Se alían los poderosos de la tierra –ONU, Unión Europea, organismos mundiales, Bancos, Fundaciones internacionales, como Rockefeller, Soros, Gates, MacArthur, Ted Turner, grandes firmas también internacionales, como Kodak, American Airlines, Apple, Toyota, Playboy, CNN, Sony, cadenas de prensa, universidades–, y forman un Gobierno mundial que va imponiendo sus normas a los Gobiernos nacionales, limitando cada vez más su soberanía propia. A través de presiones diplomáticas, económicas y mediáticas, premia con ayudas generosas a quienes le obedecen, al mismo tiempo que condena y castiga a los Gobiernos que le resisten; y son muy pocos los que se atreven. Es indudable que esos «dominadores del mundo», como a veces lo han dicho ellos mismos, pretenden llegar a un Nuevo Orden Mundial, con una Autoridad suprema controlada por ellos.
Con Libia se repite la historia de como los poderosos se ponen de acuerdo, ante el miedo de perder el stado de la abundancia.
Hay un continuo enfrentamiento y reconciliación de los gobiernos de la abundancia.
Hace unos años fue Bush y los gobiernos de truno de Europa. Recordamos l historia:
A veces parece que el Norte se resquebraja. En la guerra de Iraq Estados Unidos iba por un lado y Francia y Alemania por otro. Y las desavenencias prosiguen. Bush apunta a un conflicto muy grave: pontifica sobre qué alimentos deben comer los europeos. A finales de mayo, denunció a la Unión Europea por su prohibición de consumir alimentos transgénicos. Daba como razón que ello impedía a los países en vías de desarrollo cultivar cereales modificados genéticamente para su posterior exportación, lo que aumentaba el hambre y la pobreza en las naciones más pobres del mundo. (De hecho, Zambia los había rechazado, aun como donación. No así Malawi). Muchos líderes europeos se indignaron con estas palabras de Bush el moralista y le respondieron que los países de la Unión Europea destinan a la ayuda de los países pobres un porcentaje de sus ingresos nacionales brutos mucho más alto que el de Estados Unidos -actualmente, Estados Unidos ocupa el puesto número 22, el más bajo de las naciones industrializadas.
La hipocresía deja sin palabra, pero lo que aquí queremos recalcar son otras dos cosas. Una es que sí hay enfrentamientos -escaramuzas- entre unos y otros, y los seguirá habiendo: los gobiernos hablarán de derechos y legalidad internacional de diferente manera; a unos se les escapará más que a otros una lágrima de compasión ante los 22 millones de afganos, los 28 millones de iraquíes y los cientos de millones del Africa negra. Pero la segunda, y decisiva para nuestro mundo, es que no se ve que nadie quiera arriesgar su propio buen vivir por causa de dichos enfrentamientos. Europa se enfrentará a Estados Unidos, pero sólo hasta cierto punto. Visto desde el tercer mundo, los enfrentamientos entre los gobiernos ricos suenan más a actuación para la galería que a enfrentamientos a fondo.
El símbolo ha sido el abrazo de Bush y Chirac en Evian. Y es que la Europa rebelde, que se había salido del carril, a las inmediatas tiene miedo de que sus empresas no se repartan el botín de la reconstrucción de Iraq, a que su desunión interna -Inglaterra y España contra Francia y Alemania- le dificulte llegar a ser la primera potencia económica. Pero el miedo mayor, pienso yo, es a que se configure un orden mundial distinto al actual. Arriesgar el buen vivir es pedir demasiado.
Ahora los dirientes han cambiado, pero los acontecimientos de repiten de forma parecida.
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