lunes, 26 de marzo de 2012

EL MOVIMIENTO CARISMÁTICO EN LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA.

F. J. Kerkhof (pastor protestante)


Carisma y su plural carismata son palabras griegas derivadas
de caris que significa: favor, don. En el Nuevo Testamento,
carisma viene a significar generalmente: gracia,
don-de-Dios; y en especial: la-salvación-en-Cristo.
Hoy día, respecto a estos dones se piensa casi exclusivamente
en los dones del Espíritu. Nuestro Salvador dijo
acerca de ellos, entre otras cosas, lo siguiente:
“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que
esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad...”
(Jn. 14: 16-17).
Y en el versículo 26, añade: Mas el Consolador, el Espíritu
Santo... os enseñará todas las cosas, y os recordará
todo lo que yo os he dicho”.
A este respecto, el Prof. Dr. J. A. C. van Leeuwen escribió:
‘Todo lo que el Espíritu Santo, en el reino de la regeneración
toma de la plenitud del Mediador para regalarlo
a su Iglesia, es carisma. En la primera juventud de la Iglesia
había en ella carismas extraordinarios que en siglos posteriores,
cuando la corriente que caía de las alturas buscó
en la llanura cauce más tranquilo y ancho, parecieron disiparse
o detenerse. Sin embargo, ¿qué carismas se encuentran
allí? Esto deberá ser siempre su señal característica y pie-
dra de toque, según los cuales también Pablo mide su valor,
por si sirven para un orden, es decir, para edificación de la
Iglesia, o por si están subordinados al que es el más excelente
de todos los carismas: el amor”


Presencia del Espíritu
En la Iglesia de los primeros tiempos, lo característico
era la clara presencia del Espíritu Santo. Un solo ejemplo:
Santiago, uno de los cuatro hermanos de Jesús, dirigió la
consulta celebrada en Jerusalén en relación con problemas
en torno a estas cuestiones: ¿Qué exigencias debían ser
presentadas a los cristianos conversos del paganismo, respecto
al cumplimiento de la Ley de Moisés y, concretamente, de
la circuncisión?
En la respuesta a Antioquía -la iglesia misionera-, entre
otras cosas, se dice:
“...Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no
imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias:
que os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos, de sangre,
de ahogado y de fornicación...” (Hch. 15: 28-29).
La donación del Espíritu Santo hecha por Dios, fue un
testimonio de la vocación de los gentiles (Hch. 18: 8). A esta
asamblea había precedido la vocación y envío de Pablo y
Bernabé por el Espíritu Santo. Esto está así de claro en Hechos
13: 2-4. Y, para no hacer más citas, recuérdese cómo el
Espíritu Santo, en el segundo viaje misionero, movió a Pablo
y a sus acompañantes para que a través de Asia Menor llegasen
a Troas, y de allí ir por barco hacia Macedonia, y
entrar en Europa.
En aquellos años y durante el siglo I, el Espíritu Santo
tenía la dirección en la Iglesia. Aún no había acuerdos de
convivencia eclesial, ni comisiones e instrucciones de evangelización,
ni fórmulas o comisiones de gestión y adminis-
tración. Esta dirección era, por lo general, muy directa: El
Espíritu Santo decía e impedía.
En aquel tiempo, había muchas diferencias entre las
iglesias en tradiciones, liturgia, preceptos e interpretación.
Esto último no debía inquietar, pues en aquellos años muchas
personas no tenían un conocimiento completo de la doctrina
de Jesús.
En Éfeso, Pablo encontró a Apolos de Alejandría, “poderoso
en las Escrituras. Éste había sido instruido en el camino
del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba
diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente
conocía el bautismo de Juan” (Hch. 18: 24-25).
Entonces Priscila y Aquila explicaron más detalladamente
a Apolos el camino de Dios. Así ocurría en aquellos días.
Por los informes en el libro de los Hechos, parece que los
Apóstoles actuaban con gran autoridad. Por lo cual, en su
regreso a Antioquía, “desde donde habían sido encomendados
a la gracia de Dios para la obra que habían emprendido”
(Hch. 14: 26), pudieron constituir ancianos en muchas iglesias
(Hch. 14: 23). Allí no venía a cuento tal o cual posición de
número o elección.


La predicación: sellada con señales
Los primeros decenios de las iglesias cristianas primitivas,
fundadas en torno al Mar Mediterráneo y en Europa
estuvieron llenos de milagros y señales que acompañaban
a la predicación de los Apóstoles, y la prestaban un
poder especial. Esto era evidentemente necesario porque
junto a la oposición al Evangelio por parte de los pueblos
paganos, también Israel se oponía a la doctrina de Jesús.
En 1 Co. 14: 22 se comunica que el hablar en lenguas era
especialmente una señal para aquellos judíos que no aceptaban
a Jesús como Mesías.
Desde grupos carismáticos y pentecostales llega frecuentemente
la afirmación de que este hablar en lenguas sirve
para edificación de la iglesia, y que es la prueba de haber
recibido el bautismo del Espíritu. A este respecto, Pablo
habló de otra manera. La Escritura dice en 1 Co. 14: 22:
“Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes,
sino a los incrédulos”.
Pablo fundamenta esta enseñanza en el versículo anterior:
“En la ley está escrito: “En otras lenguas y con otros
labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice
el SEÑOR”.
Los traductores de la Biblia se refieren en este texto a
Isaías 28: 11-12, donde el profeta increpa a los líderes de
Jerusalén. Así pues, cuando Pablo en 1 Co. 14: 21 habla
de este pueblo, se está dirigiendo a los oyentes judíos como
los incrédulos del versículo 22. Para ellos era esta señal
de hablar en lenguas. Para los otros incrédulos e indoctos
del versículo 23, quienes consecuentemente no pertenecen
a “este pueblo” y por tanto son paganos, este hablar en lenguas
no tenía ningún significado.
En Hechos 2 se relata detalladamente el acontecimiento
como “un estruendo de un viento recio”, y “lenguas como
de fuego” que acompañan al hablar en lenguas. Ciertamente
15 lenguas o idiomas se oyeron, y todos los oyentes son
judíos y judaizantes, y ese hablar en muchas lenguas, no
necesario para los judíos, es una señal de que esta salvación
que anuncia Pedro, también estaba destinada para los
demás pueblos. Todo el que invoca el Nombre del SEÑOR
es hecho salvo (Hch. 2: 21); no sólo los hijos, las hijas y
los jóvenes, etc. (Véase Joel 2: 28-32). La promesa pertenece
a Israel, a todos los judíos, pero también a todos los
que, en cuanto a tiempo y lugar, aún están lejos, a tantos
como el SEÑOR nuestro Dios llamará. Ahora todos los judíos
podían saber esto: ¡Todas aquellas lenguas e idiomas significaban
que los pueblos pertenecen a los destinatarios
de las promesas del SEÑOR!


Vocación de los gentiles
Más tarde, en los años posteriores a Pentecostés, ya se
habló mucho más claramente acerca del misterio de la
vocación de los gentiles. Véanse, por ejemplo, las cartas
de Pablo a los Romanos, Corintios, Efesios y Colosenses.
Es un asunto notable y extraño que prácticamente todos
los grupos pentecostales y carismáticos consideren este hablar
en lenguas de una manera que está en pugna con la enseñanza
de 1 Corintios, cap. 14.
Junto a esto, también se debe decir que el actuar en fe
con la enseñanza de la Sagrada Escritura respecto al Espíritu
Santo es frecuentemente muy pobre y escaso en las
iglesias reformadas. Es preciso suplicar mucho más, para
que el SEÑOR, por medio del Consolador que ha enviado
en nombre de su Hijo, nos quiera recordar todo lo que el
Salvador nos ha dicho a nosotros y para nosotros, y lo que
está escrito en su Palabra.


Organización en las iglesias
Al final del siglo I de nuestra era, surgió más organización
en las iglesias. Los cargos o ministerios obtienen más
peso; la enseñanza y la liturgia se hicieron cada vez más
uniformes.
Las persecuciones contra los cristianos reforzaron la
tendencia mencionada en las iglesias. A lo largo del siglo
II, las iglesias adquieren más la forma episcopal de dirección.
El significado del carisma disminuye fuertemente. La
Iglesia, en medida creciente, se apoya en el poder secular, ya en el Imperio
Romano Occidental, o bien en el Imperio Romano Oriental.
En Occidente, el latín formó un factor de unidad, así
como el griego en Oriente.


En América, a principios del siglo XX, las iglesias tuvieron
un avivamiento. Este fue especialmente el caso de
la Iglesia Romana en Estados Unidos y en Canadá, extendiéndose
esa efervescencia paulatinamente sobre otras partes
del mundo.
En los círculos romanocatólicos de esos países se habla de un
despertamiento, renovación o movimiento carismático.
Este movimiento provee y satisface una necesidad, especialmente
del hombre algo más desarrollado intelectualmente,
de religiosidad y de emoción religiosa. En este tiempo,
a esto se lo designa preferentemente como espiritualidad.


Juan XXIII y la renovación carismática
El Movimiento Carismático dentro de la Iglesia Romana
en España se puso en marcha después que el entonces
Papa Juan XXIII, en su mensaje de Navidad de 1958, hubiera
dado sugerencias al respecto. Pues, comentando las
felicitaciones que había recibido por su elección al Sumo
Pontificado Romano, escribía:
“Lo que provoca diversas formas de admiración en torno
a nuestra persona se debe a una renovada efusión de
la gracia del Espíritu Santo, que está suscitando constantemente
diversas formas carismáticas”.
En enero de 1959 habló del Concilio que pensaba convocar.
Suya es esta oración que compuso como preparación
espiritual de la Iglesia a la labor del Concilio Vaticano
II:


“Repítase en el pueblo cristiano el espectáculo de los
Apóstoles reunidos en Jerusalén, después de la ascensión
de Jesús al cielo, cuando la Iglesia Naciente se encontró
unida en comunión de pensamiento y de plegaria con Pedro
y en torno a Pedro, pastor de los corderos y de las ovejas.
Dígnese el Divino Espíritu escuchar de la forma más consoladora
la plegaria que asciende a Él desde los rincones
de la tierra. Renueva en nuestro tiempo los prodigios como
de un nuevo Pentecostés, y concede que la Santa Iglesia,
permaneciendo unánime en la oración, con María, la Madre
de Jesús, y bajo la dirección de Pedro, acreciente el
Reino del Divino Salvador, Reino de Verdad y Justicia, Reino
de amor y de paz”.


Pablo VI convoca un año santo
En Pentecostés de 1973, el Papa Pablo VI convocó a la
Iglesia para celebrar por todo el mundo un Año Santo; y
escribió:
“Todos nosotros debemos ponernos a barlovento del soplo
misterioso, si bien ahora en cierto modo identificable, del
Espíritu Santo. No carece de significado el hecho de que
precisamente en el día feliz de Pentecostés, el Año Santo
despliegue sus velas en cada una de las iglesias locales, a
fin de que una nueva navegación, un nuevo movimiento
pneumático, esto es carismático, impulse en una única dirección
y en concorde emulación a la humanidad creyente
hacia las nuevas metas de la historia cristiana, hacia su
puerto escatológico”.


Primera conferencia internacional
Del 8 al 12 de octubre de 1973 tuvo lugar la Primera
Conferencia Internacional de líderes del Movimiento Ca-
rismático. Hubo 120 dirigentes procedentes de 34 países.
Dos eran obispos. La Conferencia trató estos temas: Comunicación
y unión, liderazgo responsable, preparación para
el Bautismo en el Espíritu Santo, y unidad a nivel de cada
país. Hubo varios seminarios y mesas redondas, y se elaboró
un documento, cuya publicación fue aprobada por la
Congregación para la Defensa de la Fe. En un principio,
parecía que Pablo VI no prestaba atención a esta Conferencia;
pero, para gozo de los participantes, una delegación
de 13 participantes fue recibida por el Papa; y su discurso
fue publicado al día siguiente en “El Osservatore Romano”.
Aquí siguen algunos puntos destacados por el Papa
en el Movimiento Carismático:
- “El gusto por una oración profunda, personal y comunitaria.
- Un retorno a la contemplación y un énfasis puesto en
la alabanza a Dios;
- el deseo de entregarse totalmente a Cristo;
- una grande disponibilidad a las inspiraciones del Espíritu
Santo;
- una frecuentación más asidua de la lectura de la Escritura;
- una abnegación fraterna;
- la voluntad de prestar una colaboración a los servicios
de la Iglesia”.
Un poco más adelante, manifiesta:
“La vida espiritual consiste, ante todo, en el ejercicio
de las virtudes de fe, de esperanza y de caridad. Ella encuentra
en la profesión de su fe su fundamento”.
“Esta vida espiritual ha sido confiada a los pastores de
la Iglesia para que la mantengan intacta y ayuden a desarrollarla
en todas las actividades de la comunidad cristiana.
La vida espiritual de los fieles está, pues, bajo la responsabilidad
pastoral activa de cada obispo en su propia
diócesis. Esto es particularmente oportuno recordarlo en
presencia de estos fermentos de renovación que suscitan tantas
esperanzas”.
“Por otra parte, aun en las mejores experiencias de renovación,
la cizaña puede mezclarse con el buen grano. Por
lo tanto, una obra de discernimiento es indispensable; la
cual corresponde a aquellos que tienen esta misión de la
Iglesia: les toca especialmente “no extinguir el Espíritu, sino
probarlo todo, y quedarse con lo bueno” (1 Te. 5: 12, 19-
21). De este modo progresa el bien común de la Iglesia al
cual se ordenan los dones del Espíritu (1 Co. 12: 7)”.
“Haremos oración para que seáis llenos de la plenitud
del Espíritu, y viváis en su alegría y su santidad. Pedimos
vuestra oración y os recordamos en la Misa”.


Primer Pentecostés
El 10 de octubre de 1974, cuando en Roma se celebraba
el Sínodo de los obispos, el Papa Pablo VI se refirió a
la Renovación Carismática. En esos días había aparecido
el libro del Cardenal Suenens, titulado “¿Un Nuevo Pentecostés?”
El Papa lo mencionó explícitamente, y completó
el texto que llevaba escrito, con una extensa improvisación,
toda ella grabada y difundida por la Radio Vaticana. Aquí
siguen unos párrafos:
“La Iglesia vive por la infusión del Espíritu Santo, infusión
que llamamos gracia, es decir, don por excelencia,
caridad, amor del Padre comunicado a nosotros en virtud
de la Redención realizada por Cristo, en el Espíritu Santo.
Recordemos la síntesis de San Agustín: “Lo que el alma
es en el cuerpo del hombre, esto es el Espíritu Santo para
el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”... El Espíritu habita
en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un
templo; y en ellos ora y da testimonio de su adopción
filial. Introduce a la Iglesia en la verdad total, la unifica
en la comunión y en el ministerio, la edifica y la dirige
con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la adorna
con sus frutos. Con la fuerza del Evangelio la rejuvenece
e incesantemente la renueva...” (Encíclica “Lumen
Gentium”, 4).


Un Nuevo Pentecostés
“Lo que ahora nos urge afirmar es la necesidad de la
gracia, es decir, de una intervención divina que supere el
orden natural, tanto para nuestra salvación personal como
para el cumplimiento del plan de redención en favor de
toda la Iglesia y de la humanidad a la que la misericordia
de Dios llama a la salvación... La necesidad de la gracia
supone una carencia imprescindible por parte del hombre,
supone la necesidad de que el prodigio de Pentecostés tenga
que continuar en la historia de la Iglesia y del mundo, y
ello en la doble forma en la que el don del Espíritu Santo
se concede a los hombres:
Primero, para santificarlos; esta es la forma primaria e
indispensable por la que el hombre se convierte en objeto
de amor de Dios.
Pero ahora yo diría que la curiosidad -una curiosidad
muy legítima y muy hermosa- se fija en otro aspecto. El
Espíritu Santo cuando viene, otorga dones. Conocemos ya
los siete dones del Espíritu Santo. Pero da también otros
dones que ahora se llaman... bueno, ahora... siempre, se llaman
carismas. ¿Qué quiere decir carisma? -Quiere decir: don,
una gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otro,
para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría
para que llegue a ser maestro, y recibe el don de los
milagros para que pueda realizar actos que, a través de la
maravilla y la admiración, llamen a la fe”.


No es mi intención recorrer la historia del Movimiento
Carismático en la Iglesia Romana. Mediante las citas de
algunos de sus documentos oficiales, quise que nuestros
lectores se dieran cuenta de la importancia de este tema.
Yo mismo me sorprendí de su línea de pensamiento y del
uso que hacen de la Palabra de Dios, frecuentemente muy
bíblicos.
Ahora quiero, mediante unas cortas indicaciones, dejar
constancia de aquello que en la Iglesia Romana, anualmente
desde 1967, en este tema del Movimiento Carismático llamó
tanto la atención especialmente en América, y que tuvo
un efecto irradiante en todo el mundo de habla española.


Movimiento Carismático Católico Romano: cronología


1967. Alumnos y profesores de la Universidad de Duquesne
en Pittsburgh, EE.UU. asisten a un retiro espiritual bajo
el lema “Los Hechos de los Apóstoles”. En la tarde del 18
de febrero y tras unas jornadas intensas de oración, sienten
una especial presencia de Dios. Esa noche los asistentes
al Retiro reciben el bautismo del Espíritu Santo. Esta
gracia se propaga rápidamente a la Universidad de Notre
Dame en South Bend, Indiana, y a otros campos universitarios.
Cincuenta personas asisten ya al primer congreso
nacional de la Renovación Carismática de Notre Dame.


1968. Se empiezan a formar grupos de oración carismática
católicos en muchos puntos de los Estados Unidos, especialmente
en el medioeste y en el nordeste. El movimiento
pentecostal católico se extiende a Francia y a Canadá.
La Carta Pastoral, “Pastoral Newsletter”, comienza a difundirlos.


1973. Para ayudar a la extensión mundial de la Reno-
vación Carismática, se forma la Oficina Internacional de
Comunicación. A la Asamblea Nacional de Ann Arbor van
450 líderes. El Papa Pablo VI recibe a los dirigentes en Roma.
A la Asamblea de Notre Dame asisten 20.000. Comienza
en España la Renovación Carismática.


1975. La Oficina Internacional de Comunicación se traslada
a Bruselas, Bélgica. En Roma, se celebra el Congreso
Internacional y asisten 10.000 católicos de 50 países. El Papa
Pablo VI expresa su cariño por la Renovación. A propuesta
de la Conferencia Episcopal norteamericana, se funda
la Asamblea Nacional de Relaciones Diocesanas.
1980. El Papa Juan Pablo II bendice y alienta a los 16.000
católicos carismáticos reunidos en Congreso. Proliferan las
conferencias diocesanas y los grupos de oración. Hay inscritos
2.800 grupos católicos en los Estados Unidos. La
Renovación Carismática se diversifica y abundan los boletines
y publicaciones.
1981. Hay ya inscritos 4.300 grupos de oración, y a
la Asamblea de Notre Dame van 9.000. El Papa Juan
Pablo II anima con fuerza a los dirigentes que acuden a
Roma para asistir al Congreso Internacional.
1982. En 115 países trabajan grupos carismáticos. Los
más importantes en América Latina. Más de 50.000 asisten
a la misa final de un retiro carismático para sacerdotes
en Venezuela. El 50% de los sacerdotes de Nueva Zelanda
asisten a un retiro carismático.
1987. Del 11 al 16 de mayo se celebra en Roma el VI
Congreso Internacional de responsables, al que asisten
1.000 de 104 países. Durante una cordial entrevista, Juan
Pablo II define así la Renovación Carismática: “Una manifestación
elocuente de la vitalidad siempre joven de la
Iglesia y una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está
diciendo a las Iglesias” (Ap. 2: 7), al acercarnos a la conclusión
del segundo milenio.
(Este párrafo sobre “Cronología del Movimiento Carismático
Católico Romano” lo he tomado del libreto “¿Qué
es la renovación carismática?”, Servicio de publicaciones
de la R.C.C. (SERECA). No dispongo de datos más recientes
al respecto).


Hablar en lenguas: para los incrédulos
La señal de hablar en lenguas no está en función de
aquellos que creen la salvación en Cristo, “sino para los
incrédulos” entre los judíos, es decir, para aquellos judíos
que se oponen a que el ofrecimiento de la gracia también
esté destinado a los gentiles sin hacer caso de gran número
de preceptos relacionados con servir a Yavé; véase, por
ejemplo, Gá. 5; 1 Co. 7; Co¡. 2; Ef. 2; Ro. 2; etc. El poner
aparte los dones del Espíritu, como si el Espíritu Santo hiciera
una obra muy suya, está en pugna con la clara enseñanza
de las Escrituras. Compensar la lasitud con acentos parciales
e inexactos es, por cualquier lado que se lo mire,
contrario a las Escrituras, y no aprovechará a las iglesias.
El camino, pues, es éste: Escuchar al Señor Jesús y obrar
en consecuencia, como los dos de Emaús.


Observaciones finales
El Movimiento Carismático entre los católicorromanos
se diferencia del practicado por los protestantes. Entre estos
últimos, la animación en la iglesia o congregación es una
forma de éxtasis, un acentuar dones especiales como el de
lenguas y el de sanación; y todo ello como una obra autónoma,
propia del Espíritu Santo, mediante la cual, por así
decirlo, somos hechos salvos verdaderamente. No se trata,
pues, de una aclaración o explicación de la enseñanza
de Jesús, sino de algo nuevo, característico, aparte; como,
por ejemplo, el bautismo del Espíritu.
Entre los católicorromanos se trata de una posterior
elaboración de una doctrina que, en el pasado, ya fue reconocida
como caprichosa y arbitraria. ¡Una religiosidad
como la de Jeroboam!

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