jueves, 1 de agosto de 2013

De la deuda y la explotación: hoy se explota de otra forma, pero sigue siendo explotación.


 
Está de moda hablar de deuda sólo en su dimensión económica, como si fuera el dinero el único factor relevante de la sociedad. La deuda enfrenta a los pueblos ricos y pobres, y se utiliza como arma de dominio y con actitud de conmiseración. Existen, no obstante, otras otras muchas formas de deudas en las relaciones sociales, desde las de filiación a sus progenitores hasta todas las debidas a quien se esfuerza con su trabajo en prestar un servicio a los demás.
En su esencia, la deuda es una determinación ética por la que una parte queda obligada respecto a un bien dispensado por la otra parte. La deuda nace de que toda relación debe tender al equilibrio y, por tanto, por un bien recibido se debe resarcir con otro bien equivalente, lo que se consigue mediante un trueque o moneda de medida de cambio. Cuando no es posible retribuir el bien recibido, una parte queda desfavorecida en la relación, y se dice que la otra adquiere la deuda o compromiso de realizar una contraprestación en el tiempo.
Al ampliar la perspectiva de las relaciones sociales en la historia, se puede contemplar como muchas relaciones de dominio han generado deudas por no haber dotado a la parte dominada de la mínima retribución que pudiera haber justificado el equilibrio de la relación. Entre estas situaciones se encuentra la práctica de la esclavitud de las potencias coloniales occidentales sobre África: Millones de africanos sufrieron el vergonzoso trance de la esclavitud sin que las potencias lacerantes hayan compensado con el beneficio de su trabajo manual la deuda histórica contraída por su actitud.
El lenguaje económico que las potencias imponen en el concierto mundial sólo reconoce las deudas vivas generadas en el inmediato anterior episodio de las relaciones internacionales, pero la conciencia ética no puede obviar que para que las potencias se forjaran así lo hicieron en muchas de sus acciones sobre relaciones injustas en que la otra parte, además de ser desprovistas de sus fundamentales derechos humanos, no fue como colectividad reconocida en su derecho a ser resarcida al menos de modo proporcional al bien que producido para la sociedad dominante. Olvidar, por tanto, la consideración de estas deudas históricas es desfigurar la realidad ética cuando se pretende hacer balance de las deudas entre pueblos y estados.
A la hora de saldar y cancelar deudas habría que sopesar si en esa aparente generosidad de los países más industrializados condonando deudas a los países africanos más pobres no se está resarciendo, por el contrario, una deuda contraída durante siglos con África.

Es como la explotación o la esclavitud.. La esclavitud como forma de trabajo legal ha sido abolida en todos los países del mundo pero la abolición no implicó su desaparición: la esclavitud es una realidad que subsiste.
Hoy la esclavitud toma variadas formas, por esto en este último punto, no voy a limitarme a la esclavitud africana porque hoy la esclavitud nos acecha a todos: por un lado, los países desarrollados mantienen a los países subdesarrollados bajo un régimen de servilismo y explotación, donde las cadenas y los látigos se han camuflado en los requerimientos del Fondo Monetario Internacional, el cual exige cada día más las reservas y recursos naturales como pago de intereses de una deuda externa agiotista y oportunista a la cual entregamos nuestra autonomía y nuestra propia supervivencia como pueblos; por otro lado, subsiste la venta y tráfico ilegal de personas, tráfico donde las principales -aunque no exclusivas- víctimas son los niños, los pobres, las mujeres, los desvalidos, los inmigrantes y las minorías étnicas o raciales. Sus actividades más frecuentes son: el trabajo forzoso en la agricultura y en la industria (en industrias famosas y no tan famosas), la prostitución, la pornografía, el tráfico de drogas, el robo, el trabajo doméstico, la mendicidad obligatoria, la venta callejera, etc., etc.
Existen otras formas de esclavitud: la servidumbre por deudas; la participación obligatoria de ciudadanos en trabajos públicos en el contexto del desarrollo económico, una práctica dominante en algunos países asiáticos (entre ellos Vietnam) y africanos (República Centroafricana, Sierra Leona y Tanzania);  otra cara de la esclavitud es el trabajo forzoso impuesto por militares; el reclutamiento forzoso u obligatorio de niños para utilizarlos en conflictos armados; el uso del trabajo de los presos en países en los que el trabajo forma parte de la pena como en China, o en los que está autorizada la contratación de prisioneros por parte de organizaciones privadas, como en Estados Unidos. La cárcel -con imposición de trabajo forzoso- se convierte antes que en un lugar de "rehabilitación de los presos" en un medio de explotación de personas y fuente de grandes ganancias. Una vez tildados de "criminales" la explotación resulta de esta forma legitimada;
Otra forma de esclavitud es la que se lleva a cabo en trabajos tildados de "legales", pero donde se explota al empleado bajo diferentes formas: salarios míseros, deudas, falta de pago, extensas horas de trabajo, posturas corporales perjudiciales para la salud, grandes esfuerzos físicos y/o mentales, manipulación de productos tóxicos, ambientes insalubres, tratos inhumanos, ausencia de descansos, trabas o simple prohibición del abandono del empleo, etc., etc.
Las condiciones de explotación que genera el sistema socio-económico vigente, privilegiando la ganancia por encima de todo y de todos, lo convierte en el generador de pauperización por excelencia: La escasez de controles a nivel local, nacional e internacional; la falta de educación; el desinterés y la despreocupación a nivel individual y social; la falta de leyes -o su aplicación- que garanticen la igualdad y protección jurídica de las personas; la complicidad encubierta; la ausencia de canales de información y denuncia; los conflictos civiles y la discriminación por motivos raciales o de género, contribuyen -entre otras causas- a crear un ambiente propicio a la explotación de personas por parte de los traficantes.

Por todo esto, considero que actuando sobre las causas y no sobre "los síntomas" es la única forma concreta de comenzar a trabajar para combatir estas dramáticas realidades que hoy nos acecha a todos.
 

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