unirla con la participación en el único sacerdocio de Cristo. La actitud sacerdotal es una actitud filial, puesto que Cristo, con su sacerdocio, sacrificio y victimación, ha alcanzado al hombre la gracia de ser como Él, hijo de Dios: la gracia de la filiación divina. Ya no tendrá
    el hombre, como hombre, la posibilidad de dar gloria al Padre a secas, como un elemento del universo, “por Cristo, con Cristo y en Cris-to”; sino que se la dará como Cristo, es decir, como hijo.
    Todo cristiano, miembro del pueblo sacerdotal, ha de vivir esta realidad. Pero corresponde con un título especial al sacerdote, consagrado por el sacramento del orden, reproducir en su vida los rasgos del Hijo de Dios hecho hombre.

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  2. La Fundación
    D. José María sabía bien que esta obra excelsa de la santidad sacerdotal no se realiza en un día. Había que empezar a trabajar a fondo ya desde los años de seminario y, además, era necesario implorar raudales de gracia divina. El mismo Cristo, que dotó a sus apóstoles de sus poderes, a la hora de darles su santidad (siendo precisa la colaboración de ellos) no tuvo otro camino sino pedirlo... y ofrecerse como víctima. Tratando de imitar al Maestro, D. José María, ya antes de la guerra civil, se había ofrecido a Dios por esta intención, y también daba vueltas en su mente a la idea de una fundación de monjas de clausura con este fin. El 9 de marzo de 1936 redactaba unos apuntes en los que plasmaba lo que él intuía que Dios le movía a realizar a favor de la santidad sacerdotal: “…Y como la santidad es obra de la gracia, y ésta se alcanza con la oración, urge de un modo apremiante lanzarse a una Cruzada 'Pro Sacerdo-cio', a base de oración y sacrificio. (…) Pero como se trata de hacer algo permanente y estable, como lo es el sacerdocio, y por tanto ha de ser continuo el pedir y sacrificarse por su santificación, y esto no se consigue cuando la labor la dirige o anima una sola persona, creo debe pedirse mucho a Nuestro Señor si conviene ir pensando en la fundación de una orden religiosa de monjas de clausura cuyo fin principal, por no decir exclusivo, había de ser la oración y el sacrificio por la santificación de los sacerdotes y seminaristas y cuya característica había de ser, además de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, el ofrecimiento solemne, público y oficial(esto es, con el mismo valor de las profesiones religiosas) de Víctimas por los sacerdotes y seminaristas”.
    Pero fue en plena guerra civil cuando la Providencia le deparó el encuentro con la que habría de ser Madre Fundadora de aquella obra soñada: la joven de veinticuatro años María del Carmen Hidalgo de Caviedes. También ella sentía la llamada a consagrarse a Dios en una vida de oración y penitencia por la santificación de los sacerdotes y aspirantes al sacerdocio. Como conclusión de unos ejercicios espirituales, expuso a D. José María su proyecto, esperando de él la orientación para realizarlo, si existía en la Iglesia algún instituto con las características que ella buscaba.
    Aquel día veinticinco de abril de 1938 ambos se comprometieron a llevar adelante lo que empezó llamándose Obra sacerdotal y, con el paso del tiempo y tras innumerables dificultades y peripecias, Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote.
    “El Padre” (así denominaban a D. José María) continuó su intenso ministerio en la clandestinidad, entre los peligros de aquella situación de persecución religiosa. Arriesgó su vida varias veces por confesar su condición de sacerdote y, en todo momento, mostró un celo infatigable por sostener el temple espiritual del clero y de los seminaristas. Así, terminada la contienda, pudo contemplar una diócesis con una estadística gloriosa de perseverancia sacerdotal, de entrega en el martirio y... un seminario a rebosar.
    Mientras tanto, “su obra” iba consolidándose calladamente. Pero, ¿cuál era la idea que perseguía? ¿Qué debían ser sus religiosas en la Iglesia? En una carta de 1942 enviada a sus hijas lo expresa así: “Si el sacerdocio en la Iglesia es el corazón, la Obra Sacerdotal, al ser inmolación por amor por el sacerdocio, es el amor del corazón de la Iglesia. Uds., hijas de mi alma, son como la sangre que da vida a ese amor de ese corazón. Pues no olviden que el amor es la santidad. (…) Tener, pues, vocación a una Obra que es amor, es ser llamada de un modo especial a la santidad. No se puede, por tanto llenar tal vocación sin ser santas. Tienen, pues, hijas mías que ser santas. El camino para ello es el amor vivido en la inmolación”.

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  3. Aquella obra debería ser en la tierra la prolongación ininterrumpida de la plegaria sacerdotal de Cristo por ellos y por cuantos creerán por la palabra de ellos... para que sean santos,... para que sean uno (Jn 17,19-21). Fines que quedarán sintetizados en el lema de la Congregación: Pro eis et pro Ecclesia. Después de unos primeros años en que hubo que luchar, sufrir, y sobre todo orar, la “Obra” fue recibiendo las distintas aprobaciones y decretos.
    Ordenación Episcopal
    Como pastor bueno, ministro del Buen Pastor, D. José María iba por delante dando ejemplo de lo que predicaba. Siempre buscó el sentir con la Iglesia. Se mostró plenamente dócil y disponible ante cualquier indicación de la Jerarquía. Su norma era: Nada pedir; nada rehusar.
    Con sencilla actitud aceptó los distintos nombramientos que le fueron llegando: Vicario General de Religiosas en 1948; Obispo Auxiliar de Madrid-Alcalá en 1950. La reacción general ante su nombramiento fue de alegría por parte del clero diocesano. Es en este año, 1950, cuando tiene lugar la primera celebración diocesana del Día de la santificación sacerdotal que él tanto deseaba. Su consagración episcopal se celebró en el templo de San Francisco el Grande. Su lema episcopal “Anima mea pro ovibus meis” (Mi vida por mis ovejas) expresa su íntimo deseo: dar la vida por la Iglesia desde el corazón del Buen Pastor, desde el corazón de Cristo Sacerdote. Continuó con el cargo de Visitador de religiosas a las que siempre dedicó una delicada atención.
    Ganaba los corazones con su simpatía y elocuencia, pero lo que más gustaba en él era su bondad paciente con la que siempre escuchaba y la atención e interés que mostraba por los problemas que le presentaban.
    En 1962 representó a los obispos españoles en la inauguración del monumento a los mártires de Nagasaki. Cuando en 1963 falleció el Sr. Patriarca-Obispo de Madrid-Alcalá, Don Leopoldo Eijo Garay, el Cabildo Catedral le eligió por unanimidad Vicario Capitular Sede
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    vacante. Fueron unos meses intensos en los que pesaron sobre él todos los problemas de la diócesis. Aunque eran muchos los que esperaban que fuera él el escogido para regir la diócesis de Madrid-Alcalá, con gran alegría anunció el nombramiento del primer Arzobispo, Monseñor Casimiro Morcillo, condiscípulo y amigo para quien pidió fervientes oraciones por el fruto espiritual de su pontificado.

    Obispo de Huelva
    Fue nombrado Obispo de Huelva el 7 de julio de 1964. Con su sencillez y amor a la Virgen se ganó enseguida a todos. Lo primero que se propuso fue conocer y darse a conocer, sobre todo a sus sacerdotes y para ello, organizó tandas de ejercicios dirigidas por él mismo, en las que los fue conociendo y tratando dando paso a la confianza filial que él esperaba.

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  4. Antes de que tuviera lugar la Clausura del Concilio Vaticano II procedió a la estructuración pastoral de la Curia y de la Diócesis tal como la Asamblea Ecuménica propiciaba y en 1967 convocaba a la Constitución del Consejo Presbiteral Diocésano.
    Su obra más querida fue su Seminario. El primer Obispo de la diócesis de Huelva, Don Pedro Cantero había construido el edificio e iniciado su marcha, pero fue Don José María quien le dio forma seleccionando y escogiendo un buen equipo de formadores a los que les dio plena responsabilidad y confianza en su hacer, estudiando y compartiendo con ellos como Rector del Seminario todos sus problemas, incluso en casos personales frecuentes en aquellos años en que empezaba la agitación del posconcilio.
    Su visita pastoral llegó a todos los rincones de la diócesis, incluidas las minas de Tharsis y Río Tinto, y los pescadores, con los que se embarcó en dos ocasiones y navegó hasta Dakar y Terranova para compartir con ellos su propia vida en alta mar. Buen conocedor de este sector de la población hizo nacer y apoyó constantemente la obra del Apostolado del Mar, y la Conferencia Episcopal Española le nombró Obispo promotor de la misma.
    Conoció y se dejó conocer de sus ovejas en los cinco años de intenso ministerio pastoral en que logró hacer con su pueblo una auténtica familia. Se dio a todos, siempre y sin reservas, porque su gran tesoro –todos lo reconocen– fue su corazón.
    Al dejar Huelva, el alcalde, invitaba al pueblo al acto de despedida oficial diciendo: “Huelva tiene una cita con este santo hombre que se nos marcha”.

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  5. Arzobispo de Valencia
    En plena madurez episcopal es nombrado Arzobispo de Valencia. Publicado su nombramiento el día 1 de julio de 1969, hizo su entrada en la Archidiócesis el sábado 6 de septiembre del mismo año. Al igual que en Madrid y Huelva se supo ganar al pueblo con su palabra sencilla y fervorosa, sobre todo cuando hablaba de la Virgen. El día de su entrada, su primera visita fue a la Virgen de los Desamparados a la que dirigió una espontánea oración en la que ponía su persona y su pontificado bajo su amparo.
    Durante su pontificado tuvieron lugar dos acontecimientos que se corresponden muy bien tanto con la doble característica de la piedad valenciana –eucarística y mariana– como con la espiritualidad de Don José María: el VIII Congreso Eucarístico Nacional en 1972 y el cincuentenario de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de los Desamparados en 1973. También es de destacar la fundación de la Facultad de Teología de “San Vicente Ferrer”.
    Como siempre se destacó por su amor y desvelo por los sacerdotes y seminaristas. Dirigía personalmente retiros y convivencias así como los ejercicios espirituales de los que iban a ser ordenados. Solía recibir a los seminaristas y mantener contactos personales con ellos, contactos sinceros y afables que acortaban distancias y fomentaban una comunicación franca y verdadera. Pero también en Valencia, como en ningún sitio, no le faltaron sufrimientos y quizá el mayor fue el de la secularización de sus sacerdotes en los años de posconcilio a los que trataba con gran caridad y afecto, ayudándoles en todas sus necesidades.
    Se hizo presente en toda la diócesis y realizó dos veces la visita pastoral. En su afán de llegar a todos emprendió un agotador viaje a América para visitar a los sacerdotes valencianos misioneros en el que tuvo un primer aviso de su enfermedad con una subida de tensió

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  6. Fiesta de Cristo Sacerdote
    A lo largo de su estancia en Valencia, tuvieron lugar hechos importantes en la vida de D. José María, entre ellos, la aprobación de la fiesta litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote el 22 de agosto de 1973. Los primeros pasos de este acontecimiento tan largamente preparado e insistentemente solicitado se remontan a 1950, en que con motivo de un viaje a Roma, él, junto con la Madre Fundadora Madre María del Carmen Hidalgo de Caviedes y Gómez solicitaron a S. S. el Papa Pio XII la gracia de poder celebrar todos los años, el día 25 de abril, aniversario de la fundación de la Congregación, en todos los monasterios la liturgia propia de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La Santa Sede concedió este privilegio a la Congregación en un rescripto de fecha 25 de junio de 1952.
    En noviembre de 1954, Don José María García Lahiguera propuso a la Congregación de San Pedro Apóstol de Madrid que se adhiriera para elevar a la Santa Sede la petición de la institución de la fiesta litúrgica y el 31 de mayo de 1956 se envió toda la documentación a la Sagrada Congregación de Ritos. Aunque el asunto parece que entonces se paraliza Don José María no pierde ocasión para insistir en su propósito y al abrirse el Concilio Vaticano II en el que él mismo participó como Padre Conciliar, se dirige por escrito a la Comisión Conciliar de Liturgia e, incluso en la intervención que tuvo en el Aula Conciliar del esquema sobre los sacerdotes el 25 de octubre de 1965 –en la que habló de la responsabilidad de los obispos, de la dirección espiritual de los sacerdotes, de los ejercicios espirituales–, llegó a proponer ‘como monumento litúrgico del Concilio la institución de la Fiesta de Cristo Sacerdote’. Esta propuesta fue rubricada por 194 Padres Conciliares, de los cuales cinco eran Cardenales.

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  7. * Su vida fue una vivencia plena de la Pascua, ya que fue un enamorado de la Eucaristía, vivencia plena de la pascua.
    * Estamos en el Año sacerdotal y D. José María fue un enamorado del sacerdocio. Toda su vida la entendió como una llamada apremiante a la santidad concretizada en un carisma propio: la santidad sacerdotal. Escribe él mismo en unos apuntes de ejercicios realizados en marzo de 1939: “En mí hay lo que llamaríamos dos vocaciones, la interior y la exterior. La vocación interior es: Ser sacerdote santo. La vocación exterior es: Ser el sacerdote de los sacerdotes”.
    El Seminario
    Nacido y bautizado en Fitero (Navarra) en 1903, encontró en el ambiente sano y alegre de su familia cristiana, de su pueblo y de su parroquia, el medio propicio donde la tierna semilla de su vocación fue germinando como la cosa más natural.
    A los diez años ingresó en el seminario de Tudela. Su familia tuvo que cambiar de residencia, por lo cual él también se trasladó al seminario de Madrid. Allí destacó por su piedad, su aplicación y su jovialidad. Cumplir la voluntad de Dios, amar a Jesucristo y a la Virgen, perseguir la santidad, eran las consignas que orientaban todos sus esfuerzos de seminarista.
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  8. De teólogo fue encargado de la dirección de la Schola Cantorum, actividad muy acorde con su íntimo impulso de alabar en todo al Señor.
    Después de su ordenación sacerdotal en 1926, continuó residiendo en el seminario, primero como profesor y prefecto de externos y, sucesivamente, como director espiritual de menores y de mayores. Siempre se vio en él a un hombre contento y agradecido, que inducía, a su vez, a vivir en continua acción de gracias.
    Mons. José María García Lahiguera pasó gran parte de su vida en el seminario y tanto de sacerdote como luego de obispo trabajó y se preocupó por él de una manera entrañable. que expresará al final de su vida en un artículo con motivo del 75 Aniversario del Seminario de Madrid y que titula Mi paso por el Seminario:
    “Entré en el Seminario el día 1 de octubre de 1915, y salí, camino del Obispado, el 1 de enero de 1949. Durante estos treinta y cinco años viví día y noche en el Seminario, llenando lo que llamaría, tres etapas: la de seminarista, después la de Superior–Profesor y, por último, la de Director espiritual, primero del Seminario Menor y luego –la más interesante– del Seminario Mayor.
    Fui feliz, totalmente feliz en todo momento, entonces, y ahora cuando lo recuerdo. Los años de seminarista dejaron huella en mi ser; fueron la forja que al calor del espíritu y constante trabajo, moldearon la figura del futuro sacerdote; fueron como el riego suave en la semilla de la vocación que luego se desarrolló en el apostolado de toda mi vida. (…)
    Más tarde, el cargo de Director Espiritual que siempre he considerado la más grande gracia después de la del Sacerdocio, culminó mi vocación. La formación del futuro sacerdote me exigía una muy constante entrega, fidelidad, vida de Dios... El sacerdote es ‘alter Christus’; es elegido por Dios para ministro y dispensador de sus misterios... y quedé entregado plenamente a esta tarea: Seminario... Seminaristas... Sacerdotes. Horas y horas en el cuarto donde siempre me encontrarían; horas y horas en el confesonario –labor que consideraba primordial–; y, no pocas horas en la Capilla,
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    que allí había de encontrar luz y seguridad para guiar a esas almas predilectas, escogidas por Dios, y que había de conducir, sí hasta el altar, pero, sobre todo, hasta la configuración con Cristo Sacerdote, nuestro Maestro Divino, nuestro modelo, nuestra vida.
    Este ha sido mi paso por el Seminario: un afán decidido, constante, en llegar al Sacerdocio; una vida entregada, sin descanso, al ministerio encomendado.
    Y ahora ya, en el ocaso de la vida, sigo rendido en gratitud por cuanto en el Seminario recibí; sigo exultando de gozo por el don del Sacerdocio; sigo entregando mi vida –en el silencio de mi retiro– por los Sacerdotes y seminaristas... Y, al escribir ahora ‘Mi paso por el Seminario’, confirmo que de ese tiempo he vivido y seguiré viviendo hasta morir. Porque, no he pasado por el Seminario; en espíritu, quedé allí”.
    (Material tomado de la biografia presentada en el Boletin nº 20 de nuestras Asociaciónes.
    http://www.betaniajerusalen.com/pagina15.htm ).

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