Hace 12 años, en el 2002 Bat Ye'or, una estudiosa nacida en Egipto y de nacionalidad británica, especialista de historia de las minorías cristianas y judías – llamadas "dhimmi" – en los países musulmanes, acuñó el término "Eurabia" para definir el destino hacia el cual ve que Europa se encamina. Un destino de sumisión al Islam, de "dhimmitud".
Oriana Fallaci retomó en sus escritos la palabra "Eurabia" y dio a la misma una resonancia mundial. El 1º de agosto del 2005 Benedicto XVI recibió a la Fallaci en audiencia privada, en Castel Gandolfo. Ella rechazaba el diálogo con el Islam, él lo quería y lo quiere. Pero pusieron de acuerdo – como luego refirió la Fallaci – en reconocer "el odio de sí" que Europa muestra, su vacío espiritual, su pérdida de identidad, precisamente mientras aumentan en ella los inmigrantes de fe islámica.
Holanda es un extraordinario test de verificación. Es el país en el que el arbitrio individual está más extendido – hasta el punto de consentir la eutanasia en niños –, en la que la identidad cristiana se ha diluido más, en la que la presencia musulmana crece más jactanciosa.
Aquí el multiculturalismo es la regla. Pero también son dramáticos los contragolpes: del asesinato del líder político anti-islamista Pim Fortuyn en la persecución de la disidente somalí Ayaan Hirsi Ali, al asesinato del director Theo Van Gogh, condenado a muerte por la película "Submission" de denuncia de crímenes de la teocracia musulmana. El sucesor de Fortuyne, Geert Wildres, vive desde hace seis años protegido por la policía minuto a minuto.
En Holanda hay una metrópoli donde esta nueva realidad se ve a ojo pelado, más que en otras partes. Aquí barrios enteros son pedazos del Medio Oriente, aquí se alza la más grande mezquita de Europa, aquí en los tribunales y en el teatro se aplican partes de la ley islámica, la sharia, aquí muchas mujeres caminan con velo, aquí el alcalde es musulmán, hijo de un Imán.
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