A la fe cristiana nada humano es ajeno, y la crisis económica está siendo una cruz para la humanidad que lógicamente busca liberarse. Por eso no puedo ser indiferente a las soluciones políticas que se vayan dando ni a las reacciones en la población, pues lo que está en juego es un valor innegociable: la vida y la dignidad de los seres humanos.
Es evidente que si hemos gastado más de lo que producimos, tengamos que adelgazar y ajustarnos el cinturón. En esto podemos estar de acuerdo. Pero la perplejidad y el interrogante llegan cuando los recortes necesarios dan como resultado mayor enriquecimiento de los ricos y el aplastamiento de los más pobres. En ese caso la racionalidad política, que sin duda tiene su legítima autonomía, no es de recibo por inhumana. Es inaceptable para cualquier ética humanista y más aún para quienes confesamos un evangelio que implica “el profundo estupor ante la dignidad del ser humano”, al que deben servir todas las mediaciones y organizaciones sociales. El interrogante cabe también aunque la reforma laboral sea hecha por un gobierno que ha logrado voto mayoritario de confianza. Ese voto no priva ni dispensa, más bien supone, que los ciudadanos sigan pensando por su cuenta, disciernan y juzguen sobre las decisiones que dicho gobierno vaya tomando. Es postulado elemental de la verdadera democracia.
No hace falta especial agudeza para darse cuenta que la crisis económica es una crisis de codicia. Hay en el fondo una ideología perversa y una jerarquía de valores inhumana: en aras de un mayor beneficio las personas son medidas por su rentabilidad y se depreda irreverentemente la realidad creada que tenemos a nuestro alcance. Esta forma de ver la situación permite sospechar que lo que nos está ocurriendo no es efecto sólo de una crisis en el sistema del neoliberalismo económico, sino de una crisis del sistema tal como viene funcionando. Crisis que no se arregla sólo con el cambio de estructuras, que será poco menos que inútil si no vamos cambiando de corazón y procesando nuestra forma de vivir según otra jerarquía de valores: centralidad de la persona humana, compartir con los demás lo que somos y tenemos, ejercer el poder como mediación del amor. Será una trampa que tanto neoliberales como socialdemócratas actúen pensando que la crisis es sólo en el sistema y no del sistema.
Escuché no sé en qué tertulia de radio que la proyectada huelga general vendrá convocada desde dos instancias: por un lado los sindicatos, y por otro los indignados. Mientras los primeros corren peligro de funcionar sólo como si se tratara de una crisis del sistema. Los segundos apuntan confusamente más allá: la ideología y la jerarquía de valores en que viene procediendo la organización de la economía son inhumanas y hacen imposible caminar hacia la democracia real.
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