sábado, 4 de enero de 2014

Nueva Evangelización en el ámbito económico.


Nueva Evangelización en el ámbito económico
La profunda desigualdad socio-económica que prevalece en el mundo se origina en una concepción de los valores.
Nueva Evangelización en el ámbito económico
Nueva Evangelización en el ámbito económico


1. Egoísmo reciclado
La profunda desigualdad socio-económica que prevalece en el mundo se origina en una concepción de los valores.

Las aspiraciones puramente utilitarias orientan la producción económica hacia conveniencias de uso que crecen infinitamente sin conseguir precisamente la plenitud que se pretende.

Y como para marchar a ese paso se requiere individuos y no personas, predomina también la idea de que el hombre no es un fin por sí mismo sino un instrumento que cada uno utiliza como una herramienta más.

Esa observación no va sólo contra la persona sino contra la naturaleza misma del sentido del universo. En efecto, al aceptar una escala de valores que quiebran la justicia, el sistema se vuelve contra la naturaleza del orden social y por lo mismo se aleja de Dios.

Esto se prueba al ver todo el planeta plagado de frustraciones debido a las exigencias orientadas a satisfacer principalmente anhelos materiales, que sólo se consiguen en una lucha desigual que tiene más perdedores que ganadores.

La desesperación para ser cada vez más por ser más ricos, nos hace olvidar intentar ser más porque somos mejores.

Después de la Mater et Magistra, podría decirse que el egoísmo se ha "reciclado" en la centuria que termina. Por ejemplo ya no se "coloniza" países, pero se disemina entre ellos las políticas armamentistas que tanto benefician a los países más ricos.

Otro ejemplo: quizás ya no se hace pillaje con las obras de arte de los países pobres, pero se impulsa una teórica "protección" de patrimonios culturales en el que los coleccionistas privados, a través de una supuesta revalorización del arte, lo reducen al gozo exclusivista de las elites.

2. El mercado y la persona
De otro lado, al convertir a la competencia en un valor por sí mismo, ésta queda exacerbada, transformándose en una lucha sin limitaciones, donde todo vale, e inclusive esa actitud es vista como una necesidad para el "triunfo".

Así, por ejemplo, la prédica por un marketing "agresivo" es hoy inseparable de la promoción para el crecimiento de las ventas de cualquier negocio.

Tal concepto de la competencia perjudica al orden social porque impone dentro de él rasgos de choque frontal, como si cada etapa fuera como destrozar un bosque día a día a puro machetazo, sin cuidarse de cuántos árboles puedan haber caído en el camino.

Así, el trabajo es hoy tan individualista como lo era cien años atrás. La solidaridad es... con nadie. Ser solidario suena no sólo anticuado sino principalmente "ineficiente", con lo que la medida del acierto también pasa por otra escala de valores que acepta cualquier medio con tal de obtener fines utilitarios.

Si el ser humano es inmerso dentro de unas supuestas leyes infalibles del mercado, entonces Dios ya casi no sería necesario. Porque si el mercado es capaz de colocar todas las cosas en su justa medida, ya no se requiere una acción humana inspirada en valores que orienten su acción en función de principios que no son automáticos.

Es decir que no son consecuencias del mercado sino sujetables a la acción de la inteligencia humana, buscando un interés general superior, que es posible de ser hallado con o sin las reglas del mercado, a través de ellas o fuera de ellas, pero nunca sólo determinado por ellas.

Además, mirando a todos los lados del mundo, en ninguna parte puede observarse que el mercado haya generado una situación de felicidad de total complacencia. ¿En qué lugar?

No, por supuesto, en la actual Rusia, donde tales leyes radicalmente ensayadas están a punto de devolver el poder a los extremistas. Tampoco en Estados Unidos, donde quieren obligar a un cambio constitucional que impida al gobierno gastar más de lo que tiene. ¿Dónde entonces el mercado solo, por sí mismo, ha hecho que la convivencia social sea feliz?

Como ya lo han dicho autores católicos, hay necesidades humanas que no tienen "salida" en el mercado y que por tanto no pueden ser satisfechas por éste. Además un mercado sin ninguna regulación le quita a éste su contenido social, ya que ¿cómo puede lo "social" ser considerado válido, si no se le concede papel de interlocutor a la organización estatal que es la que mejor lo debe representar?

3. La persona y el Estado
Así llegamos a lo que podría llamarse un proceso de devaluación de lo colectivo. Como el mercado ha dejado "suelto" a todo el mundo en una degeneración de la libertad, el individualismo se convierte en la conducta natural. El interés general, el bien común, "lo colectivo" aparece como innecesario y frecuentemente es hasta presentado como un estorbo o un retroceso histórico.

Para los católicos, para quienes la solidaridad es un concepto crucial y la autoridad terrenal es necesaria y útil, resulta repudiable intentar disminuir el Estado a su mínima expresión o, peor aún, olvidar que la defensa de lo colectivo es central en nuestra doctrina. En efecto, nadie da si no sale de sí mismo, nadie llega a Dios si no va hacia el prójimo y con el prójimo hasta Dios.

Lo anterior no implica desconocer una crisis en el manejo del Estado, tal como es hoy. Actualmente el Estado en muchos países subdesarrollados aparece "desbordado" por la realidad. El cumplimiento de la ley ya no es una regla, sino la excepción, lo que significa la imposibilidad del Estado como representación del cuerpo social de legitimarse ante la base de la que reclama ser su mandatario.

El incremento de la delincuencia y la infiltración del narcotráfico dentro del Estado, por ejemplo, demuestran la incapacidad de éste para defender el orden y la paz social, que son su partida de nacimiento (recordemos que la búsqueda de interés común es una elaboración posterior).

4. El Estado y la Iglesia
Lo dicho nos conduce a un tema central: Aceptado que la organización social no puede fundarse sino bajo una escala de valores y si para los cristianos los valores comienzan con Dios y su existencia, la pregunta es si no es tiempo ya de revisar aquella tesis según la cual la secularización de los Estados es símbolo de modernidad.

En otras palabras nos preguntamos si en un Estado mayoritariamente religioso, ¿no debería esta mayoría tener el derecho de asegurarse que las leyes respeten sus principios cristianos?

Por ejemplo en el caso de la esterilización como política de "planificación familiar"; o en el "derecho" de los homosexuales a adoptar niños; o en el respeto a las fiestas religiosas que las autoridades civiles quieren "trasladar" a otras fechas.

Pienso que es hora de luchar para exigir que no se pretenda divorciar la vida política de las convicciones religiosas.

Autor: Carlos Ferrero | Fuente: VE Multimedia 

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