martes, 12 de abril de 2011

El Papa afirma en su discurso anta el nuevo embajador de Croacia ante la Santa Sede: "Se ha hecho de buen tono ser amnésico y negar las evidencias históricas. Afirmar que Europa no tiene raíces cristianas equivale a pretender que un hombre pueda vivir sin oxígeno y sin alimento".

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 11 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy al nuevo embajador de Croacia ante la Santa Sede, monseñor Filip Vučak, al recibir de éste las Cartas Credenciales como representante de su país.
Señor embajador,
Estoy contento de acogerle en esta circunstancia solemne de la presentación de las Cartas que le acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de Croacia ante la Santa Sede. Le doy las gracias por las amables palabras que me ha dirigido. A cambio, le agradecería que expresase al Presidente de la República, señor Ivo Josipović a quien he tenido el placer de encontrar recientemente, mis cordiales votos hacia su persona, así como por la felicidad y la paz del pueblo croata.



El inicio de vuestra misión coincide felizmente con el vigésimo aniversario de la independencia de Croacia. Y el año que viene será el del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre nuestro país y la Santa Sede. Nuestras relaciones son armoniosas y serenas. La Santa Sede ha tenido siempre por Croacia una solicitud particular. Mi lejano predecesor, el papa León X, viendo la belleza de vuestra cultura y la profundidad de la fe de vuestros antepasados, definió a vuestro país como el scutum saldissimum et antemurale Christianitatis. Estos antiguos valores animan aún a nuestros contemporáneos que tienen que afrontar, todavía un poco, dificultades particulares. Por ello, para fortalecer a las generaciones actuales, se debe explicar claramente la rica herencia de la historia de Croacia y la cultura cristiana que la ha nutrido profundamente y en la que siempre se ha apoyado su gente en la adversidad.



He sabido con satisfacción que vuestro Parlamento ha proclamado el año en curso como Año Bošcović. Este jesuita fue físico, astrónomo, matemático, arquitecto, filósofo y diplomático. Su existencia demuestra la posibilidad de hacer vivir en armonía la ciencia y la fe, el servicio a la madre patria y el compromiso en la Iglesia. Este sabio cristiano dice a los jóvenes que es posible realizarse en la sociedad actual y ser feliz siendo creyente. Por otro lado, los monumentos y los innumerables crucifijos que se esparcen en vuestro país son la demostración clara de esta feliz simbiosis. Viento esta armonía, los jóvenes estarán orgullosos de su país, de su historia y de su fe, y se sentirán cada vez más herederos de un tesoro que les toca a ellos hacer fructificar.



Croacia se integrará pronto plenamente en la Unión Europea. La Santa Sede no puede sino felicitarse de que la familia europea se complete recibiendo a los Estados que históricamente forman parte de ella. Esta integración, señor Embajador, deberá hacerse en el pleno respeto de las especificidades croatas, de su vida religiosa y de su cultura. Sería ilusorio querer renegar de la propia identidad para adherirse a otra que ha nacido en circunstancias muy diferentes de las que han visto el surgimiento y la construcción de Croacia. Entrando en la Unión Europea, vuestro país no será solamente receptor de un sistema económico y jurídico que tiene sus ventajas y sus límites, sino que igualmente podrá aportar una contribución propia y típicamente croata. No deberá tener miedo a reivindicar con determinación el respeto de su propia historia y de su propia identidad religiosa y cultural. Voces amargas niegan con asombrosa regularidad la realidad de las raíces religiosas europeas. Se ha hecho de buen tono ser amnésico y negar las evidencias históricas. Afirmar que Europa no tiene raíces cristianas equivale a pretender que un hombre pueda vivir sin oxígeno y sin alimento. No hay que avergonzarse y recordar y de mantener la verdad negando, si es necesario, lo que es contrario a ella. Estoy seguro de que su país sabrá defender su propia identidad con convicción y con orgullo, evitando las nuevas trampas que se presentan y que, bajo pretexto de una libertad religiosa mal entendida, son contrarias al derecho natural, a la familia, y simplemente a la moral.



Quisiera también expresar mi satisfacción por el interés manifestado por su país para que los croatas en Bosnia-Herzegovina puedan desempeñar el papel que les corresponde como uno de los pueblos constitutivos del país. Constato igualmente que, en el deseo de paz y de sana colaboración con los países de vuestra región geopolítica, Croacia no deja de aportar su especificidad para facilitar el diálogo y la comprensión entre los pueblos que tienen tradiciones diferentes, pero que desde hace siglos viven juntos. Os animo a proseguir en este camino, que consolidará la paz en el respeto de todos. Dentro mismo de vuestras fronteras nacionales, los cuatro Acuerdos firmados por su país y la Santa Sede permiten, en el respeto de las propias especificidades, discutir sobre temas de interés común. Será necesario proseguir en esta dirección por el bien de ambas partes. Estoy contento de constatar que Croacia promueve la libertad religiosa y respeta la misión específica de la Iglesia.



Por todas estas razones, señor embajador, estoy profundamente contento de poder visitar su país dentro de algunas semanas. Mi predecesor, el venerado Juan Pablo II, lo hizo tres veces, y también yo, cuando estaba a cargo de un dicasterio romano, he venido muchas veces. He acogido de buen grado la invitación de las autoridades croatas y el de los obispos de su noble país. Como sabe, el tema elegido para el viaje será: “Unidos en Cristo”. Es precisamente unidos como deseo celebrar con su gente. Unidos a pesar de las innumerables diferencias humanas, ¡unidos con estas diferencias! Y esto en el Cristo que acompañó al pueblo croata durante siglos con bondad y misericordia. Con motivo de Él deseo animar a su país y también a la Iglesia que está entre vosotros y con vosotros. La Iglesia que acompaña, con la misma solicitud de Cristo, el destino y el camino de su nación desde sus orígenes. En esta feliz circunstancia quisiera saludar con afecto también a los obispos y los fieles de la Iglesia católica en Croacia.



En el momento en el que inicia su noble tarea de representación ante la Santa Sede, le dirijo, señor embajador, mis mejores votos para el buen desarrollo de su misión. Esté seguro de que encontrará siempre entre mis colaboradores la acogida y la comprensión que pueda necesitar. Confiando a su país a la protección de la Madre de Dios, Nuestra Señora de Marija Bistrica, y a la intercesión del Beato Alojzije Stepinac, invoco de todo corazón la abundancia de las Bendiciones divinas sobre usted, excelencia, sobre su familia y sus colaboradores, además de sobre todo el pueblo croata y sus dirigentes.



[Traducción del original en francés por Inma Álvarez



©Libreria Editrice Vaticana]

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