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lunes, 21 de octubre de 2013
Cuando Macbeth se da cuenta de que no hay ningún obstáculo entre él y la corona de Escocia, salvo el cuerpo durmiente de Duncan, piensa que con solo realizar un acto cruel podrá ser feliz para toda la vida. Y decide que compensa hacer ese mal para lograr un bien que considera muy grande.
Cuando Macbeth se da cuenta de que no hay ningún obstáculo entre él y la corona de Escocia, salvo el cuerpo durmiente de Duncan, piensa que con solo realizar un acto cruel podrá ser feliz para toda la vida. Y decide que compensa hacer ese mal para lograr un bien que considera muy grande.
Sin embargo, el efecto del crimen fue desconcertante e insoportable: un solo acto contra la ley introdujo a Macbeth en un ambiente mucho más sofocante que el de la ley.
Como señala Chesterton, hay una lección en Macbeth que es también el fondo sobre el que se desarrolla toda tragedia: el hecho de la unidad de la vida humana, y el hecho de que el ser humano acaba pagando siempre el precio de las consecuencias de sus propios actos.
Macbeth nos enseña que no se puede hacer una locura con la idea de alcanzar la cordura. Haciendo un mal, jamás el hombre puede hacerse a sí mismo más grande. Al revés, se encuentra más atrapado. Destroza una puerta, pero en lugar de huir se encuentra en una habitación todavía más pequeña. Y cuanto más destruye, más se estrecha esa habitación.
Algo así sucede con el aborto. Muchas personas son conscientes de que es algo abominable. No lo quieren a priori. Pero, ante un problema concreto, se ven a un solo paso de alcanzar -mediante el aborto- un objetivo codiciado, un señuelo de libertad.
Si por desgracia deciden, como Macbeth, que compensa hacer ese mal para lograr lo que desean, encontrarán al otro lado de esa puerta algo muy distinto de la libertad.
(De Alfonso Aguiló | 10 de junio de 2013).
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