martes, 14 de octubre de 2014

El cardenal Raymond Burke, Prefecto de la Signatura Apostólica, advierte que en el Sínodo «algunos sostienen la posibilidad de adoptar una praxis que se separa de la verdad de la fe».



(Il Foglio) Il Foglio entrevista al cardenal Raymond Burke, Prefecto de la Signatura Apostólica:

¿Qué se ve detrás de la cortina mediática que envuelve al Sínodo?

Emerge una tendencia preocupante porque algunos sostienen la posibilidad de adoptar una praxis que se separa de la verdad de la fe. Aunque debería ser evidente que no se puede proceder en ese sentido, muchos propugnan por ejemplo peligrosas aperturas sobre la cuestión de la comunión concedida a los divorciados vueltos a casar. No veo cómo se puede conciliar el concepto irreformable de la indisolubilidad del matrimonio con la posibilidad de admitir a la comunión a quien vive en una situación irregular. Con esto se pone directamente en discusión lo que nos ha dicho Nuestro Señor cuando enseñaba que quien se divorcia de su mujer y se casa con otra mujer comete adulterio.

Según los reformadores esta enseñanza ha llegado a ser demasiado dura.

Olvidan que el Señor asegura la ayuda de la gracia a quienes son llamados a vivir el matrimonio. Esto no significa que no habrá dificultades y sufrimientos, sino que llegará siempre una ayuda divina para afrontarlas y ser fieles hasta el final.
(…)
Yo no sé cómo se organizan las ruedas de prensa, pero me parece que algo no funciona bien si la información es manipulada de modo que se da realce solo a una tesis en lugar de referir fielmente las diversas posiciones expuestas. Esto me preocupa mucho porque un número consistente de obispos no acepta las ideas de apertura, pero pocos lo saben. Se habla solo de la necesidad de que la Iglesia se abra a las instancias del mundo enunciada en febrero por el cardenal Kasper. En realidad, su tesis sobre temas de la familia y sobre una nueva disciplina para la comunión a los divorciados vueltos a casar no es nueva, ya fue discutida hace treinta años. Desde febrero ha retomado vigor y culpablemente se la ha dejado crecer. Pero todo esto debe terminar porque provoca un grave daño a la fe. Obispos y sacerdotes me dicen que ahora muchos divorciados vueltos a casar piden ser admitidos a la comunión porque lo quiere el Papa Francisco. En realidad, compruebo que, sin embargo, hasta ahora no se ha manifestado sobre esta cuestión.

Pero parece evidente que el cardenal Kasper y los que se encuentran en su línea hablan con el apoyo del Papa.

Esto sí. El Papa ha nombrado al cardenal Kasper al Sínodo y ha dejado que el debate continuase sobre ese camino. Pero, como ha dicho otro cardenal, el Papa no se ha manifestado todavía. Yo estoy esperando un pronunciamiento suyo, que solo podrá estar en continuidad con la enseñanza que la Iglesia ha dado durante toda su historia. Una enseñanza que nunca ha cambiado porque no puede cambiar. (…)

Admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar mina el sacramento del matrimonio, pero también el de la eucaristía. ¿No le parece una deriva que toca el corazón de la Iglesia?

En la primera epístola a los Corintios, en el capítulo 11, san Pablo enseña que quien recibe la eucaristía en estado de pecado come su propia condenación. Acceder a la eucaristía significa estar en comunión con Cristo, ser conformes a Él. Muchos oponen la idea de que la eucaristía no es el sacramento de los perfectos, pero esto es un falso argumento. Ningún hombre es perfecto y la eucaristía es el sacramento de aquellos que están combatiendo para ser perfectos, según lo que pide el mismo Jesús: que lo seamos como Nuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 48). También quien combate para alcanzar la perfección peca, ciertamente, y si está en estado de pecado mortal no puede comulgar. Para poder hacerlo debe confesar su pecado con arrepentimiento y con el propósito de no cometerlo más: esto vale para todos, incluidos los divorciados vueltos a casar.

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