Nuestros actos son a menudo irreversibles y sus consecuencias están con frecuencia fuera de nuestro alcance. El aborto suele destrozar literalmente las vidas de quienes lo llevan a cabo, porque matar a un hijo o a un ser humano inocente conlleva un sentimiento de culpa, por lo que muchas necesitan tratamiento psiquiátrico posterior
Pedro Trevijano Etcheverria
En la prensa digital y de papel ha salido esta noticia: “Un juez rechaza que un médico pueda negarse a informar del aborto. La resolución estima que el interés público que supone la atención sanitaria prevalece sobre la conciencia del facultativo”. Es cierto que todavía cabe recurso, pero desde el punto de vista humano y cristiano es una resolución totalmente aberrante y empleo uno de los términos más suaves que se me ocurren.
Este intento de violación de la conciencia del médico por parte del juez va contra el juramento hipocrático, realizado por los médicos desde el siglo Vº a. de C.: “tampoco daré ningún abortivo a ninguna mujer”, contradice los artículos 18 y 19 de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, que dicen: “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión” (art. 18) y “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones” (art. 19) y nuestra Constitución “la ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia” (art. 20, 1 d), lo que significa proteger este derecho y no terminar con él. Cualquier persona, que no sea analfabeto profundo o sectario de la misma categoría sabe que la profesión médica está para sanar y no para asesinar a sus pacientes y desde luego quien ordena hacer un crimen es él mismo criminal.
La doctrina de la Iglesia condena categóricamente el aborto, al que el Concilio Vaticano II llama “crimen abominable” (Gaudium et Spes nº 51) y sobre la conciencia nos dice ese mismo documento: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (nº 16). Como dijo el propio Zapatero el día que se aprobó la Ley del Aborto: “el derecho a la vida, el valor de la vida es el principio fundamental de la concepción y del despliegue de los derechos humanos”. Antes que matar, sobre todo a un inocente, cualquier cosa, incluso el martirio.
Pero es que el médico no sólo no debe matar al feto, sino que también tiene que cuidar de la salud de la mujer. El aborto por supuesto no cura ninguna enfermedad, sino que con bastante frecuencia, ocasiona una patología llamada síndrome postaborto, que se presenta antes o después a lo largo de la vida, independientemente de ideologías o creencias, y se expresa con problemas graves de personalidad, inestabilidad emocional, agresividad contra el médico que les ha inducido y a quien no quieren volver a ver, o contra el marido o compañero con un número muy elevado de conflictos conyugales, violencia doméstica, consumo de drogas, separaciones y divorcios en el primer año tras el aborto, pues se quejan, en la inmensa mayoría de los casos con razón, de no haber recibido información veraz y completa acerca de las consecuencias físicas, y sobre todo psicológicas, que ese aborto tendría para ellas, como depresiones, autorreproches, remordimientos, insomnio, pesadillas, trastornos de conducta como la promiscuidad o el alcoholismo, así como una fuerte propensión al suicidio, y es que es más fácil sacar al niño del seno de su madre que de su pensamiento. Es obvio que toda mujer que aborta queda profundamente afectada por ello, y que el sentido de culpabilidad deja muy malas consecuencias en todos aquéllos que intervienen en un aborto, ya que este sentimiento, al revés de lo que sucede en muchísimos otros pecados, que con el paso del tiempo se difuminan, aquí por el contrario su recuerdo se hace cada vez más vivo, lo que no es extraño porque el aborto es una de las grandes tragedias de la humanidad. Ninguna enfermedad y menos una enfermedad psíquica puede curarse mediante un aborto, que, por el contrario, ocasiona graves daños, al ser un acto contra el instinto natural de ser madre.
Nuestros actos son a menudo irreversibles y sus consecuencias están con frecuencia fuera de nuestro alcance. El aborto suele destrozar literalmente las vidas de quienes lo llevan a cabo, porque matar a un hijo o a un ser humano inocente conlleva un sentimiento de culpa, por lo que muchas necesitan tratamiento psiquiátrico posterior. Desde el punto de vista de la mujer, el aborto es un acto que va totalmente en contra de sus sentimientos e instintos más profundos. Y es que el problema no es ser madre o no serlo, sino ser madre de un hijo vivo o de un hijo muerto. El tiempo no cura el problema, sino que por el contrario, lo agrava, pues a medida que pasan los años, el aborto se hace cada vez más presente. Por todo ello, hay que insistir en que el aborto no supone el final del problema, sino, por el contrario, el inicio de un nuevo, duradero y gravísimo problema.
Y es que la naturaleza no perdona. Si el simple aborto natural suele ocasionar una depresión, un acto como el aborto provocado lleva consigo un muy serio problema emocional que hace necesario con frecuencia el correspondiente tratamiento médico psiquiátrico de quien lo realiza, a fin de poder asumir, también humanamente, las consecuencias de su acto, sacando a la luz sus sentimientos de culpa y hablando de este tema a fondo con alguien que sepa escucharles, experimentando muchas la necesidad de que alguien superior les perdone. Pero incluso con el perdón de Dios, muchas veces ellas son incapaces de perdonarse, por lo que es muy de recomendar su activa colaboración en Asociaciones Pro-Vida.
P. Pedro Trevijano, sacerdote
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