jueves, 15 de marzo de 2012

El conflicto musulmán, signo del Apocalipsis… ¿para quién?

Jean Flori, El Ilam y el fin de los tiempos. La interpretación profética de las invasiones musulmanas en la cristiandad medieval. Traducción de Ana Isabel Carrasco Manchado. Akal, Madrid, 2010. 384 pp. 34 €



La oleada de "espontáneas" revoluciones en el Norte de África ha desatado muchos temores en Europa. No es para menos, incluso si prescindimos del petróleo. El mundo islámico, en movimiento y sin temor a la violencia, nos da miedo. No es que sean más fuertes, es que creen en lo que hacen, y su despertar coincide con nuestra parálisis. No es exactamente que no seamos capaces de hacer algo, es que no sabemos qué hacer y tenemos ante nosotros masas humanas que encarnan algo absolutamente opuesto a lo que somos, al menos desde ciertos puntos de vista.

Ahora bien, esto no es la primera vez que pasa. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial el belga Henri Pirenne explicó, en Mahoma y Carlomagno, que la Edad Media empezó de verdad cuando la invasión musulmana rompió la unidad del Mediterráneo y cambió radicalmente la visión que los cristianos, tanto occidentales como orientales, tenían de sí mismos y del mundo. Las masas del Sur, en su poder físico y en su alteridad, nos han servido ya más de una vez de espejo y de causa de reflexión.

El gran medievalista Jean Flori, oportunamente editado por Akal en la serie que dirige José Manuel Nieto Soria, se ha lanzado a un estudio que pocos más podrían haber cumplido con éxito. A partir de las fuentes clásicas, bíblicas, patrísticas y doctrinales, ha analizado cómo han ido viendo los europeos –los cristianos, entonces- el mundo y su final, y cómo influyó en ciertos momentos el Islam y el enfrentamiento con él en la comprensión europea del mundo.

Los cristianos, por definición, siempre han sabido que el mundo terminará, y en general no han visto ese final como un mal sino como una necesidad. Lo cierto es que la aparición del Islam y distintos momentos de su exitosa expansión fueron vistos por algunos como anuncios del fin de los tiempos, anticipo apocalíptico de los duros tiempos de sufrimiento que precederán la segunda y gloriosa venida de Jesucristo.

Leer el libro de Flori es, sin duda, de gran interés para comprender cómo y por qué nosotros nos vemos a nosotros mismos de determinada manera, en la medida en que somos parte, o consecuencia, de aquella civilización cristiana. El estudio escatológico de Flori parte de antes de San Pablo y llega hasta el final de las Cruzadas, y tiene como hilo conductor el debate secular sobre los anuncios y las consecuencias terrenos del fin de la historia. Hay que entender que Mahoma y sus sucesores forzaron sucesivas aceleraciones de esa reflexión, puesto que la aparición de una gran civilización no cristiana, que sometió a millones de cristianos y grandes espacios antes cristianos, incluyendo los Santos Lugares, obligó a renovar lo que hasta entonces se consideraban análisis ciertos de los tiempos por venir. Y así una y otra vez.

Pocos como Flori entienden hoy el entorno doctrinal de la Primera Cruzada, por ejemplo. Cuando hoy se habla con pavor de las revoluciones en el mundo islámico, sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque éste no haya cambiado en lo esencial desde el siglo XI e incluso desde el VII, nosotros sí hemos cambiado. El miedo de hoy a que termine el mundo como lo hemos conocido tiene en común con el de entonces el abismo imprevisto que vemos abrirse, pero no tiene nada que ver con la escatología cristiana, en el fondo siempre trascendente y siempre optimista. Europa hoy, en la medida en que no es cristiana en el sentido en que lo fue, no comparte aquel sentido trascendente del miedo, ni aquel optimismo; esto lo ha explicado, siendo por cierto acusado de filoislámico, por el historiador católico Franco Cardini.

Flori es una lectura poco probable en los despachos de nuestros líderes militares y diplomáticos; pero sería una buena sugerencia, ya que permitirá entender por qué, aunque desde el Sur puede venir algo similar a lo que ya vino, desde Europa la respuesta, como la misma comprensión de las cosas, nunca será para nada la que fue. Nuestros guerreros de hoy no creen comunitariamente en su derecho y deber de matar y morir por las mismas razones que lo hicieron sus antepasados de Covadonga o de Hattin, lectores de la Crónica Profética asturiana o invocadores de la fe como verdad absoluta. Es bueno comprender como fuimos para saber por qué no somos así y todas las diferencias entre el miedo de hoy y el de ayer.

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