Tenemos una realidad, nuestra enfermedad o limitación, pero también somos testigos de Jesús y tenemos una misión que realizar”, señala al respecto Liliana López, presidenta de la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (Frater). Fundada por el sacerdote enfermo Henry François en Verdún (Francia) en 1942, llegó a España en 1952, donde está implantada en 42 diócesis y extiende su labor a 7.000 personas.
Enmarcada en el Apostolado Seglar e integrada en la Acción Católica, asume la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo de la enfermedad y la discapacidad física. Su principal característica es que este trabajo, así como las tareas de organización, las realizan los propios enfermos y personas con algún tipo de traba física. “Uno de nuestros lemas es que nuestras capacidades superan nuestras limitaciones, pues sabemos que éstas se superan en la medida en que hacemos algo por lo demás. El mejor apóstol de un enfermo o discapacitado es una persona en la misma situación”. Por esa razón, el movimiento se apoya en la creación de una red de contactos personales y un intenso plan de formación, dos herramientas dirigidas a proteger “la dignidad de cada persona y animarla a que, a pesar de todo, se convierta en la protagonista de su propia vida”.
Desgraciadamente, señala la presidenta, esta labor a menudo choca con “actitudes paternalistas” que entorpecen el progreso. “Se tiende a creer que somos personas que necesitamos atención y que no podemos prestarla. En la Iglesia, aún seguimos insistiendo para que nos miren en el mismo plano de igualdad que al resto de los fieles, no en el plano de asistidos”, reconoce.
Ante esto, el trabajo de la Frater consiste en realizar acciones dirigidas a “cambiar las mentalidades”. Un trabajo para el que, según reconoce, cuentan con el apoyo de los obispos y órganos diocesanos, que en algunas ocasiones les han animado a fundar nuevas delegaciones de Frater. Sin embargo, a la presidenta le gustaría que este apoyo fuera más activo y se tradujera en la presencia de los obispos en las campañas y encuentros que realizan. “La Pastoral de la Salud trabaja con los enfermos, pero nosotros vamos un paso más allá: queremos que se reconozca nuestra labor evangelizadora. Que nos vean como adultos dentro de la Iglesia, no sólo como personas a las que asistir”.
Luis García, presidente de Ciegos Españoles Católicos Organizados (CECO), sostiene que la integración depende tanto de la propia persona como del resto de los miembros de la Iglesia. “Intentamos convencer al ciego para que no tenga miedo de hacer en público lo que sabe, y a la Iglesia, de que esta persona es un miembro más. Puede ser un buen lector, un buen catequista o alguien que trabaje en Cáritas. Hay muchas posibilidades, y, quizás, lo único que necesite para desempeñarlas es el brazo de un hermano que le lleve al punto de destino”.
Participación activa
En ello está trabajando CECO desde que se creó, en 1994, en Zaragoza. En noviembre de 2008 fue reconocida por la Conferencia Episcopal Española como asociación de carácter nacional, lo que la llevó a expandirse por otras diócesis: Bilbao, Barcelona, Alicante, Valencia, Jaén, Sevilla y Madrid, donde se va a fundar el próximo septiembre. En la actualidad, tiene 250 socios.
Uno de los aspectos de los que se ocupa es de facilitar la participación activa en la vida parroquial. Para ello convierten, a través del ordenador, las lecturas dominicales del Evangelio al braille. En la misma línea, García ve interesante pasar a este código o grabar en un archivo de audio todos los documentos sobre los que se apoya la formación de un cristiano: textos bíblicos, conciliares, hojas diocesanas o revistas de información religiosa…
En el problema religioso, España está a la cola. Contar con la ONCE ha sido una ventaja en muchos aspectos, pero también ha retrasado la toma de conciencia de la importancia de organizarse para favorecer la integración de las personas con esta discapacidad en la Iglesia”, reconoce comparando la situación del país con la del resto de Europa.
Antonio Martín, miembro de la Junta de CECO en Zaragoza, añade una importante tarea que lleva a cabo la asociación: el servicio y acompañamiento. “Hay personas que se quedan ciegas en un momento determinado de su vida y deben aceptar todo lo que implica este cambio. Es una labor importante que realizar y en la que, junto a los profesionales, nosotros podemos ayudar mucho”. También acuden a las residencias para visitar a las personas mayores que han perdido parte de visión y se sienten aisladas.
En el caso de las personas sordas, la comunicación resulta crucial para que puedan realizar su misión evangelizadora. Alfonso Muruve, director de la Pastoral del Sordo de la Conferencia Episcopal, señala que el resto de las necesidades que pueda tener (acceso a la información, crecimiento personal y social, identidad personal, autocontrol, etc.), así como la formación que debe recibir, se circunscribe en torno a ella. “La atención pastoral ha de comenzar con un acercamiento a su realidad como persona sorda y atendiendo a la especificidad de su comunicación”, por lo que tiene que basarse en un sistema (o apoyo) visogestual.
Luego, como en los casos anteriores, entraría en juego la confianza de la persona y la aceptación de la comunidad, dos aspectos sin los que la integración no sería plena. “Las personas sordas no pueden integrarse si la comunidad no es abierta y libre de barreras comunicativamente”, añade al respecto Juan Ramón Jiménez Simón, responsable de esta pastoral en la Archidiócesis de Sevilla, recordando cómo Jesús, en el relato de Marcos, referido a la curación del sordomudo, es quien se acerca a la persona sorda y la libera de las ataduras de la comunicación: lo retira del grupo con el fin de que pueda oírle, le toca la lengua, símbolo de cercanía a su principal necesidad de comunicación y de apertura a la realidad misma de la persona sorda, y lo sana devolviéndolo de nuevo a su grupo de referencia. “En este sentido –señala–, Jesús facilita la integración de la persona sorda en el seno de la comunidad e invita a ésta a abrirse a la realidad de la sordera”.
Difícil integración
“No basta estar juntos para estar integrados”, matiza el sacerdote sordo Agustín Yanes Valer, nombrado por el Papa Prelado de Honor en 2008 en reconocimiento a su gran labor. Para el director honorífico de la Pastoral del Sordo de la Conferencia Episcopal, y encargado de este Departamento en Tenerife, lo ideal sería que la comunidad eclesial viviera el espíritu de las primeras comunidades cristianas: “Tenían un solo corazón y lo compartían todo. Eso facilitaría mucho la convivencia en la comunidad. El amor es lo que más une”.
Cuando la limitación auditiva es total, como es su caso y el de los fieles con los que trabaja, la situación se dificulta. “Somos creyentes y vamos a la Iglesia, pero actuando como francotiradores con el Señor. Todos cantan, oyen música, predicaciones, y nosotros estamos aislados o marginados. Creemos en el Amor del Padre Dios, pero dudamos del amor de los miembros de la comunidad porque, generalmente, no nos acogen, no nos hacen caso, no se preocupan de nosotros. Muy difícil es la integración en esas condiciones”.
Desde hace muchos años, Yanes celebra la misa en lengua oral y, al mismo tiempo, en lenguaje de signos, igual que la homilía. Las lecturas las hacen personas sordas en lenguaje de signos y, al lado, un oyente pone la voz para que así el mensaje llegue a todos. “Son muchos años haciéndolo así, aquí, en la península, y por América Latina, y estamos muy contentos del resultado”.
Toda persona, aun la más despojada, está llamada a ser fuente de gracia y de paz para toda la comunidad, y también para toda la Iglesia y para toda la humanidad. Así lo sostiene en sus documentos fundacionales Fe y Luz, creado en 1971. Para hacer frente a la historia de segregación que han padecido las personas con discapacidad mental, sitúa a este colectivo en el corazón mismo de las comunidades que funda. Como explica Miguel Reyes, coordinador de una de las dos provincias en las que se ha dividido la agrupación en España (hay 46 comunidades y unas 1.300 personas), cada integrante pone al servicio de los demás y de su misión los dones y límites, y alimenta su vida a través de la celebración, la fiesta y la amistad.
Más que plantearse la integración, el movimiento se deja llevar por la convicción fundacional de que “toda persona es amada por Dios y de que todo discapacitado es una persona plena”, que requiere progresar en todos sus aspectos, tanto espirituales como humanos. “Jesús vive en estas personas, que son, paradójicamente, las que Dios eligió para confundir a los fuertes y a los sabios”.
Para que haya una participación real, más que dificultades, ve una serie de exigencias, resumidas en la adaptación a sus peculiaridades para que puedan crecer en su experiencia de creyentes. “Es preciso una sensibilidad que posibilite el acompañamiento de todas las personas para un mayor crecimiento en la fidelidad de las exigencias evangélicas”.
Y, como retos, tanto de las Comunidades Fe y Luz como de toda la Iglesia, enumera una vida interior personal anclada en la búsqueda del deseo de Dios sobre cada uno; una vida comunitaria que viva el Amor fraterno como lugar de encuentro misterioso pero real con el Amor de Dios a cada persona; un anhelo de testimoniar al Señor… “Todo ello –dice–, desde el gesto de lavar cotidianamente los pies a todos los hermanos, especialmente a los que la sociedad siempre colocó en sus propios márgenes”.
TEMPLOS INACCESIBLES
Tenemos derecho a entrar en los templos y parroquias. Nosotros también construimos el Reino de Dios y, para ello, la Iglesia no debe tener barreras”, afirma Liliana López, indicando que la primera premisa para que haya una integración es el libre acceso. En este campo se enmarca la campaña Una Iglesia para todos, una Iglesia sin barreras, con la que en 2002 denunciaron que más de la mitad de los inmuebles de la Iglesia (el 63,5%) son inaccesibles para los fieles con algún tipo de limitación física. “La campaña sirvió para ver lo que estaba mal y sensibilizar un poco a obispos, párrocos y demás agentes de pastoral”, valora la presidenta de Frater, indicando que se han hecho ciertos progresos, pero no los suficientes. Mientras que los principales avances se están dando en los templos de nuevo cuño, el gran caballo de batalla son los que forman parte del patrimonio histórico. “Parece que algo que tiene muchos años de antigüedad no se puede tocar, aunque por ello los enfermos y discapacitados no puedan tener derecho de entrar en ellos”. Aunque es consciente de que la eliminación de barreras en estos sitios es más lenta y dificultosa, muchas veces el problema es la falta de sensibilidad y comprensión. “A veces, con un poco de imaginación y esfuerzo, se encuentran alternativas viables, pero se suele pensar que el pobre discapacitado encontrará alguien que le ayude en la entrada. Nosotros queremos desarrollar nuestra autonomía”.
Además, continúa Liliana López, se trata esencialmente de poder participar igual que el resto de miembros de la comunidad. Esto implica, por ejemplo, encontrar una solución para los escalones que llevan al ambón o que los lugares o edificios de reunión y encuentro tengan las infraestructuras adaptadas. “Que no se diga que porque los enfermos y discapacitados no vamos a las iglesias y parroquias no hace falta superar estas barreras, cuando no vamos porque existen estas trabas”, finaliza.
En el nº 2.670 de Vida Nueva.
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