miércoles, 3 de abril de 2013

Divulgación del concepto “Nueva Edad Media” en el siglo XX.

Divulgación del concepto “Nueva Edad Media” en el siglo XX.
En una entrevista publicada por Melvin Arnold y Charles R. Joy en el Christian-Register, Septiembre 1947, leemos que Albert Schweitzer decía ya en 1922: “Estamos a punto de caer en un estado de pobreza espiritual e intelectual“.
Fue sin embargo Nikolái A. Berdiáiev el que realmente acuñó el concepto de “Nueva Edad Media“, de manera decisiva, en un ensayo del mismo título. “El progreso ha terminado de existir con la aparición de la idea de que la racionalización y la tecnología garantizan la humanización“, escribía.
Hoy, esta opinión no nos es ajena en absoluto, es más, podemos decir que no se ha dejado de creer en un mundo “mejor y más digno de vivir”, gracias a una técnica que mejore continuamente desde su aparición; posiblemente esa creencia persiste desde el momento en que comenzó la industrialización.
La afluencia de personas sin formación que vienen desde el campo invadiendo la ciudad para trabajar como obreros es interminable y, aún sabiendo de las circunstancias desastrosas en las que se vive en los barrios pobres, siguen llegando para conseguir un trabajo mal pagado en una fábrica o en una construcción.
“La guerra ha demostrado cuán poco hemos de valorar el poder de la razón, de cuánto mal es capaz de hacer el hombre, qué puede llegar a hacer a sus semejantes y qué fuerzas de destrucción, apenas sin domeñar, bullían soterradamente...”. Aquí se estaba refiriendo a la 1ª Guerra Mundial que, en relación a la 2ª, hoy, a nosotros, nos parece menos brutal.
Berdiáiev prevé el embrutecimiento del género humano por la aparición de fuerzas violentas caóticas, del paso del racionalismo al irracionalismo y la reaparición de la religión. La ilustración experimentará su final definitivo.
“Característica de la nueva edad media es la propagación de doctrinas teosóficas, la inclinación a las ciencias ocultas y la reaparición de la magia. Incluso la ciencia vuelve a sus orígenes mágicos, y pronto se revelará definitivamente también la naturaleza mágica de la técnica. De nuevo, religión y ciencia se tocan, y nace la necesidad de una gnosis religiosa. Entramos otra vez en la atmósfera de los milagros, a los que la era moderna tan ajena se ha vuelto; de nuevo serán posibles la magia blanca y la negra. Podrán rebrotar apasionadas disputas sobre los misterios del ser divino. No creemos en la llegada impasible y necesaria de un futuro alegre, luminoso y esperado. Las ilusiones sobre una felicidad terrena ya no ejercen ningún poder sobre nosotros. La percepción de lo maligno aumentará y será más sensible en la nueva edad media. El poder del mal será más fuerte, adquirirá formas nuevas y nos provocará sufrimientos nuevos. Pero al hombre le queda abierta la puerta del libre albedrío, la libertad de elección ... Del ejercicio de nuestra libertad y de los empeños creadores del hombre dependen muchas cosas. Por lo mismo, la posibilidad de los dos caminos está dada. Yo presiento el crecimiento de las fuerzas del mal, pero quería resaltar los rasgos positivos posibles de la sociedad venidera ... Ante el presagio de la noche, uno puede armarse para la lucha contra el mal; se puede abrir los ojos al conocimiento.”
Al final, Berdjajew sí nos deja un poco de esperanza diciendo que el horror de los tiempos por venir -que él presiente amenazadores- será algo menor si se aplica la atención y el empeño por el conocimiento. Por el contrario, una política de avestruz significaría entregarnos a los poderes de una Era Oscura.
Jorge Angel Livraga-Rizzi, filósofo y escritor sudamericano, escribió en su libro “Cartas a Delia y a Fernando” (1981) sobre la Nueva Edad Media, ve desarrollarse claramente “la decadencia occidental de manera sensible.”
Se refiere a los problemas que tuvieron las tres grandes potencias a finales del s. XIX: Inglaterra, Francia y Alemania: “La primera tenía el problema de la desaparición de una ‘encarnación histórica’: la Reina Victoria; la segunda sufría el fracaso de sus sucesivas formas republicanas y la caída de Napoleón III, combinado todo esto con una molicie decadente y pérdida de territorios. Alemania buscaba su propia integración mientras que, por dentro, la tensionaban peligrosamente ideologías de extrema izquierda y extrema derecha. Si sumamos a esto que Rusia se debatía en una incapacidad total para afrontar sus crecientes problemas internos; que España perdía una guerra colonial con los EE UU de América y que el viejo Imperio Austro-húngaro y la Zona Balcánica se hallaban en descomposición, tenemos los elementos principales que movieron las primeras publicaciones masivas sobre la decadencia de Occidente. Claro que el naciente siglo XX, con su euforia de inventos técnicos y una ceguera ante los problemas que había señalado Malthus, minorizó el problema o restringió a algunos círculos intelectuales de ‘analistas”. Aun hoy, parece predominar la idea de que el enorme avance técnico hará imposible una Nueva Edad Media. Livraga continúa: “No existía temor evidente ante la escasez de alimentos; y menos de hidrocarburos, que apenas si se utilizaban. El crecimiento demográfico no era un fantasma aterrador para Europa, pues su bajo índice de natalidad, las emigraciones y un estado sanitario comparativamente precario, daban la sensación de que, por el contrario, el peligro estaba en la falta de crecimiento. Muchas ideologías nacionalistas empezaron a promover la natalidad como un factor de poder y con miras a largas guerras de desgaste.” Pero, “estas guerras estallaron, aunque (...) con características diferentes a las previstas”. Y es que “... el teatro principal de las mismas fue Europa y que, más allá de los países ganadores... todos los países habían perdido. Las llamadas ‘Colonias’ en Asia y África se perdieron, Rusia se volcó al comunismo ateo (...) Los EE ganaron terreno y Japón se convirtió en una potencia comercial, a la vez que China se hacía líder del llamado “Tercer Mundo”.
Pero -y esto lo previó Livraga-Rizzi ya en los años 70- tanto el comunismo como el capitalismo estarían abocados al fracaso y con ello a originar problemas.
Hedley Bull, fundador de la Escuela Inglesa de Relaciones Internacionales, volvió a utilizar el término que nos ocupa en los años 70, en el libro “The Anarchical Society” (1977), y más tarde lo hizo también Umberto Eco, catedrático de Comunicación Visual, Humanismo y Semiótica, en su ensayo “Hacia una nueva Edad Media”. Este ensayo lo escribió en 1977 para el semanario romano L’Espresso, pero fue traducido a otros idiomas mucho más tarde.
Eco, a su vez, se refiere a otra obra, la de Roberto Vacca, un ingeniero en electrónica e informática, con el título: “¿Edad Media en el próximo futuro?” (1974). Vacca predice la degradación de los grandes sistemas típicos de la era tecnológica; éstos, por ser demasiado vastos y complejos como para que una autoridad central pueda controlarlos e incluso para que pueda hacerlo individualmente un aparato de administradores eficaz, están destinados al colapso y, a consecuencia de su interdependencia recíproca, a producir un retroceso de toda civilización industrial.
La expresión “Edad Media” abarca diversos periodos: uno desde la caída del Imperio Romano de Occidente hasta el Año Mil, el otro desde ese milenio hasta el Renacimiento. Eco se pregunta a cuál de esas dos fases pertenece nuestro tiempo, ya que, desde entonces, los procesos se habrían acelerado enormemente (desgraciadamente sin dar explicaciones para esa aceleración).
Para poder “fabricar una buena Edad Media” se necesita, opina Eco, un largo “Periodo de Paz Duradera” que se hubiera hecho inestable. Parte de una potencia mundial que hubiera mantenido unido al resto del mundo y que cae porque por sus fronteras entran “bárbaros”, sea con violencia, sea a lo largo de un proceso de entradas furtivas, que traen consigo creencias e ideologías ajenas. El Imperio Romano se socavó a sí mismo por permitir con gran tolerancia aceptar e integrar todo, como por ej. la elevada Cultura Alejandrina, cultos orientales de Mitra y Astarté, ética cristiana, magia, diversas esperanzas de curación y salvación así como la abolición de las rígidas divisiones de clase entre ciudadanos y no ciudadanos. Pero Eco, a pesar de todas las crisis, no ve negativo el tiempo posterior a la caída del Imperio Romano de Occidente: “... de hecho, la Alta Edad Media fue también (quizás aún mas que la Baja) un tiempo de enorme vitalidad intelectual, llena de diálogos fascinantes entre civilizaciones bárbaras, herencia romana y fermentos de corte cristiano orientales, un tiempo de los gigantes y de los encuentros (... monjes irlandeses que cruzaban Europa de cabo a rabo...). En suma, allí creció el hombre moderno occidental y, en este sentido, el modelo de una edad media nos puede ser útil para entender lo que pasa hoy: en el desmoronamiento de la ‘Gran Paz Duradera’ se dan crisis e inseguridad, civilizaciones distintas chocan entre si y poco a poco surge la imagen de un hombre nuevo”.
Como ejemplo menciona a Boecio y cómo éste divulgó entre la gente a Pitágoras y leía a Aristóteles; y cómo no sólo repetía obstinadamente las lecciones del pasado sino que practicaba una nueva forma de cultura, fundando los primeras centros de estudio en la corte de los bárbaros.
La crisis de la “Pax Americana” está dada, sigue escribiendo Eco, pero no logra fijar una imagen clara de los “nuevos bárbaros”. ¿Los chinos? ¿Las naciones del Tercer Mundo? ¿Trabajadores inmigrantes, jóvenes rebeldes, o acaso los clandestinos?
Lo único que desapareció entonces, sostiene Eco, fue el típico clásico romano, como hoy el clásico liberal. Y luego sigue una comparación deliciosa del “clásico romano” con su equivalente actual: el empleado medio que vive en las afueras de una ciudad, con el pelo cortado a cepillo, que sufre en toda su fuerza la total descentralización y crisis del poder central. Ve las influencias “barbáricas” encarnadas en el hijo del probo empleado, el cual “... va por todos lados llevando pelos largos como los indios y un poncho mejicano, toca el sitar hindú, lee textos budistas o cartillas leninistas y logrando admirar con igual entusiasmo a Hermann Hesse, el zodiaco, la alquimia, el pensamiento de Mao Tse Tung, un porro de marihuana y las técnicas de guerrilla urbana...”
La crisis del poder central se ve en decisiones gubernamentales que ya no son más que puramente formales, a diferencia de las decisiones que toman grandes consorcios económicos. Como ejemplo menciona la política del Pentágono y el FBI, que van por su cuenta, independientemente de la Casa Blanca.
En el capítulo “Vietnamización del territorio”, Eco describe la fortificación y premilitarización de grandes fábricas y compara los vestíbulos de ventanillas en bancos de Milán o Turín con castillos extra fortificados, o menciona los edificios de apartamentos en Latinoamérica donde los porteros van provistos de ametralladoras.
Tendría lugar una “medievalización” de la ciudad: clanes que conforman guetos a la manera de las contrade (barrios) italianas que organizan anualmente el “Palio de Siena”, las carreras de caballos a través de toda la ciudad (que hasta hoy se celebran) para canalizar las agresiones rivales de manera organizada.
En cuanto al deterioro ecológico, Eco escribía lo que era característico de la Edad Media: que la tecnología decayó y la humanidad se empobreció. El hierro se hizo raro y la pérdida de una hoz significaba la ruina para un campesino. La población disminuyó rápidamente y sólo volvió a crecer cuando se pusieron en marcha nuevos métodos de plantación de lentejas y judías, de gran valor nutritivo. Hoy sería al contrario: el gran desarrollo de la tecnología causa congestiones y disfunciones, la industria de la alimentación contamina el ambiente y fabrica alimentos venenosos o que provocan cáncer. Este proceso continúa hasta hoy (2009) y sigue avanzando; al parecer, no hay límites para la “functional food” y comemos, entre otros, chocolate hecho con sangre de cerdo.
La sociedad del máximo consumo no ha fabricado útiles perfectos sino artículos que enseguida se hacen inutilizables.
La inseguridad ciudadana existe hoy igual que en la Edad Media. Por aquellos entonces, era igual de peligroso andar de noche por los bosques como hoy por el Central Park en Nueva York, o en metro. Tampoco las guerras se declaran más sino que uno “se entera por las noticias”, de golpe -escribe Eco-, como pasó con el conflicto India-Pakistán.
Otro aspecto interesante lo encontramos en el capítulo de “El arte como artesanía”: “Toda Edad Media es una cultura del espectáculo en la que la catedral hace de gran libro de piedra y, prácticamente, de cartel de propaganda, pantalla de televisión, mística tira cómica que todo lo cuenta y todo lo explica: las naciones que pueblan la tierra, las artes y las profesiones..., los misterios de la fe..., la vida de los santos (de los grandes ejemplos a imitar... como las actuales estrellas del cine o del rock... con enorme poder carismático).” Del otro lado estarían los callados esfuerzos de la élite cultivada, intentando recomponer y juntar los restos de la pasada cultura y otras curiosidades que, a menudo, se podían admirar en los cuartos de las maravillas de los príncipes. De la misma manera, el joven de hoy -dice- se extasía ante una caja mágica transistorizada en la que brillan puntos intermitentes y rayos espiralados, ante un ingenio de medio miniatura técnica y medio sueño futurístico de ciencia ficción. Lo que se estila no es un arte sistemático, sino un arte aditivo, una artesanía de trabajos manuales, igual que lo que se hacía en el medioevo, dice Eco.
Finalmente, Eco duda de si las comunidades de los monasterios hayan logrado salvaguardar los testimonios de la anterior cultura, porque en la pasada Edad Media no se practicó ninguna conservación sistemática sino una descuidada destrucción y cura desordenada de los restos.
Para terminar Eco añade: “Nuestra edad media será una época de transición permanente (...) El problema no estará tanto en conservar científicamente el pasado sino en establecer hipótesis sobre la utilización del caos” (...) “Surgirá, a trazos ya se puede vislumbrar, una cultura de readaptación continua que se alimentará de utopías” (...) “La Edad Media salvaguardó a su manera la herencia del pasado: no enterrándola bajo tierra como un tesoro sino traduciéndola, usándola, adaptándola continuamente...”
“Nadie dice que la perspectiva de una Nueva Edad Media sea algo totalmente agradable. Como decían los chinos, para maldecir a alguien: ‘Que te sea concedido vivir en una época interesante’.”
A partir de 1990, el término aparece en el ámbito de las Ciencias Sociales y, entre otros, es usado por Alain Minc en su libro “La Nueva Edad Mediade 1994, cuyo tratamiento del tema tanto interés despertó.
“Como la Unión Soviética y América como superpodereres de orden y los pequeños como poderes moderadores han dejado de actuar como tales, aparece una disgregación en grupos étnicos y religiosos que aumentará con el tiempo (...) La ONU y otras organizaciones internacionales son inoperantes, nadie puede tomar una decisión fáctica. A ello se suma la derrota de la razón, que será sustituida por miedos indefinidos, sobre todo a lo foráneo, a lo extraño. El Sida es la nueva peste (...) La Edad Media ha vuelto a resucitar”.
En el capítulo “El triunfo de las sociedades ‚Grises’”, Minc trata la disolución de estructuras y órdenes a través de la formación de “zonas”, en las que el estado de derecho ya no tiene posibilidad alguna de acción: “Existe otro camino más directo hacia la Edad Media...?”.Desde el Renacimiento, dice, el orden estatal se fue difundiendo en todos los países: en lo geográfico, desapareciendo las zonas no controladas, en lo jurídico, fortaleciéndose el papel del Estado, en lo social, convirtiéndose la prosperidad de la población paulatinamente en objeto del llamado Estado de Bienestar; en lo político, llenándose el mundo de gobiernos que, aunque no todos sean democráticos, sí por lo menos respetan ciertas reglas de juego. Todo ello culminaría en sociedades transparentes donde todo y todos estarían bajo control, pesadilla que se reflejaría en el conocido “1984” de George Orwells.
“Hoy, la amenaza es más bien la vuelta a la ley de la jungla (...) En medio de las avanzadas democracias se propaga de nuevo el desorden, a la mafia ya no se la considera más un resto arcaico (...) sino que aparece como una forma más de sociedad....”
Hasta qué punto la mafia italiana interviene en la sociedad de manera determinante lo tuvieron que sufrir los napolitanos en 2008, cuando sus calles quedaron cubiertas de basura durante meses. La comparación con la edad media fue prácticamente inevitable, cuando las inmundicias se tiraban directamente desde las ventanas a la calle, provocando la aparición de nefastas enfermedades.
“... Desde capos de la droga, que hoy ya se sientan en el centro de los mercados financieros internacionales, hasta la nomenclatura rusa, que se ha independizado apropiándose de parte del patrimonio del pueblo como si fuera su propia dote (...) Zonas enteras que caen en la anarquía sobreponiéndose la sociedad oficial con la actividad clandestina, los negocios sucios con los limpios, moviéndose entre dinero legal y dinero negro, siendo cada vez más difícil distinguir los unos de los otros.” “En todas las funciones que cumple (el Estado), tanto sociales como represivas, pierde cada vez más terreno, incapaz de abarcar una realidad que retorna a las reglas más primitivas.”
Según Minc, en esas “zonas grises” aparecen otra vez quienes ostentan el poder como en la pasada Edad Media: hay señores y vasallos. Como ejemplo menciona al alcalde de San Petersburgo y al gobernador de Nischni Nowgorod que, nada más llegado al poder, sólo mantiene relaciones con Moscú de naturaleza estricta contractual, aceptando del gobierno central únicamente un poder simbólico. O los capos de la droga colombianos, a los que ningún gobierno ha podido parar. “Lo gris” corroe también nuestra misma sociedad, escribe Minc. Grupos enteros de población se encuentran en la marginalidad, similar a determinadas tribus o grupos sociales en la Edad Media.
Sobre todo los parados de larga duración son los que están en gran peligro de quedar excluidos de la sociedad y de que formen un “nuevo proletariado de mendicantes”. A ello se añadirían incluso millones de jóvenes que no tienen absolutamente ninguna clase de relación con el “sistema” y que ni siquiera estarían dispuestos a salir y defender ningún cambio, como hizo en su día la generación del 1968 y que, por lo menos y aunque fuera a través de su odio, todavía tenía relaciones con el Stablishment.
La gente joven por debajo de los 25 años ya ha dejado de pensar en un trabajo de tipo tradicional, bien porque sin formación no hay opciones o bien porque no hay puestos de trabajo para ellos. De este modo, poco a poco, pueden llegar a convierten en criminales que bien pueden vivir del delito unidos a un grupo, banda o clan, que Minc llama “una sociedad primitiva”, que vuelve a ejercer el derecho del más fuerte
“Lo “gris” avanza por todos lados, y las señales para diferenciar entre lo que está permitido y lo que está prohibido, entre moral e inmoral (...) se hacen cada vez más débiles.” (...) “¡Qué fin tan extraño para un siglo que pensaba saberlo todo, dominarlo todo, tener todo sometido la razón!”
En el capítulo “La decadencia de la razón”, escribe Minc que, desde el Renacimiento o mejor desde la Ilustración, la razón domina nuestra idea del mundo, a pesar de todos los fracasos y desviaciones; que ahora, desde la desaparición del rígido sistema de gobierno en el imperio soviético, el péndulo se dirige al otro extremo: “La Nueva Edad Media toma forma y se ve, no sólo por la caída de las estructuras de orden y por cómo se van extendiendo las zonas grises, sino también por el retroceso de la razón.” (...) “Tras el culto a la razón, en vías de extinción, se vislumbran los rasgos del pensamiento tradicional de los tiempos oscuros: los miedos, el viejo gusto por los extremismos, los descarrilamientos de comportamiento, mientras que se están cociendo, todas juntas, ideologías insanas que mañana se saldrán de la olla”. Como miedos menciona la histeria ante el cambio de siglo en el año 2000, cuando todos creían que los ordenadores y demás aparatos tecno-electrónicos quedarían bloqueados, y hace un paralelo con el año 1000, cuando magos y videntes hicieron su agosto.
Otros miedos serían la xenofobia y su pariente, el miedo a que la invasión de inmigrantes nos ahogue a modo de las grandes migraciones de naciones bárbaras, a las que no se puede parar con ninguna ley y a las que ni siquiera les asusta una mortal travesía marina sobre una barca. Hay más: miedo a fundamentalistas religiosos que, como sabemos, a raiz del 11S tanto se ha agudizado. El miedo a ser asaltado y robado encona el odio de vecinos que hace hervir los ánimos contra los gitanos y rumanos. “¡Qué lejos se ha quedado el sueño de una Europa humanizada por el gran mercado común en la que el tráfico libre de mercancías y personas permitiría el entendimiento universal!”
El miedo, escribe Minc, se cristaliza en los jóvenes, y mucho más en los jóvenes hacia los extranjeros, que llegan a ser la encarnación por antonomasia de lo que temen. Menciona otro miedo: el temor a las epidemias. El Sida ha asumido el papel que la peste tenía en el s. XIV: “Una típica enfermedad medieval irrumpe entre nosotros, cual signo misterioso de una nueva Edad Media.”
Ese miedo a contagiarse de Sida lleva a comportamientos cada vez más grotescos, por ej. de jóvenes en África que, entre tanto, han cambiado de costumbres y, en lugar de usar condones, se dedican a violar únicamente muchachas vírgenes.
Hace poco, asistimos, azuzados por los medios, al miedo a una pandemia de gripe, lo que satisfizo especialmente a las casas farmacéuticas que fabrican el Tamiflú, producto que por supuesto se agotó rápidamente.
“En cuanto se enraízan los miedos, los extremismos suben de nivel: el extremismo religioso, étnico y político.(...) En el mundo del catolicismo aumentan las corrientes fundamentalistas; en el protestante, las comunidades carismáticas de base lo abarcan todo a su alrededor; en el judaísmo religioso es el ascenso de los “Lubawitschs“ y otros rabinos teocráticos; en el área islámica es el decrecimiento del Islam moderado y, en su lugar, el consiguiente aumento de seguidores de un Islam ortodoxo, enfervorecidos en un afán agresivo de conversiones.”
Ejemplos de extremismos hay suficientes en cada país.
Minc profundiza aún más y se refiere al despunte de gurus codiciosos y misioneros de cultos medio religiosos medio paganos, así como al rebrote de las llamadas pseudo-ciencias que se aprovechan de nuestro miedo al futuro. “El fin de la Modernidad no establece ninguna sucesión de antepasados intelectuales como la Ilustración. En ninguna parte se han dado síntomas de una revolución ideológica...”
Nos vamos a tener que acostumbrar a ideólogos dispersos. El contenido de “nuestra caja de herramientas conceptual” tiene que reunirlo cada uno por sí mismo, respetando determinadas reglas fundamentales, que Minc enumera:
  1. El mercado es un estado natural de la sociedad, pero es la clase dirigente la que tiene que dirigirlo para que pase a ser un estado cultural. No se lo puede hacer desaparecer, como hacía el comunismo, y tampoco se lo puede dejar a su libre albedrío como en el liberalismo.
  2. La historia no se repite mecánicamente, sino que muestra constantes de comportamiento, peligros y actitudes: “Las crisis no se pueden prever, sin embargo, entender todas aquellas que ya se produjeron, es el mejor entrenamiento”.
  3. Una parte cada vez más amplia de la realidad se escapa a la intervención de las instituciones tradicionales y del estado. Esto no es algo que se deba de dar por hecho sino que refleja simplemente la obligación de las clases dirigentes responsables para que sean conscientes de los límites de su espacio de acción.
  4. Las situaciones inestables tienen la tendencia a empeorar. Hay que emplear energía e imaginación para evitar una reacción en cadena.
  5. “Entramos en un mundo que no nos va a regalar ningún fundamento más de cohesión". Ni fundamentos ideológicos, ni culturales, ni económicos.
Hoy ya no se trata de cimentar el progreso sino de no permitir que la sociedad derrape y de asegurar su estabilidad, de ahí que aplicar fundamentos válidos hasta ahora sería contraproducente. Hoy se hacen necesarios comportamientos a varios niveles simultáneos, por lo que el dar una direccionalidad al mando es más difícil que antes: “Gobernar significará en primer lugar, ejercitarse en el arte del timonero...La Nueva Edad Media se origina, otra vez, en una paradoja. La acción política conocida de antes tiene tan poco valor como las filosofías que se basan en el progreso. Y al mismo tiempo, la voluntad política de dirigir tiene que ser aún más decidida para luchar contra la amenazante entropía, aún cuando no encuentre ninguna clase de fundamentación ideológica o teórica, excepción hecha de un par de migas de sentido común”.
En 1996 apareció en la revista alemana PM-Magazin un artículo de P.J. Blumenthal bajo el título “¿Llega una Nueva Edad Media?”. También aquí, el autor se refiere a la fragmentación de las superpotencias en muchas naciones pequeñas y ve un resurgimiento de un nuevo feudalismo, como sucedió tras la caída del Imperio Romano. El pueblo, bajo el terror de armadas y rebeles saqueadores, buscó refugio en señores feudales que, a cambio de productos en especie, les garantizaban seguridad. El estado suprarregional había dejado de existir y sólo la Iglesia encarnaba todavía una especie autoridad centralizada. También hoy, escribe Blumenthal, se cuestiona cada vez más y con más frecuencia la autoridad de un poder central.
Citando al filósofo de la historia Oswald Spengler, que era de parecida opinión que Berdiáiev, Blumenthal dice que a toda edad media le es propio un “sentido mágico del mundo”. Nuestra fe en la magia no se refiere tan sólo a aquelarres y cosas similares sino que se extiende también a la magia de médicos, psicólogos y otros expertos que interpreten procesos para nosotros inextricables. Nuestros cuentos, hoy, nos los cuenta la televisión con telenovelas y “realities” con los que pretendemos reprimir la fatal realidad.
Continúa describiendo una jerarquización de nuestra sociedad al estilo de la Edad Media, como describen dos científicos americanos: Alvin Toffler y Charles Murray.
Así como en el medioevo los monasterios eran los centros de cultura, hoy surge una élite intelectual que lee libros y cuida el idioma, mientras que la masa simple, en lugar de leer prefiere ver la televisión, ir al cine o pasar el tiempo con los videojuegos de ordenador.
Desde que se publicó el artículo de Blumenthal, la situación parece haberse agravado más porque, entretanto, en Internet ya existen mundos virtuales completos, como por ej. “Second Life”, en los que uno se puede crear un “avatar” que nos representa ahí dentro y puede ponerse en contacto espontáneamente con otros que también están ahí, haciendo lo mismo. Los participantes de ese mundo virtual compensan así la poca sociabilidad de que son capaces en el mundo real; pueden incluso ganar dinero como en el mundo real por ej. vendiendo ropa virtual, y las ganancias se ingresan automáticamente en la cuenta corriente del banco real.
Por lo demás, Blumenthal menciona al crítico sociólogo Lewis H. Lapham que se refiere a los nuevos gobernantes que, hoy en día, serían los consorcios multinacionales, algunos de los cuales tienen más empleados bajo su dominio que habitantes tenía París en el medioevo.
Estas multinacionales basan su poder en sus éxitos financieros. Al igual que en la Edad Media, las grandes casas reales buscaban expandir sus reinos a través de matrimonios (“¡Tu, felix Austria, nube!” - Tú, feliz Austria, espósate - referido a la Casa de Habsburgo), así se agrandarían hoy los consorcios a través de fusiones de empresas, como por ej. Walt Disney “esposó” la ABC (American Broadcasting Cooperation) o, como ejemplo europeo, los “príncipes de los medios“ Leo Kirch y Silvio Berlusconi compran en toda Europa participaciones de mercado.
Estas aspiraciones de poder, escribe Blumenthal, tienen consecuencias sociales como la mano de obra barata. En 1995, la policía de Los Ángeles liberó a 50 trabajadores textiles de una fábrica que los mantenía como esclavos. También el trabajador o empleado “normal” se siente amenazado por la reducción de puestos de trabajo, por lo que no se atreve a alzar la voz.
Blumenthal menciona otros factores para una nueva edad media que enumeraremos aquí: El aumento de la privatización de servicios públicos, como el correo, el tren, la energía eléctrica, la retirada de basuras, etc. trae consigo empeoramiento del servicio a los ciudadanos (porque las empresas privadas invierten sólo lo estrictamente imprescindible para sacar el mayor provecho, o sea ganancias posibles). Las fuerzas armadas se componen mayoritariamente de tropas provenientes de las capas sociales más pobres (en Vietnam cayeron 58.000 soldados y sólo 12 de ellos habían estudiado en la elitista universidad de Harvard). La seguridad de vías y espacios públicos no se confía a los agentes del orden estatales sino a fuerzas de seguridad privadas, como por ejemplo las milicias civiles. La gente rica se atrinchera cada vez más en sus “fortalezas”, las llamadas “gated communities”, para huir de la inseguridad creciente entre la clase media empobrecida.
Todos estos fenómenos se llaman en el lenguaje financiero “neoliberalismo”. Blumenthal cita a otros expertos que creen que todo esto no puede llevarse a extremos porque si no, pronto no habrá nadie más que pueda adquirir los artículos producidos, ya que los ricos suponen un escaso 20% de la población y ellos solos no podrían mantener el sistema en funcionamiento.
Por lo demás, Blumenthal pone sus esperanzas en las ONGs, las Non-Governmental Organizations, como Amnesty International y Médicos sin Fronteras.
A todas éstas les siguieron otras publicaciones como “The Meaning of New Medievalism” de Jörg Friedrichs en el European Journal of Intern. Relations (2001), “Das Neue Mittelalter”, de Kremp Herbert en el periódico Welt am Sonntag (2001), “The New Middle Ages” de Tanaka Akihiko (2002), “The New Middle Ages” de John Rapley en Foreign Affairs (2006), por mencionar sólo algunos.
La lista, por supuesto, no pretende ser completa, pero demuestra que el concepto de La Nueva Edad Media ha pasado de ser tratado por la filosofía a formar parte de las ciencias sociales y ser investigado por el impacto que ejerce en el comercio y la economía.

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