lunes, 18 de julio de 2011

La iglesia y la autoridad eclesial que quiso el Concilio.

El Concilio quiso una Iglesia, comunidad de comunidades, en la que todos son y se sienten responsables, porque pueden participar y de hecho participan en su pequeña comunidad en lo que se piensa , se dice y se decide. Una Iglesia que todos por igual sienten y viven como propio, como algo que les concierne vivamente y en lo que se sienten comprometidos. Una Iglesia en la que el clero no acapara y menos monopoliza el poder de pensar, de decir y de decidir

No se puede decir que la Iglesia va bien porque en ella haya un Papa ejemplar y clarividente que arrastra con su ejemplo, su poder de convocatoria, la excelencia de su doctrina o el vigor con que impone sus decisiones. Ni tampoco es más bella porque los Obispos que se nombran son hombres de gran calidad espiritual, teológica y humana. Y menos depende de la bondad de sus sacerdotes y religiosos. Todos ellos son necesarios pero la Iglesia irá bien en la medida en que haya más y mejores cristianos creyentes. Hombres libres, que aman y trabajar por hacer presente el Reino.

En una comunidad que se llame cristiana no puede haber unos por encima de otros, unos que mandan y otros que obedecen. Todos somos por igual sacerdotes, profetas y reyes Tendrá que haber siempre, como en todo grupo humano, quien oriente, guíe, coordine, presida... pero siempre desde una actitud de servicio a la comunidad, nunca jamás, bajo ningún concepto, como el que ordena y manda, como el amo del cortijo.

La obediencia y el consiguiente sometimiento, no ya sólo a Dios, sino además a un ser humano al que hay que aceptar como «voz de Dios", mande lo que mande (con tal de que lo que mande no sea pecado), es lo más opuesto al sentido de la libertad y responsabilidad inalienable que hoy tiene el común de los mortales.

En la Iglesia habrá más libertad, no en la medida no que los la dirigen y gobiernen nos la vayan concediendo en asuntos concretos, sino en cuanto los cristianos seamos capaces de vivir en la libertad de los hijos de Dios y obrar en consecuencia No hemos entendido lo más nuclear del Concilio cuando aceptamos sin más, que los que entienden y saben de Dios y los que tienen capacidad de tomar decisiones en cuestiones de Iglesia son los Obispos y los sacerdotes, y que los laicos lo que tienen que hacer es aprender, aceptar, obedecer y cumplir.

Somos muchos los creyentes que dan más importancia a la observación de la leyes, a la fidelidad a unos superiores, a lo que dice el cura, el obispo... que a la fidelidad a la propia conciencia y al cariño entre las personas y crean así a su alrededor ambientes, no de vida, sino de muerte..

En la Iglesia todo poder que pretenda utilizarse para cosas que vayan en contra del Evangelio, que no sirve para asegurar el respeto a las personas, los derechos humanos de las personas , la dignidad de cualquier persona, no puede ser un poder que viene de Dios y no podemos sentirnos obligados a aceptar sus exigencias.

El Concilio dijo que nos unifica a todos por igual en la Iglesia es la libertad. Pero no una libertad cualquiera sino "la libertad de los hijos de Dios", es decir, de la libertad "que rechaza todas las esclavitudes y respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión". Es una libertad que "se enfrenta a las incontables esclavitudes que oprimen a las personas en la Iglesia y en el mundo contemporáneo" "No es una libertad que se nos da, sino más bien una libertad que conquistamos, que brota desde dentro de uno mismo, de la propia conciencia". No es una libertad para "hacer lo que nos da la gana" sino para "luchar contra todas las formas de esclavitud que oprimen a los seres de este mundo" Libertad que brota de la "dignidad de la conciencia y de su decisión libre" no de preceptos y obligaciones impuestos por otras personas.

Y estamos favoreciendo el clericalismo cuando nos preocupa el denunciar al Papa, a los obispos, al párroco. Cuando nos quejamos y les culpabilizamos, porque creemos que son ellos quienes tienen que ir cambiando las cosas. Con ello lo que conseguimos es hacerlos el centro, lo más importante en la Iglesia, les damos una importancia que el Concilio no quiso que tuvieran en el Pueblo de Dios. .

Favorecemos igualmente una Iglesia clerical cuando luchamos porque las mujeres sean sacerdotes o los curas casados vuelvan al rol y al puesto que dejaron, pues con ello lo que se consigue es potenciar el sistema clerical existente. Más que más clérigos, se necesitan hombres y mujeres capaces de crear, presidir, animar, formar, coordinar... pequeñas comunidades de creyentes..

El poder religioso pertenece a ese tipo de poderes, de autoridad, que aceptamos de forma voluntaria y libre, porque es algo que le queremos dar a personas concretas por motivaciones generalmente religiosas. El que tiene poder religioso lo tiene para las personas que por motivaciones religiosas o por otras motivaciones le dan ese poder. Y no tiene poder ni autoridad para el que no es religioso o tiene otras motivaciones personales que le quitan ese poder. Por ello a todo lo que nos llegue desde el poder hay que ponerle interrogantes, porque es muy posible que los intereses del poder estén deformando el mensaje

El cristiano tiene en este tema un principio incuestionable: ninguna autoridad tiene poder ni autoridad para mandar cosa alguna, que esté en contra del mensaje de Jesús. Nadie tiene en la Iglesia poder ni autoridad para mandar o disponer nada que esté en contra del Evangelio. Consecuentemente cuando estoy obedeciendo, aceptando, siguiendo lo que en un momento determinado me dice una autoridad religiosa que creo que está en contra del Evangelio le estoy concediendo un poder que no tiene. Cuando estoy colaborando en movidas de Iglesia que están en contra de lo que nuclear e indiscutible en el Evangelio soy tan culpable como ellos en que esa situación se mantenga.

Lo decisivo hoy es que, efectivamente, haya personas en la .Iglesia que vivan de tal manera que, por su misma forma de vivir, representen una interpelación, una llamada y un estímulo para el común de la gente. Ése fue el papel que cumplieron los mártires y las vírgenes en la Iglesia primitiva. A partir del siglo IV, fueron los monjes del desierto y más tarde las grandes órdenes religiosas en sus diversas formas y según el carisma de cada grupo. En este sentido, se puede y se debe decir que la vida religiosa es ahora más necesaria que nunca.

Cuando los grandes ideales, las grandes palabras, los grandes relatos y las utopías se hunden, arrasados por el huracán de la globalización y por la posmodernidad, se hace más apremiante que nunca la presencia, en la sociedad y en la Iglesia, de personas que digan algo distinto, radicalmente distinto, de las consignas que nos dicta a todas horas el «pensamiento único», esa forma de ver la vida que lo ha reducido todo a mercancía, bienestar y satisfacción plena, sin otro horizonte que la garantía de estar siempre como estamos. o mejor de lo que estamos, con tal de no salirse de lo establecido, resignadamente acomodados al sistema que se nos ha impuesto. Desde este punto de vista, la vida religiosa, con los tres votos de castidad, pobreza y obediencia y o sin ellos, tendrían que constituirse por grupos de personas libres, con la libertad de los hijos de Dios, que se quieren y quieren de verdad, y que hacen de su vida un grito de protesta - en la Iglesia y en la sociedad -, contra las incontables formas de agresión contra la vida y la esperanza que se cometen a diario por todas partes.

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