lunes, 10 de febrero de 2014

Los silencios complices de la derecha española.



La gala de los Goya 2014 se convierte en un alegato a favor del aborto

Como cabía esperar dado el sesgo radicalmente izquierdista de gran parte del mundo del cine español, la Gala de los Goya de este año ha visto como algunas de las premiadas han defendido el supuesto derecho al aborto. Ha sido el caso de las actrices Natalia de Molina y Marián Álvarez, que han participado en las películas «Vivir es fácil con los ojos cerrados» y «La herida», respectivamente.
El cine español es muy libre de seguir escorado a la izquierda o la extrema izquierda. El cine español es muy libre de aprovechar todas las galas de los Goya para montar un numerito reivindicativo de su ideología. Llevamos años contemplando el mismo espectáculo y es evidente que no van a cambiar.
Estando las cosas como están, era muy previsible que este año asistiéramos a alguna movida proabortista. Y así ha sido. Las actrices que han obtenido los Goya a la Mejor Actriz Revelación y a la Mejor Actriz, han dicho en sus discursos que no quieren que nadie decida por ellas. ¿Y en qué consiste la decisión? En matar a los hijos no nacidos.
¿Quiénes son esas dos actrices? Natalia de Molina y Marián Álvarez. ¿Cuáles sus películas? “Vivir es fácil con los ojos cerrados” -que se lo digan a los que se niegan a abrir los ojos a la realidad del aborto- y “La herida” -que se lo digan a los fetos troceados por manos asesinas-.
(Agencias/InfoCatólica) Natalia de Molina, actriz de 21 años que se ha alzado con el premio a la Mejor Actriz Revelación ha afirmado en relación a la reforma del aborto que prepara el Gobierno: «Yo no quiero que nadie decida por mi».
Marián Álvarez, premiada a mejor actriz por «La herida», se sumó a esta reivindicación contra la reforma de Gallardón: «Quiero dedicárselo a todas esas mujeres que se pelean por nuestros derechos, que no vamos a permitir que nada ni nadie decida por nosotras».
La decisión a la que ambas mujeres se refieren no es otra cosa que matar a un ser humano no nacido. De los derechos del mismo no se ha acordado nadie entre los premiados este año.

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Tácitamente, el debate planteado está  situando, como en los países europeos, en dos planos claramente diferenciados: uno hacía del aborto una cuestión ética a discutir desde posiciones filosóficas por los profesionales sanitarios. Otro, en cambio, obvia este debate para plantearlo desde el punto de vista de los “derechos”. Así, el aborto no liberalizado es un “derecho” que se esta denegando a las mujeres, secularmente oprimidas por “el patriarcado”. Como consecuencia, dentro del ámbito de la lucha política se ha silencia casi por sistema la posición anti-abortista centrada en la cuestión de dónde está la vida humana, de modo que los sectores “progresistas” hacen aparecer a los “conservadores” antiabortistas como enemigos de “los derechos de las mujeres”. En la época de la libertad como propaganda, hay solo una delgada línea entre el que niega derechos y el estereotipo del dictador, opresor, “fascista”, etc. El entorno ideológico creado por la propaganda “progresista”, que cuelga etiquetas de “buenos” y “malos” según conveniencia, hace el resto. Pese a que las cosas han salido bastante redondas para los defensores del aborto, salta a la vista la estrategia de debate puramente ideológica, oportunista e interesada, conducida por los defensores del aborto. Sería necio negar que cuando no se ha mantenido el debate sobre el papel central de a vida humana y cuando ni siquiera se ha resuelto esta cuestión, no puede pasarse racionalmente al nivel de los “derechos”. Hay algo oscuro en todo este asunto que queda incluso más allá de la perversión del asesinato impune de inocentes. Y es que no puede deslindarse el problema del aborto en sí de la incidencia social de este fenómeno, de su incidencia en la demografía de la comunidad. Así, en los países occidentales el aborto, caso extremo de las políticas antinatalistas propias del patológico individualismo liberal, tiene el efecto de limitar primero y disminuir después la tasa de renovación generacional de la población. Una sociedad que no se renueva ni crece sencillamente no es viable ni desde el punto de vista económico ni desde el punto de vista histórico. Esto, obviamente, no implica una consideración puramente economicista del fenómeno del aborto y tampoco implica soslayar la gravísima cuestión moral. Simplemente se pretende apuntar que el aborto es un tema de enorme calado y no exclusivamente una cuestión de ética individual. La consecuencia primera es que para mantener las “prestaciones sociales” los políticos se ven abocados a renovar a los no-nacidos con inmigrantes que, claro está, por su condición consustancial de precarios carecen de los esos mismos “derechos” que se reivindican. La situación así generada se normaliza y ya no vuelve atrás. La reclamación de esos derechos por parte de sindicatos y partidos de izquierda –totalmente domesticados y al servicio del poder- no puede evitar la precarización progresiva de los trabajadores asociada a una demografía que implosiona cada vez más. De este escenario deben deducirse dos conclusiones. Primero, que la discusión en torno al aborto está claramente sesgada en un sentido interesado, e interesado al más alto nivel. Segundo, que el bando “progresista” está llevando a cabo una política en torno al aborto en evidente consonancia con los intereses del capital global; una línea que, dicho sea de paso, es la misma que recriminan a los partidos supuestamente conservadores. En este sentido, es preciso subrayar que puede hablarse de políticos concretos comprometidos con las tesis anti-abortistas pero partidos políticos, lo que se dice “partidos políticos”, no hay ninguno
Unos son defensores en activo y otors lo son por silencio y omisión, pero ambos apoyan el aborto.

4 comentarios:

  1. En marzo de 1970, el presidente Richard Nixon firmó una ley estableciendo la “Commission on Population Growth and the American Future”, más conocida como la “Comisión Rockefeller”, por estar presidida por John D. Rockefeller III. Esta comisión presentó un informe un par de años después que se conocería como “Rockefeller Commission Report on U. S. Population”. Las directrices ahí establecidas serían una especie de ley no escrita para la totalidad del planeta, especialmente para el mundo occidental. En la segunda parte del texto, en el epígrafe del aborto, se decía que “con la advertencia de que el aborto no puede considerarse el principal método de control de la fertilidad, la Comisión recomienda que el presente estatus jurídico de restricción del aborto sea liberalizado de acuerdo a las directrices del estatuto de Nueva York, de modo que el aborto sea realizado a petición, por médicos cualificados y bajo condiciones de seguridad sanitaria. Para llevar a cabo esta política, la comisión recomienda que los gobiernos locales, federales y estatales dispongan de fondos para la prestación del aborto en estados donde se haya liberalizado y que el aborto sea incluido específicamente entre los beneficios de los seguros médicos tanto públicos como privados”.

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  2. Tras este informe la política norteamericana en torno al aborto giró ciento ochenta grados y la sociedad de aquél país, a través de medios de comunicación y de los políticos que actuaban de portavoces, comenzó a considerar el aborto, no como una práctica médica censurable, sobre la que en el mejor de los casos cabía la reserva ética, sino como un “derecho”. Tácitamente, el debate planteado se fue poco a poco situando, como en los países europeos, en dos planos claramente diferenciados: uno hacía del aborto una cuestión ética a discutir desde posiciones filosóficas por los profesionales sanitarios. Otro, en cambio, obviaba este debate para plantearlo desde el punto de vista de los “derechos”. Así, el aborto no liberalizado era un “derecho” que se estaba denegando a las mujeres, secularmente oprimidas por “el patriarcado”.

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  3. Como consecuencia, dentro del ámbito de la lucha política se ha silenciado casi por sistema la posición anti-abortista centrada en la cuestión de dónde está la vida humana, de modo que los sectores “progresistas” hacen aparecer a los “conservadores” antiabortistas como enemigos de “los derechos de las mujeres”. En la época de la libertad como propaganda, hay solo una delgada línea entre el que niega derechos y el estereotipo del dictador, opresor, “fascista”, etc. El entorno ideológico creado por la propaganda “progresista”, que cuelga etiquetas de “buenos” y “malos” según conveniencia, hace el resto. Pese a que las cosas han salido bastante redondas para los defensores del aborto –por ejemplo, las cifras del Ministerio de Sanidad revelan el aumento meteórico de los mismos desde la aprobación de la ley en nuestro país- salta a la vista la estrategia de debate puramente ideológica, oportunista e interesada, conducida por los defensores del aborto. Sería necio negar que cuando no se ha mantenido el debate sobre el papel central de a vida humana y cuando ni siquiera se ha resuelto esta cuestión, no puede pasarse racionalmente al nivel de los “derechos”. Hay algo oscuro en todo este asunto que queda incluso más allá de la perversión del asesinato impune de inocentes. Y es que no puede deslindarse el problema del aborto en sí de la incidencia social de este fenómeno, de su incidencia en la demografía de la comunidad.

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  4. Así, en los países occidentales el aborto, caso extremo de las políticas antinatalistas propias del patológico individualismo liberal, tiene el efecto de limitar primero y disminuir después la tasa de renovación generacional de la población. Una sociedad que no se renueva ni crece sencillamente no es viable ni desde el punto de vista económico ni desde el punto de vista histórico. Esto, obviamente, no implica una consideración puramente economicista del fenómeno del aborto y tampoco implica soslayar la gravísima cuestión moral. Simplemente se pretende apuntar que el aborto es un tema de enorme calado y no exclusivamente una cuestión de ética individual. La consecuencia primera es que para mantener las “prestaciones sociales” los políticos se ven abocados a renovar a los no-nacidos con inmigrantes que, claro está, por su condición consustancial de precarios carecen de los esos mismos “derechos” que se reivindican. La situación así generada se normaliza y ya no vuelve atrás.

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