Me llamo María, tengo 15 años, soy de Mérida (Badajoz) y soy la segunda de cuatro hermanas y un varón, además de tres que están en el cielo. Mi familia pertenece al Camino Neocatecumenal.
Mis padres sintieron una llamada y, en el encuentro de las familias en Valencia, nos levantamos para ofrecernos como familia en misión. Yo la verdad, no me enteré de prácticamente nada porque fue de noche y sobre todo porque tenía 10 años y no entendía nada. Después de un tiempo en espera, mis padres fueron a una convivencia en Italia, en la cual nos dieron destino. Mi madre le decía a Dios que ella quería a cualquier sitio menos a África, a cualquier sitio menos a África, a cualquier sitio menos a África… ¿Y dónde nos tocó ir? A África. A Douala, una ciudad de Camerún.
Cuando me lo dijeron, lo primero que pensé es que no sería mala idea, pero, cuando empezaron a darme detalles de lo que era esto, empecé a pensar: “¿y mis amigos, mi familia, mis compañeros, todo lo que tengo, mis estudios?” Y no quería irme. Llego la hora de venirnos y todavía no lo tenía yo claro, pero tenía que obedecer a mis padres y nos vinimos.
Cuando aterrizamos, de lo primero que nos dimos cuenta todos fue de la calor insoportable y pegajosa que hacía (un 99% de humedad). La comunidad de mis padres nos esperaba con algunos seminaristas y el presbítero de nuestra parroquia. Nos llevaron a la casa parroquial, donde vivimos durante 5 meses. Me acuerdo de que cuando iba en el coche, no me creía que todo lo que estaba viendo fuera verdad. Tanta pobreza, tanta suciedad, tantos olores, tanta calor, tantas aguas fecales, tantos mosquitos… Llegamos sin nada prácticamente. No teníamos casa, ni coche, ni escuela, ni sabíamos el idioma (francés) y todo, todo, Dios lo fue proveyendo.
Nuestra misión aquí es simplemente estar, vivir como una familia cristiana, porque aquí la familia está completamente desestructurada. El padre de familia, el jefe, tiene ni se sabe de mujeres, o esclavas, y ni se sabe de hijos o la madre tiene hijos pero no está casada, uno de sus hijos está con una tía, el otro con la abuela, el otro con el hermano mayor, etc. Nunca veréis a un padre o a una madre coger a su hijo y darle un beso o acariciarle. Nosotros estamos aquí para que vean lo que es una familia: un padre, una madre, unos hijos a los que hay que educar con amor y no con violencia (como se hace aquí). Una vez, recién llegados, estando en una eucaristía, mi hermana Lucia, la más pequeña, vino a darle un beso a mi padre, el beso de la paz, y la gente se quedaba con la boca abierta. Hubo hasta una hermana de la comunidad que vino a casa para decirnos que se había quedado alucinada con lo que mi padre le había hecho a mi hermana. Eso de cogerla en los brazos y darle un beso, era totalmente nuevo para ella. Nos dijo que su padre nunca le había dado un beso en su vida. Esta mujer estaba embarazada y les dijo a mis padres que, cuando ella diera a luz, iba a hacer lo mismo con su hija, que la iba a besar y a querer como nunca sus padres lo hicieron con ella.
En nuestra parroquia hay 11 comunidades del Camino Neocatecumenal. Mis padres están en la primera, mi hermano en la octava y yo en la undécima, que ha nacido este año, hace 5 meses. Somos 40 hermanos. Las celebraciones, sobre todo las eucaristías, son fiestas. Hay varias salas en nuestra parroquia. Algunas comunidades, 4 o 5, celebran en la iglesia y el resto se reparten en salas o capillas. ¡Cuando se canta algún canto, se lo pasan pipa! Cantan fuerte y con alegría, muchos gritan, se ponen de pie, bailan, se divierten (pero a la hora de las lecturas, echas un vistazo y muchos están durmiendo). Hay gente que se les ve en la parroquia día y noche, y no es broma. Es comprensible, porque la iglesia es un sitio limpio, sin mosquitos, sin calor… todo lo contrario a sus casas.
Vamos al colegio desde las 7 y cuarto de la mañana hasta las 4 de la tarde. Mi hermano y yo somos los únicos blancos de nuestro instituto (de casi 3000 alumnos). En las clases, hay una media de 70 a 80 alumnos en tablas-bancos de madera. Los profesores pegan a los alumnos con látigos y cinturón como animales, hay que ir al colegio los sábados y algunos domingos para hacer exámenes, la calor es insoportable y las condiciones muy precarias. Además del colegio, está el no poder salir a la calle debido a la delincuencia que existe aquí en Camerún, el no poder ir a ningún lado sin mis padres al lado, no tener una vida social normal como cualquier otro joven de mi edad, estar lejos de la familia, de los amigos, de las costumbres, y de todos los lujos que tenía, como el poder abrir el grifo de agua, sin miedo a que pueda no haber agua, como nos pasa a nosotros cada día (porque a veces estamos semanas y semanas sin agua, por lo que mis tres hermanas pequeñas se infectaron de la sarna, ya que nos lavábamos con agua del pozo que estaba infectada). Eso sí, nunca más de lo que estas pobres personas tienen que soportar día a día. Al menos yo tengo un techo donde cubrirme cuando llueve y comida todos los días.
A pesar de todo esto, yo estoy contenta de estar aquí, porque si no hubiera venido no sé qué hubiera sido de mí. Me hubiera enganchado al mundo y en dos días me hubiera perdido. Y porque estando aquí, Dios me ha regalado muchas cosas y me ha hecho comprender y ver cosas que la mayoría de los jóvenes nunca tendrán la suerte de ver y comprender.
El estar en la misión me ha servido de mucho, ya que antes de irnos en misión yo hacia mi vida por mi lado, mi hermano por el suyo, y mis padres y mis hermanas por el otro. Yo odiaba mi familia. No entendía por qué teníamos que ser tantos hermanos (y ahora me parecen pocos) , por qué teníamos que ir a misa los sábados por la noche, mientras mis amigos salían y se divertían, por qué teníamos que rezar las laudes, ir de convivencias y muchas más cosas que no comprendía. La misión nos unió y me ayudo a comprender que rezar las laudes, ir a misa, las convivencias, etc. son gracias que Dios te regala. Tener más de uno o dos hermanos es el regalo más grande que puede tener una persona y también una gracia muy grande de Dios.
Estando aquí, he visto a Dios y he visto que Dios existe, que a pesar de todo me quiere (que no es un cuento de viejos, como yo pensaba), que me protege, que me cuida y que provee ( ¡Y tanto! Ya llevamos viviendo 3 años de lo que Él ha proveído). Doy gracias a Dios cada día por lo que está haciendo en mi vida y por todo lo que ha hecho.
Dios nos ayuda mucho. En marzo de este año, mis padres tenían que ir a España para hacer un paso con la comunidad, pero ya que no teníamos dinero mis padres hablaron con los catequistas y éstos les dijeron que se fueran mis padres y que nosotros nos quedáramos aquí, en la casa presbiteral o en el seminario. La verdad, no estábamos contentos, pero lo aceptamos. Al final, mis padres decidieron que o íbamos o todos o ninguno. Dios proveyó y pudimos ir los siete. Cinco días antes de volvernos a Douala, a mi hermana Débora, la 4ª, empezó a dolerle la barriga, pero como fue después de un cumpleaños mi madre pensó que sería un cólico o un empacho. Al día siguiente la llevaron al hospital y tenía apendicitis. Enseguida la operaron. Se recuperó perfectamente y en 3 días ya andaba más derecha que nunca. Dios escucha nuestras oraciones. Si mis padres nos hubieran dejado aquí no sé si mi hermana viviría en estos momentos, porque aquí no hay tantos medios sanitarios como en España. Empezando porque si no tienes dinero te dejan morir. Esto ha sido un signo para que nos demos cuenta de que Dios está con nosotros.
Yo veo que Dios nos protege. El primer año, mi hermana Lucía, la más pequeña, no tenía casi nada de defensas y el medico nos dijo que era un riesgo irnos a la misión. A pesar de ello, nos vinimos y estando aquí las defensas se le duplicaron. Hace dos semanas, se puso enferma de paludismo (enfermedad que transmite el mosquito). Paludismo grave, ya que en 8 meses éste era el tercero, muy peligroso. El médico nos ha dicho que mi hermana Lucia no puede vivir en países donde haya paludismo porque cada vez el riesgo sería mayor, y el paludismo más grave. Es una de las razones por las que tenemos que irnos lo más rápido posible, ya que si se vuelve a enfermar no le pueden dar más medicación porque el hígado lo tiene muy inflamado de toda la quinina que le han dado esta vez.
Así pues, este año ya será el último. También debido a los estudios y a lo duro que es vivir aquí. Y la verdad, me siento egoísta por ello, porque esta gente necesita mucha ayuda y porque nos han cogido y les hemos cogido mucho cariño. Pero nosotros no decimos no ni a Dios, ni a su voluntad, ni a la misión; de hecho, si nos envían a alguna otra parte en la que podamos estudiar y tener una vida más o menos normal nosotros aceptaríamos.
La mayoría de la gente piensa que estamos locos (comprensible), pero yo creo que todo esto no es cosa nuestra sino de Dios. Él te da el ciento por uno siempre, siempre.
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