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Nueva Evangelización en el ámbito
económico |
1. Egoísmo reciclado
La profunda desigualdad
socio-económica que prevalece en el mundo se origina en una concepción de los
valores.
Las aspiraciones puramente utilitarias orientan la producción
económica hacia conveniencias de uso que crecen infinitamente sin conseguir
precisamente la plenitud que se pretende.
Y como para marchar a ese paso
se requiere individuos y no personas, predomina también la idea de que el hombre
no es un fin por sí mismo sino un instrumento que cada uno utiliza como una
herramienta más.
Esa observación no va sólo contra la persona sino contra
la naturaleza misma del sentido del universo. En efecto, al aceptar una escala
de valores que quiebran la justicia, el sistema se vuelve contra la naturaleza
del orden social y por lo mismo se aleja de Dios.
Esto se prueba al ver
todo el planeta plagado de frustraciones debido a las exigencias orientadas a
satisfacer principalmente anhelos materiales, que sólo se consiguen en una lucha
desigual que tiene más perdedores que ganadores.
La desesperación para
ser cada vez más por ser más ricos, nos hace olvidar intentar ser más porque
somos mejores.
Después de la Mater et Magistra, podría decirse que
el egoísmo se ha "reciclado" en la centuria que termina. Por ejemplo ya no se
"coloniza" países, pero se disemina entre ellos las políticas armamentistas que
tanto benefician a los países más ricos.
Otro ejemplo: quizás ya no se
hace pillaje con las obras de arte de los países pobres, pero se impulsa una
teórica "protección" de patrimonios culturales en el que los coleccionistas
privados, a través de una supuesta revalorización del arte, lo reducen al gozo
exclusivista de las elites.
2. El mercado y la
persona
De otro lado, al convertir a la competencia en un valor por sí
mismo, ésta queda exacerbada, transformándose en una lucha sin limitaciones,
donde todo vale, e inclusive esa actitud es vista como una necesidad para el
"triunfo".
Así, por ejemplo, la prédica por un marketing "agresivo" es
hoy inseparable de la promoción para el crecimiento de las ventas de cualquier
negocio.
Tal concepto de la competencia perjudica al orden social porque
impone dentro de él rasgos de choque frontal, como si cada etapa fuera como
destrozar un bosque día a día a puro machetazo, sin cuidarse de cuántos árboles
puedan haber caído en el camino.
Así, el trabajo es hoy tan
individualista como lo era cien años atrás. La solidaridad es... con nadie. Ser
solidario suena no sólo anticuado sino principalmente "ineficiente", con lo que
la medida del acierto también pasa por otra escala de valores que acepta
cualquier medio con tal de obtener fines utilitarios.
Si el ser humano
es inmerso dentro de unas supuestas leyes infalibles del mercado, entonces Dios
ya casi no sería necesario. Porque si el mercado es capaz de colocar todas las
cosas en su justa medida, ya no se requiere una acción humana inspirada en
valores que orienten su acción en función de principios que no son automáticos.
Es decir que no son consecuencias del mercado sino sujetables a la
acción de la inteligencia humana, buscando un interés general superior, que es
posible de ser hallado con o sin las reglas del mercado, a través de ellas o
fuera de ellas, pero nunca sólo determinado por ellas.
Además, mirando a
todos los lados del mundo, en ninguna parte puede observarse que el mercado haya
generado una situación de felicidad de total complacencia. ¿En qué
lugar?
No, por supuesto, en la actual Rusia, donde tales leyes
radicalmente ensayadas están a punto de devolver el poder a los extremistas.
Tampoco en Estados Unidos, donde quieren obligar a un cambio constitucional que
impida al gobierno gastar más de lo que tiene. ¿Dónde entonces el mercado solo,
por sí mismo, ha hecho que la convivencia social sea feliz?
Como ya lo
han dicho autores católicos, hay necesidades humanas que no tienen "salida" en
el mercado y que por tanto no pueden ser satisfechas por éste. Además un mercado
sin ninguna regulación le quita a éste su contenido social, ya que ¿cómo puede
lo "social" ser considerado válido, si no se le concede papel de interlocutor a
la organización estatal que es la que mejor lo debe
representar?
3. La persona y el Estado
Así llegamos a
lo que podría llamarse un proceso de devaluación de lo colectivo. Como el
mercado ha dejado "suelto" a todo el mundo en una degeneración de la libertad,
el individualismo se convierte en la conducta natural. El interés general, el
bien común, "lo colectivo" aparece como innecesario y frecuentemente es hasta
presentado como un estorbo o un retroceso histórico.
Para los católicos,
para quienes la solidaridad es un concepto crucial y la autoridad terrenal es
necesaria y útil, resulta repudiable intentar disminuir el Estado a su mínima
expresión o, peor aún, olvidar que la defensa de lo colectivo es central en
nuestra doctrina. En efecto, nadie da si no sale de sí mismo, nadie llega a Dios
si no va hacia el prójimo y con el prójimo hasta Dios.
Lo anterior no
implica desconocer una crisis en el manejo del Estado, tal como es hoy.
Actualmente el Estado en muchos países subdesarrollados aparece "desbordado" por
la realidad. El cumplimiento de la ley ya no es una regla, sino la excepción, lo
que significa la imposibilidad del Estado como representación del cuerpo social
de legitimarse ante la base de la que reclama ser su mandatario.
El
incremento de la delincuencia y la infiltración del narcotráfico dentro del
Estado, por ejemplo, demuestran la incapacidad de éste para defender el orden y
la paz social, que son su partida de nacimiento (recordemos que la búsqueda de
interés común es una elaboración posterior).
4. El Estado y la
Iglesia
Lo dicho nos conduce a un tema central: Aceptado que la
organización social no puede fundarse sino bajo una escala de valores y si para
los cristianos los valores comienzan con Dios y su existencia, la pregunta es si
no es tiempo ya de revisar aquella tesis según la cual la secularización de los
Estados es símbolo de modernidad.
En otras palabras nos preguntamos si
en un Estado mayoritariamente religioso, ¿no debería esta mayoría tener el
derecho de asegurarse que las leyes respeten sus principios cristianos?
Por ejemplo en el caso de la esterilización como política de
"planificación familiar"; o en el "derecho" de los homosexuales a adoptar niños;
o en el respeto a las fiestas religiosas que las autoridades civiles quieren
"trasladar" a otras fechas.
Pienso que es hora de luchar para exigir que
no se pretenda divorciar la vida política de las convicciones religiosas.
Autor: Carlos Ferrero | Fuente: VE Multimedia
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