viernes, 20 de mayo de 2011

La imposición del laicismo como creencia, sustitutiva de la creencia religiosa.

El pensamiento político del Modernismo, que corre históricamente desde el Renacimiento y la Reforma hasta el Holocausto de Pueblo de Israel, ha definido y confundido de tal manera los conceptos clásicos de la Política, que se hace necesaria y urgente una labor de revisión y de aclaración. Esta deformación se torna especialmente grave en conceptos políticos básicos como los de democracia y de libertad, porque han facilitado a los Estados modernos la imposición del laicismo político a sus pueblos en nombre de la libertad, y la exclusión de la vida pública a sus ciudadanos religiosos como tales, alegando que eso es democracia.



Para aclarar el sentido político del concepto de libertad religiosa resulta muy ilustrativa la distinción que hacen entre libertades negativas y libertades positivas en general algunos autores liberales como Sir Isaiah Berlin, siguiendo el camino abierto por el lúcido y combativo defensor de la libertad Benjamin Constant. El primero, en su clásico Two concepts of liberty y en ¿Qué es la libertad política?, y el segundo, en De la liberté chez les modernes. Pienso que si aplicamos estas distinciones clásicas al papel de las religiones dentro de la sociedad –ellos no lo hacen– podremos orientarnos más claramente en este tan discutido y delicado asunto.

La expresión «laicidad» es en sí misma francesa y Francia constituye una excepción dentro de la Europa occidental. La mayor parte de los países europeos no han adoptado el modelo de la escuela laica, sino que más bien han optado por el modelo de la escuela aconfesional; es decir, en lugar de suprimir la enseñanza religiosa de las escuelas, la amparan siempre que padres y alumnos opten por ella de manera libre. Tal medida se aplicó antes en países como el Reino Unido, Alemania u Holanda, donde existía desde antiguo un cierto pluralismo religioso, y no constituye un privilegio de la Iglesia católica, sino un derecho reconocido a todas las confesiones. Por otra parte, me parece que el modelo de escuela aconfesional es el más respetuoso con las creencias religiosas y morales, y el más adecuado para afrontar el reto de la sociedad multicultural que está en trance de constituirse en nuestro país.

En efecto, cuando Jules Ferry implantó el laicismo en Francia lo hizo invocando la necesidad de crear un código moral común que permitiese superar la división religiosa. A partir del presupuesto de la separación entre fe y razón -que, como buen hugonote, consideraba incompatibles entre sí-, e inspirándose en el positivismo comtiano, afirmó la necesidad de crear una nueva moral -sin principios a priori, fueran éstos religiosos o metafísicos-, basada en el consenso social, que se constituirá inevitablemente, una vez desterrados los caducos prejuicios teológicos y filosóficos, en virtud de la acción conjunta de la razón científica y el sentimiento social natural en el hombre.



Sin embargo, la evolución posterior de la civilización occidental ha seguido en gran medida una dirección opuesta a la prevista y deseada por Ferry y el racionalismo. Sin duda ha tenido lugar una convergencia real de las diversas ideologías políticas, pero en el ámbito de la ética lo que se ha producido es un incesante proceso de divergencia. El consenso moral se ha reducido en Francia -al igual que en el resto de las sociedades occidentales- a una ética de mínimos, que se caracteriza además por una acusada tendencia a recluirse en el estrecho marco de lo legal y lo estrictamente político. Puede que a mi interlocutor esta situación le parezca benéfica, pero en mi opinión lo único que así se logra es empobrecer la educación. En lugar de desarrollar en las personas amplias y sólidas convicciones, sean estas morales o religiosas, lo que hemos conseguido es formar multitud de hombres escépticos, en opinión de los cuales la ciencia apenas demuestra nada y las normas morales se reducen a las vagas enunciaciones de los derechos humanos. Es posible que muchos ciudadanos piensen que ese debe ser el fin de una educación «democrática», pero yo me resisto a creer que la fidelidad a un credo moral o religioso concreto sea incompatible con una actitud de tolerancia.

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