Por Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional
Majd al Kurdy era miembro de la sección del Partido Baás, partido gobernante en Siria, en la pequeña localidad de Tell Kalakh, cerca de la frontera con Líbano.
Un día de mayo, en una manifestación contra el gobierno, cogió un megáfono y dijo a la multitud “¡Os anuncio que dimito del corrupto Partido Baás!”
Días después, el 17 de mayo, fuerzas sirias sacaron a Majd a rastras de la vivienda en la que se ocultaba. Pasaron dos semanas hasta que su familia tuvo noticias suyas.
Las autoridades les entregaron el cadáver de Majd en un saco de nailon. Estaba claro que antes de morir lo habían torturado. Su rostro estaba gravemente desfigurado y presentaba cortes en el pecho y los muslos y lo que parecían heridas de bala en la parte posterior de las piernas.
Majd al-Kurdy fue torturado y asesinado por las autoridades en mayo © Private
Teniendo en cuenta los indicios de que el gobierno de Bashar al Assad ha cometido crímenes de lesa humanidad y sigue haciéndolo mientras continúa desplegando tanques en las ciudades que encabezan las protestas, la incapacidad que sigue demostrando el Consejo de Seguridad de la ONU para reaccionar adecuadamente a esta matanza resulta profundamente frustrante y descorazonadora.
Aunque ya han muerto más de 1.500 personas en los ataques que lanzan desde hace varios meses las fuerzas de seguridad del presidente Al Assad contra manifestantes en su inmensa mayoría pacíficos, la única reacción del Consejo de Seguridad de la ONU hasta la fecha ha sido aprobar una “declaración de la Presidencia” no vinculante.
La declaración condena las violaciones generalizadas que está cometiendo el régimen sirio, pero dista mucho de ser lo que realmente se necesita, pues se limita a instar al presidente sirio a cumplir su declarado compromiso de reforma.
La impotencia del Consejo en relación con Siria contrasta marcadamente con la manera rápida y contundente con que actuó en el caso de Libia. De hecho, han sido las consecuencias de su resolución sobre Libia lo que ha paralizado al Consejo.
China y Rusia, miembros permanentes del Consejo, a los que se han sumado tres miembros temporales –Sudáfrica, Brasil e India–, afirman que los miembros del bloque occidental se han excedido en el mandato de la resolución 1973 sobre Libia al dar su apoyo a la oposición y pedir un “cambio de régimen” en Trípoli.
Temen que los miembros que propugnan un proyecto de resolución sobre Siria bastante débil –principalmente Reino Unido y Francia– quieran hacer lo mismo con Damasco, y se han comprometido a impedírselo, lo que de hecho ha permitido al régimen sirio seguir reprimiendo a la población.
Pero, ¿por qué motivo debe la población siria pagar el precio –en vidas, personas desplazadas, tortura y otros malos tratos– de esta disputa política entre miembros del Consejo?
Es totalmente legítimo cuestionar las intenciones que subyacen a toda medida respecto a Siria propuesta por Francia, Reino Unido, Estados Unidos y otros países, pero no cabe la menor duda de que hay que hacer algo –y hacerlo ya– para poner fin a la matanza en Siria.
Si sospechan que los países occidentales tienen intenciones ocultas, es responsabilidad de países como Sudáfrica, Brasil e India –Estados que aspiran a formar parte del liderazgo mundial– colaborar con otros miembros del Consejo para tratar de asegurarse de que cualquier resolución que se adopte sirva únicamente para proteger a la población civil.
Hasta la fecha, sin embargo, los tres miembros temporales –por no hablar de China y Rusia, que tienen sus propios motivos para vetar la actuación del Consejo de Seguridad en Siria– no han propuesto ninguna alternativa digna de crédito y se niegan incluso a debatir el texto del proyecto de resolución.
No es una casualidad que la atención se haya centrado en Sudáfrica, Brasil e India. Los tres pertenecen al grupo de países BRICS, junto con China y Rusia, cuya influencia va en aumento. A diferencia de los dos últimos, Sudáfrica, Brasil e India son democracias dinámicas. Su historia reciente está marcada por las luchas populares en favor de las libertades y los derechos humanos, de las que muchas personas que ocupan cargos de responsabilidad en los tres países se acuerdan o en las que incluso participaron.
Los tres ocupan una posición privilegiada para marcar un rumbo independiente en el Consejo de Seguridad. Tienen suficiente fortaleza para resistir las presiones económicas y políticas ejercidas por los países que tradicionalmente han regido el destino del mundo y tienen sus propias aspiraciones a nivel regional, e incluso mundial.
Como sociedades libres y abiertas a las que no se puede acusar de albergar intenciones neocolonialistas, gozan sin lugar a dudas además de mayor credibilidad y legitimidad al defender los derechos humanos de las personas allí donde se conculcan.
Si diesen su apoyo a una resolución del Consejo sobre Siria que dejase claro a Al Assad y las personas de su entorno que no se librarán de responder ante la justicia por sus crímenes, a China y Rusia les resultaría mucho más difícil desde un punto de vista político hacer uso de su derecho a veto.
Hasta el momento, sin embargo, Sudáfrica, Brasil e India no han ejercido el liderazgo que muchos esperaban de ellos.
Mientras la situación en Siria sigue agravándose hasta el punto de que actores fundamentales como la Liga Árabe, el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo Pérsico y ahora el gobierno de Arabia Saudí se hayan manifestado públicamente en contra de los homicidios que se están cometiendo en Siria, la pregunta sigue siendo si estos tres países seguirán cerrando filas con Rusia y China.
No deben hacerlo. Ahora es el momento de que Sudáfrica, Brasil e India, juntos o por separado, se manifiesten abiertamente. Deben demostrar al mundo que pueden actuar en el Consejo como voces fuertes e independientes y que lo harán, defendiendo internacionalmente derechos que su propia ciudadanía debe disfrutar y que consideran universales. No deben fallar la prueba que representa Siria.
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