miércoles, 3 de abril de 2013

Un amplio camino a la Fe cristiana.

El desafío
¿Qué podemos hacer nosotros como afectados? ¿Podemos contrarrestar con algo?
Posiblemente proliferarán más guerras, epidemias y catástrofes ambientales, pero es improbable que retrocedamos a la Edad de Piedra. Lo que sí ocurrirá con seguridad, y en eso estoy de acuerdo con Livraga Rizzi, Minc y muchos otros que lo han previsto con mucha antelación, es que la Nueva Edad Media no será un fenómeno aislado, sino que, por el contrario afectará a todos los estados, debido a la globalización; a unos más que a otros, tal y como lo describe el ejemplo que poníamos al principio de la actual crisis financiera.
Livraga Rizzi opina que la humanidad toda entrará en un punto crucial de su historia. Sobre todo, exigirá un cambio de dirección sustancial, y los que más sufrirán son los que se han entregado a un materialismo acérrimo.
 El materialismo tiene sin embargo muchas facetas: no sólo hay un materialismo físico, sino que se expresa también en pereza espiritual, que es mucho más peligrosa por no ser tan evidente.
Emmanuel Kant exigía en su definición de Ilustración, que el hombre despertara de su minoría de edad, de la cual sólo tiene la culpa él mismo, y como remedio designa a la razón.
Y también Albert Schweizer lo formuló con acierto en la ya citada entrevista:
“Como ya he subrayado insistentemente, liberarse de la actual edad media supondrá una evolución mucho más difícil que aquella que liberó a las naciones europeas del primer Medioevo. Entonces la lucha iba contra la autoridad visible. Hoy, el objetivo es ganarse a la masa de individuos para que exijan que se les devuelva su herencia espiritual y, por lo mismo, se les restituya, como personalidades libres, su derecho a pensar, al que han renunciado. Ellos son los que tienen que sacarse del estado de debilidad espiritual y dependencia en el que ellos mismos se han metido.”
Algunas líneas, propuestas, gestos para buscar responder a estos desafíos:
 En cuanto a buscar puentes entre una sociedad indiferente a Dios y el Evangelio, pienso más bien en una actitud que podemos tener cada uno de los miembros de la Iglesia: mostrar a Dios de manera que Dios atraiga y mostrar una religión con Dios de manera que la religión atraiga. ¿Cómo?:
-Que la vida, las actitudes, las opciones de los cristianos sean reflejo claro del rostro verdadero de Dios (no reflejo de una imagen impersonal y lejana de Él).
-Que se pueda atraer desde el testimonio, desde las obras que brotan de la caridad cristiana. Con la conciencia de que el testimonio de vida y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios.
-Mostrar cómo la religión sí tiene la capacidad para dar respuestas verdaderas al hombre en su búsqueda de la plenitud.
-Atraer saliendo más hacia el encuentro del otro, buscándolo, invitándolo a hacer experiencia personal y comunitaria del amor de Dios en la Iglesia... Aprovechar en esto el surgimiento de una nueva sensibilidad por los derechos humanos y la búsqueda de valores más profundos que den sentido a la vida. Teniendo en cuenta además que muchos niegan determinadas versiones o presentaciones de Dios, es decir, que están negando a un desconocido. Proponer con más audacia y menos prejuicio, entonces, que busquen conocerlo en el corazón de la Iglesia.
Salir a anunciar la Buena Noticia del amor de Cristo especialmente entre los jóvenes, entre las familias, que ya no cuentan con puntos de referencia fiables.
-Atraer con el amor mutuo que nos tengamos como cristianos: "Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros" (1 Jn. 4,12) Así, en la experiencia del amor, se conoce auténticamente a Dios. El amor con que nos amemos es el signo para que otros crean (cf Jn. 17,21).

-Atraer viviendo gozosa e intensamente la fe y la vida del Evangelio, con toda su capacidad renovadora y liberadora. Mostrando al cristianismo como camino apto para madurar como persona libre, adulta y socialmente comprometida.
-Para atraer a los hermanos en medio de esta cultura desatenta al Señor será necesario seguir avanzando en la renovación de las estructuras eclesiales, para que estén orientadas totalmente hacia el Dios vivo y así hagan transparente Su rostro desde una fe que obra por el amor. Que hagan transparente al cristianismo.
  • Me parece que otra propuesta válida que ayudaría a tender puentes pasa por abandonar la actitud de "ir en contra de". Las pocas veces que la Iglesia se expresa así, es desoída o desatendida, o peor, despierta rebeldía. Mejor es buscar una expresión "a favor de...". Quizás esto sea más necesario en el campo de lo moral.
Para nada quiero decir que haya que regatear o reducir; no cabe aquí un consenso obtenido a costa de rebajar las exigencias morales cristianas. Pero el "a favor de..." ayudará a mostrar que la propuesta moral que hace la Iglesia no pretende, de ningún modo, violentar la libertad humana, sino que se inspira en la necesidad de proteger los derechos fundamentales del hombre y seguirle anunciando: "vos podés" (en vez de "no hagas esto").[2]
  • Pienso además que en una sociedad donde la negación de Dios se hace más como "condición" para afirmar al hombre, para construirlo, hay que responder con un discurso y un testimonio cristiano constructivos, que pongan el énfasis en la realización del hombre más que en el enfrentamiento con esa negación. Cuyo aporte al mundo sea el servicio, la defensa y promoción de cada persona, de su vocación temporal y eterna.
Este compromiso a favor del hombre puede desmentir en la práctica las razones por las cuales se afirma que Dios y la religión son alienantes, que Dios es antagonista de la grandeza humana o un obstáculo para conquistar su libertad y expansión plena.
Pero esta actitud de promoción humana dará sus frutos siempre que el cristiano tenga como fuente a Jesús, a la experiencia de Dios, sin quedar en una filantropía.
Sin caer en subrayar el compromiso pero a costa de infravalorar la oración; sin caer en poner el acento en los valores éticos pero quitándolo de lo sacramental; sin caer en una relativización de la doctrina; sin olvidar que el cristianismo no es una ONG y que el centro de la religión está en el anuncio, testimonio y facilitación de la experiencia de Dios.
 De esto se ha hablado mucho. Pero insistamos. Hay que buscar una mayor inserción social de los cristianos para aportar los valores éticos y promover (mediante la acción) la estructuración del mundo en referencia a Dios.

El cristiano no puede tener un anuncio eficaz ante la secularización, ante la expulsión de Dios de la vida pública, si reduce lo religioso al ámbito privado y del culto. Hay que "entrar" en este mundo secularizado, sin perder la lucidez y la coherencia en la fe, afirmando serenamente pero con audacia la identidad cristiana y católica.
Hay que asumir los retos presentes, discernir los signos de los tiempos, entregarse con afán y competencia a las tareas laicas y terrenas, inspirados por motivos laicos y también por la fe, la esperanza y el amor cristianos. Pues, como dice la GS: "las energías que la Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa caridad aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero dominio exterior ejercido con medios puramente humanos" (42)
  • Como reflexión final (e inspiradora de propuestas ante los actuales desafíos a la fe) quisiera citar unos párrafos pertenecientes al artículo del Card. Poupard: "Novedad y Tradición de la evangelización de las culturas"[3]:
"Dios no es el rival del hombre, sino el garante de su libertad y la fuente de su felicidad. Dios hace crecer al hombre, dándole la alegría de la fe, la fuerza de la esperanza y el fervor del amor".
"El gran desafío que afronta la Iglesia consiste en encontrar puntos de apoyo en esta nueva situación cultural, y en presentar el Evangelio como una buena nueva para las culturas, para el hombre artífice de cultura"
Juan Pablo II[4]
El deseo de la felicidad es la más universal de todas las aspiraciones del hombre. "Todos buscan ser felices. No hay excepciones a esta regla. Aunque utilicen medios distintos, todos persiguen el mismo objetivo. Ésta es la fuerza motriz de todas las acciones de todos los individuos, incluso de los que se quitan la vida", precisa Pascal en uno de sus más célebres Pensamientos.

Partiendo de este dato, hace unos años, el entonces Pontificio Consejo para el Diálogo con los No Creyentes promovió un estudio sobre el tema "Felicidad y fe cristiana" (1992). Uno de los resultados más significativos fue éste: constatar la urgencia inaplazable de emprender una auténtica evangelización del deseo en la cultura moderna, para aprovechar la aspiración del hombre a la felicidad, como punto de anclaje para la fe. "Este acercamiento antropológico de la fe constituye una de las claves posibles para responder mejor a las insatisfacciones y angustias, los miedos y las amenazas que se ciernen sobre el futuro del hombre moderno, de las que él trata de liberarse a fin de abrir de par en par la puerta de la felicidad en la luz gozosa de Cristo resucitado (...), el único que da una respuesta definitiva a la angustia y a la desesperación de los hombres".[5]
Ahora bien: la evangelización del deseo se realiza sólo si logramos liberar al hombre de los diversos "lazos" que le impiden discernir la verdadera felicidad de la falsa, sacándolo de la prisión de la superficialidad en que tantas veces lo encierra la cultura banal que se difunde a través de los medios de comunicación.
Hoy en día todos vivimos bombardeados por imágenes y mensajes de diverso género que nos influyen de maneras que con frecuencia escapan a nuestro control. De este modo, especialmente a nivel de la cultura popular, se promueven toda una serie de imágenes de la felicidad, que no por falsas dejan de ser seductoras o atrayentes. Se crea así un optimismo superficial, que no sólo no ayuda a alcanzar la felicidad verdadera.
El hombre se distrae con una multiplicidad de placeres o de intereses frívolos y banales; pierde el rumbo, y no capta la enorme pérdida y carencia personal que supone el desinteresarse de Cristo. En esta perspectiva, el conflicto de imágenes de la felicidad es de una importancia vital para la transmisión de la misma fe.

Por tanto, es necesario un auténtico proceso de evangelización que, en primer lugar, prepare el terreno, entrando en contacto con la profundidad del deseo humano de felicidad. El hombre puede llegar a sentir ante la llamada de Jesús un escalofrío del corazón -ese temblor feliz que produce la llamada del amor- como el que sintieron los primeros discípulos de Jesús cuando éste se dio la vuelta y les preguntó: "¿Qué buscáis?" (Jn. 1,38). En segundo lugar, se tratará de llevar al hombre al reconocimiento de lo que la pregunta suscita, es decir, el principal deseo del alma humana. Y en tercer lugar, liberar este deseo de las prisiones reductoras y evangelizarlo, para conducirlo a la plenitud de vida y de amor. Es la aventura espiritual central para toda persona y para toda cultura.
Estos tres estadios -preparación, reconocimiento y evangelización- los vemos claramente en la escena evangélica a la que acabo de aludir: "Juan Bautista preparó a sus discípulos para que se abrieran a esa pregunta de un modo original.
La llegada de Jesús invita a los dos discípulos a leer su deseo de felicidad bajo una nueva luz: bajo Su luz. Y cuando ellos ‘vienen’ y ‘ven’ y ‘están’ con él, entran en un nuevo tipo de escuela, donde sus deseos se liberan y se satisfacen por medio de Su felicidad. Las palabras que Jesús pronunciará mucho más tarde, durante la última cena, podrían adaptarse perfectamente a la ocasión: ‘Os dejo dicho esto para que compartáis mi alegría y así vuestra alegría sea total" (Jn 15,11). Este acto inicial es también el encuentro entre dos alegrías, entre su deseo y Su don, entre sus grandes aspiraciones y la satisfacción ofrecida por la fe en él’."

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