lunes, 3 de septiembre de 2012

A partir del Concilio Vaticano II se despertó una conciencia mayor de que la evangelización .

A partir del Concilio Vaticano II se despertó una conciencia mayor de que la evangelización es la misión.

A partir del Concilio Vaticano II se despertó una conciencia mayor de que la evangelización es la misión de la Iglesia y es su verdadera seña de identidad. Lo dice Pablo VI en la Evanglii Nuntiandi: evangelizar es la dicha y la vocación propia de la Iglesia. Ella existe para evangelizar (EN,14).
En la evangelización se está jugando, pues, su ser o no ser, no es una tarea más, sino la tarea nuclear que absorbe todas las demás.


Evangelizar significa dar la "buena nueva" de Jesucristo a la Humanidad en cada una de las etapas de la Historia. Pero hace tiempo que el evangelio que la Iglesia anuncia ha dejado de ser noticia. ¿Es que el hombre moderno está incapacitado para recibir la buena noticia del reino de Dios?

¿No será más bien que la Iglesia ha trasladado el reino al otro mundo y se ha despreocupado del mundo nuevo que Jesús anuncia como el reino de Dios entre los hombres?

Hoy para muchos teólogos, el reino de Dios no es el otro mundo, sino éste convertido en nuevo por obra y gracia del mismo hombre, a trvés del cual Dios actúa. Esta es la buena nueva que espera oír la ingente masa de los empobrecidos sus dsstinatarios primeros.

El hombre secularizado y pragmático de hoy, que vive volcado sobre el mundo, se siente incapaz de comprender lo que está más allá del mundo. De modo que si le amamos y queremos comunicarnos con él para evangelizarle hemos de hacerlo en su pragmatismo y secularidad.

Se ha dicho con mucho acierto que el lenguaje es en esencia diálogo y todas las otras formas de hablar no son eficaces (J. Ortega y Gasset Obras Completas IV, Madrid 1983, 114-115).

Jesús como buen judío no hablaba en abstracto, sino que su lenguaje era histórico, es decir, se desarrollaba al filo de los acontecimientos que vivía su pueblo. De este modo Jesús estaba en comunicación permanente con él.

No cabe duda que la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual del Vaticano II, por la atención que presta a los signos de los tiempos, y el diálogo que ha entablado con el mundo en las cuestiones que aborda, se ha convertido en el documento básico de la evangelización de Europa y del mundo en general.

Ella ha hecho posible el cambio más profundo que se ha realizado en la comprensión del mensaje cristiano, poniendo fin a una larga etapa de teología medieval, que llegó a las mismas puertas del Concilio.

En efecto, de un cristianismo vertido en conceptos abstractos y de espaldas a la historia que viven lo pueblos se ha pasado a recuperar las raíces de la tradición judeocristiana, que considera esa historia el lugar privilegiado de la revelación de Dios y de su encuentro con la humanidad.

No hay dos historias, una sagrada de Dios y otra profana de loa hombres, sino una sola histora de salvación. Esta unidad de Dios y la historia la ve el teólogo Gustavo Gutierrez como "un solo devenir humano asumido irreversiblemente por Cristo, Señor de la historia". Hay una sola historia cristofinalizada (G. Gutierrez, La verdad os hará libres, Salamanca 1989, 36, 74-85).

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