sábado, 2 de octubre de 2010

Antonio Molina: “Soy optimista: Dios, antes o después, se saldrá con la suya”

Publicado el 01.10.2010

Misionero de África

(Javier F. Martín) Cuánta gente que haya conocido en los últimos años merece realmente la pena? Si me hicieran esta pregunta a mí, incluiría sin dudar a Antonio Molina Molina, Misionero de África (PP. Blancos). Y lo incluiría no por lo que hace o ha hecho, sino por lo que es: un buen hombre, un hombre bueno. Su mirada y sonrisa dicen mucho más que sus palabras, ¡y eso que tiene mucho que contar!



Por ejemplo, acaba de celebrar el 30º aniversario de su primer y particular ‘París-Dakar’. Produce risa (y rubor) escuchar a los sainz y marc coma de turno narrar la vicisitudes para atravesar el Sáhara a bordo de esos vehículos estratosféricos todos los años, allá por el mes de enero. Porque precisamente ese mes, pero en 1980, Antonio Molina se embarcó en un Citröen 3 CV en Bruselas, llegó a Almería, cruzó en ferry hasta Melilla, y atravesó Marruecos, Argelia y Níger para llegar a Burkina Faso, después de 8.000 kilómetros y cerca de tres semanas por el desierto. Todo para llevar el coche a sus compañeros de misión, que lo necesitaban para atender a las comunidades encomendadas en aquellas tierras. Como no estaba conforme, tres años después repitió experiencia con un Cuatro Latas, un Renault 4. Sin tracción a las cuatro ruedas, dirección asistida o aire acondicionado, coches y misioneros llegaron a su destino.



Burkina Faso ha sido el gran amor africano de Antonio, dos décadas de trabajo en las que hizo de todo: vicario y párroco en una zona paupérrima del Sahel, director del Centro de Formación de Animadores de Comunidades Rurales y profesor-formador en el Seminario Diocesano de Dédugu. Antes de Burkina, fue Mozambique (“Aquel primer matrimonio con África fue triturado por el poder colonial portugués en 1971”, recuerda), país en el que le tocó lidiar con la formación de los futuros sacerdotes: “De los doce obispos actuales del país, ocho fueron alumnos míos. En ese sentido, puedo decir ‘misión cumplida’”, resumen este murciano de nacimiento. Después vendrían Brasil y Bélgica. De vuelta a España, la capellanía de Ayuda a la Iglesia Necesitada hasta su jubilación, y ahora “sigo anunciando el Evangelio sobre los tejados, con los programas de radio de la Fundación Sur-África y mis colaboraciones con Radio Exterior de España y la emisora de la Universidad Nacional de Colombia”, relata.



Si Jesús estuviera aquí…



Pero más allá de los hechos está el pensamiento de este religioso, sobre todo cuando se refiere a la misión: “Cuando trataba de inculturar el mensaje de Jesús, nunca se me ocurrió abrir el Código de Derecho Canónico, sino que ante cualquier situación humana me preguntaba: ‘Si Jesús estuviera aquí y ahora, ¿qué actitud asumiría?’”. Esas preguntas se las hacía en África, donde “las gentes de buena voluntad no tenían ni idea del ‘tinglao vaticano-curial’ que, a lo largo de los siglos, montó la Iglesia católica. Aquellas gentes deseaban oír una Buena Noticia de salvación, que diera sentido a sus vidas y que les facilitara vivir en paz y armonía”. Y aquí, en ese explicitar el mensaje de Jesús, reconoce que “tanto cuidado institucional con guardar el prestigio y ¡zas!, de pronto tiran de la manta y se descubre un montón de estiércol… Pero, a pesar de tanta miseria humana, creo en la esperanza. Soy de los optimistas, porque Dios, antes o después, se saldrá con la suya “caiga quien caiga”… ¡Faltaría más! Por eso es el Señor”.



“Hoy la gran tarea y el reto mayor de las Iglesias es salirse del caparazón de la tortuga que les impide ser ágiles, para correr según les impulse el Espíritu”, dice con serenidad. Y añade: “Yo ya no lo veré, pues me aproximo a los 80 años, pero desde Juan Pablo II, la Iglesia católica ha dado un frenazo morrocotudo”. Es posible que haga falta más gente como Antonio que, real o simbólicamente, estén dispuestos a coger un Cuatro Latas para recorrer los desiertos, reales o metafóricos, que nos rodean.



En esencia



Una película: La última cima, por la impresionante reacción del público ante la vida del sacerdote Pablo Domínguez.



Un libro: Jesús, de José Antonio Pagola.



Un deporte: el ciclismo, por ser el más limpio y sufrido.



Un rincón del mundo: las cataratas del Iguazú.



Un deseo frustrado: conocer los pueblos de Asia: China, Japón, India…



Un recuerdo de la infancia: mis tiempos de monaguillo pillo.



Una aspiración: seguir sembrando amor, alegría, esperanza y humor el tiempo que me quede de vida.



Una persona: Jesús de Nazaret.



La última alegría: será morir en paz.



La mayor tristeza: no poder remediar tanto sufrimiento.



Un sueño: vivir en paz y en armonía con mi entorno.



Un regalo: la vida que Dios me da cada mañana.



Un valor: la amistad duradera.



Que me recuerden… en mi epitafio con aquellas palabras con que Lucas resume la vida de Jesús: “Pasó haciendo el bien”.



En el nº 2.723 de Vida Nueva.

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