martes, 28 de junio de 2011

La manzana podrida: una lección para nuestra sociedad neoliberal-

3 comentarios:

  1. Los pobres de espíritu (en griego, hoi ptôkhoi tô pneumati).

    Con la palabra pobre designa Mateo un individuo injustamente reducido a la miseria, cuya existencia depende de la generosidad de otro. Alguien que, víctima de cuantos lo explotan (Sal 35,10; 73,21-22), pone toda su confianza en Dios, el único del que espera recibir ayuda. La expresión de espíritu (en griego, pneuma), añadida a pobres, indica el espíritu del hombre en cuanto impulso interior que hace capaz al hombre de determinadas elecciones o acciones, en nuestro caso, de elegir voluntariamente la pobreza como camino de dicha y felicidad. Jesús proclama, por tanto, dichosos a los pobres por decisión voluntaria, por opción, los que optan o han elegido ser pobres. Estos pobres de espíritu no son, como a veces se ha propuesto, quienes se han desprendido espiritualmente de la riqueza, pero siguen adheridos a ella, ni los de corazón humilde o sencillo, designados en hebreo con el término ’anawim, pues por el contexto del discurso de la montaña y del evangelio de Mateo, se constata que no se puede ser "pobre de espíritu" sin ser materialmente pobre. Jesús, en el evangelio, como hemos visto, no se contenta con pedir a los ricos el desprendimiento "espiritual" de los bienes propios, sino el abandono efectivo, radical e inmediato de su riqueza: "vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres..." (Mt 19,21).

    Proclamando "dichosos" a los pobres, Jesús no pretende idealizar o sublimar su condición, sino que pide a sus discípulos una elección valiente que haga posible eliminar las causas que provocan la pobreza, mediante la puesta de los bienes al servicio de los necesitados.

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  2. Proclamando "dichosos" a los pobres, Jesús no pretende idealizar o sublimar su condición, sino que pide a sus discípulos una elección valiente que haga posible eliminar las causas que provocan la pobreza, mediante la puesta de los bienes al servicio de los necesitados.

    Mediante el uso del plural ("los pobres"), el evangelista indica que Jesús no llama a una pobreza individual, ascética, que favorezca la santificación del individuo concreto, sino que lanza a todos una propuesta capaz de trasformar radicalmente la sociedad (cf Mt 13,33): Jesús invita a todos los creyentes a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea realmente.

    Aunque minoritaria respecto a la más cómoda interpretación de un desprendimiento "espiritual" de los propios bienes, esta elección voluntaria de la pobreza "por el espíritu" es abundantemente atestiguada en los Padres de la Iglesia.

    Clemente de Alejandría pone claramente en relación esta bienaventuranza de la pobreza con aquella de los que "tienen hambre y sed de justicia" (Mt 5,6): "No se dice ‘dichosos los pobres’ solamente, sino dichosos los que han querido hacerse pobres por la justicia..."; Basilio de Cesarea escribe en la Regulae brevius: "Estos pobres de espíritu no se han hecho pobres por ninguna otra razón a no ser por la enseñanza del Señor que ha dicho: "ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" (Mt 19,2170) y Cromacio de Aquilea, comentando las bienaventuranzas, afirma que "no toda pobreza es dichosa, porque con frecuencia es consecuencia de la necesidad... Dichosa es, pues, la pobreza espiritual, esto es, aquella de quienes se hacen pobres por Dios en el espíritu y en la voluntad, renunciando a los bienes del mundo, y dando generosamente sus propios bienes".

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  3. Hacerse pobres no es otra cosa que renunciar al individualismo, al deseo de codicia, al consumo desenfrenado, al materialismo dominante, y abrir paso a la cultura de la moderación, eligiendo el camino de la austeridad solidaria, nueva formulación de la primera y principal bienaventuranza, la que hace posible que Dios reine y que los hombres sean hermanos.

    Elegir la pobreza es "negarse al consumo innecesario, fomentar una economía que subraye lo social sobre cualquier otro objetivo, oponer frente a la arrogancia, mentira y soberbia del neoliberalismo, la verdad de las relaciones de poder, la misericordia para con los que sufren, el respeto a la dignidad de la persona, sea cual sea su relación con el mercado y la solidaridad personal y estructural como principios ordenadores y conformadores de las relaciones sociales".

    Hacerse pobres abrirá el camino a la verdadera globalización, pero "no a la del mercado sin control, la del consumo sin fin, la de la competencia sin límite, la del individualismo feroz, sino a la globalización o universalización de los derechos humanos, de la justicia, y de la igualdad sin discriminaciones, a la globalización de la solidaridad desde abajo que incluya a quienes la globalización neoliberal excluye".

    Hacerse pobres es "fomentar con obras la distribución y no la acumulación, dar paso a una ética de compasión, de liberación y de solidaridad".

    Hacerse pobres y austeros, no consumistas y solidarios, ayudará a buscar un desarrollo sostenible para nuestra hermana naturaleza cada vez más asediada por el deseo de codicia y depredación de los ricos y poderosos de la tierra. Y no olvidemos que por no saber compartir a tiempo un poco, puede perderse mucho y, lo que es peor, puede desencadenarse la violencia a escala mundial.

    Hoy más que nunca es necesario gritar a los cuatro vientos, emulando la frase de Carlos Marx: "pobres del mundo, uníos" para construir un mundo donde nunca más haya pobres y todos puedan sentarse a la mesa.

    La tarea no es ni tan utópica ni tan inalcanzable. Al fin y al cabo, erradicar la pobreza de todo el mundo sólo requiere invertir el 1% de los ingresos globales; ayudar eficazmente a los 20 países más empobrecidos exige nada más que 5.500 millones de dólares USA, que es lo que ha costado construir Eurodisney

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