Desde que leí por primera vez las Cartas de San Ignacio de Antioquia en los años 50, un pasaje de su Carta a los Efesios me conmovió particularmente: «Más vale callar y ser [un cristiano] que hablar y no ser. Está bien enseñar si aquel que habla hace. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que ha hablado y todo ha sido hecho, y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio» (15, 1f). ¿Qué significa esto de escuchar el silencio de Jesús y conocerle a través de su silencio? Sabemos por los Evangelios que Jesús, a menudo, pasaba las noches solo «en la montaña» orando, conversando con su Padre. Sabemos que su discurso, su palabra, venía del silencio y sólo podía madurar en él. Por lo que es razonable pensar que su palabra sólo puede ser correctamente comprendida si nosotros, también, entramos en su silencio, si aprendemos a escucharla desde su silencio.
Ciertamente, para poder interpretar las palabras de Jesús se necesita tener un conocimiento histórico que nos enseñe a comprender el tiempo y el lenguaje de esa época. Pero esto, por sí solo, no es suficiente si queremos comprender el mensaje del Señor en profundidad. Cualquiera que lea hoy los comentarios a los Evangelios, cada vez más densos, al final se queda decepcionado. Aprende muchas cosas que pueden ser útiles sobre esos días y muchas hipótesis que, en última instancia, no contribuyen en nada a la comprensión del texto. Al final uno siente que en ese exceso de palabras falta algo esencial: entrar en el silencio de Jesús, del que nació su palabra. Si no podemos entrar en este silencio, siempre escucharemos superficialmente la palabra, sin comprenderla en su totalidad.
Mientras leía el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, todos estos pensamientos atravesaban de nuevo mi alma. Sarah nos enseña el silencio, a ser silenciosos con Jesús, nos enseña la verdadera quietud interior y, de esta forma, nos ayuda a captar la palabra del Señor de nuevo. Habla poco sobre sí mismo, pero de vez en cuando podemos alcanzar a ver su vida interior. Cuando responde a la pregunta de Nicolas Diat: «¿Alguna vez le han resultado las palabras demasiado molestas, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?», dice: «En mi oración y en mi vida interior siempre he sentido la necesidad de un silencio más profundo y completo. (...) Los días de soledad, de silencio y de ayuno absoluto han sido un gran apoyo. Una gracia increíble, una lenta purificación y un encuentro personal con (…) Dios. (…) Los días de soledad, silencio y ayuno, con el único alimento de la Palabra de Dios, permiten al hombre cimentar su vida sobre lo esencial». Estas líneas hacen visible el manantial del que vive el cardenal, y que da a su palabra su profundidad interior. Desde esta posición ventajosa él puede ver así los peligros que amenazan continuamente la vida espiritual, incluso de sacerdotes y obispos, y que pone en peligro a la propia Iglesia, en la que no es algo infrecuente que la Palabra sea reemplazada por una verborrea que diluye la grandeza de la Palabra. Me gustaría citar sólo una frase que puede convertirse en un examen de conciencia para cada obispo: «Puede suceder que un sacerdote bueno y piadoso, cuando es elevado a la dignidad episcopal, caiga rápidamente en la mediocridad y se preocupe de los éxitos mundanos. Agobiado por la carga de los deberes que le corresponden, preocupado por su poder, su autoridad y las necesidades materiales de su cargo, lentamente pierde interés».
El cardenal Sarah es un maestro espiritual, que habla desde las profundidades del silencio con el Señor, desde su unión íntima con Él, por lo que realmente tiene algo que decir para cada uno de nosotros.
Debemos agradecer al Papa Francisco haber nombrado a dicho maestro espiritual como cabeza de la congregación que es responsable de la celebración de la liturgia en la Iglesia. Es verdad que para la liturgia, como para la interpretación de las Sagradas Escrituras, es necesario un conocimiento especializado. Pero también es verdad que la especialización puede, en última instancia, dejar de lado lo esencial en la liturgia, a no ser que esté arraigada en una unión profunda e íntima con la Iglesia orante, que continuamente aprende del Señor mismo qué es la adoración. Con el Cardenal Sarah, maestro del silencio y de la oración íntima, la liturgia está en buenas manos.
Nuevo Libro.
La fuerza del silencio
Tras el éxito internacional de Dios o nada, el cardenal Sarah afronta en estas páginas la necesidad del silencio interior para escuchar la música de Dios, para que brote y se desarrolle la oración confiada con Él, para entablar relaciones cabales con nuestros allegados. “La verdadera revolución -afirma- viene del silencio, que nos conduce hacia Dios y los demás, para colocarnos humildemente a su servicio”.
De nuevo en esta larga y profunda conversación con Nicolás Diat, el Cardenal propone la siguiente pregunta: ¿pueden aquellos que no conocen el silencio alcanzar la verdad, la belleza y el amor? La respuesta es innegable: todo lo que es grande y creativo está relacionado con el silencio. Dios es silencio.
El prefecto de la Congregación vaticana para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos, enlaza y enumera hasta 365 pensamientos, hondos y variados, a propósito del silencio y sus efectos, que concluyen con un excepcional y riquísimo diálogo con Dom Dysmas de Lassus, Prior General de la Grande Chartreuse.
“Si bien el habla caracteriza al hombre, el silencio es lo que lo define, porque la palabra hablada solo adquiere sentido en virtud de ese silencio”. Este es el hermoso y significativo mensaje de La fuerza del silencio.
Robert Sarah nació en Guinea en 1945. Sacerdote desde 1969, en 1979 fue nombrado Arzobispo de Conakri, con 34 años de edad. En 2001 Juan Pablo II lo llamó a la Curia romana, donde desempeñó sucesivamente dos altos cargos. Benedicto XVI lo creó Cardenal en 2010, y en 2014 Francisco lo nombró Prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos.
Nicolas Diat es periodista y autor francés.
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