jueves, 7 de julio de 2011

La sorprendente ignorancia del fanatismo integrista.

(José María Castillo).- Lo que ayer publiqué sobre los “Indignados de la Iglesia” ha provocado reacciones apasionadas, que solamente resultan explicables desde la ignorancia. Una ignorancia sorprendente y preocupante, puesto que se refiere a cosas muy fundamentales. Por supuesto, que, al decir esto, me estoy defendiendo. Pero, además de eso (a lo que creo que tengo derecho), estoy advirtiendo que, si tenemos en cuenta los datos que nos proporciona la historia de la Iglesia, quienes atacan con pasión (y algunos con desenfreno) lo que he dicho, lo que hacen es poner en evidencia un desconocimiento tan serio de lo que es la Iglesia, que esto sí que es preocupante.
Ante todo, me permito advertir que las propias creencias y las propias convicciones no se defienden con insultos y agresiones. Eso, ni es cristiano, ni es de personas educadas. Y, como es lógico, quienes hablan así, lo único que consiguen es perder el poco prestigio y la poca credibilidad que les queda. Por respeto a sí mismos, deberían prohibirse utilizar esos lenguajes. Y sustituir su manera de hablar por razonamientos documentados. Esto es lo que se hace entre personas que pretenden presentarse como gente educada y culta.
Pero, si vamos al contenido de lo que yo decía ayer, realmente resulta penoso quitarle la razón al papa San Gregorio Magno utilizando para ello un dicho de Santa Catalina de Siena. ¿Qué teología hay detrás de semejante argumentación? Pero lo más serio, en este incidente, es que, según creo, muchos se han puesto nerviosos cuando se han enterado de que los papas de todo el primer milenio, hasta ya entrado el s. XI, o sea durante más de diez siglos, se resistieron a utilizar el título de papa “universal”. De forma que fue en el año 1049, cuando un sínodo romano, bajo el pontificado de León IX, prohibió “bajo anatema de la autoridad apostólica” que de nadie se afirme ser primado de la iglesia universal, más que del obispo de la sede romana, y se declara “que sólo el pontífice de Roma es el primado y el apostólico de la Iglesia universal” (Mansi, XIX, 738).
Se ha dicho, con razón, que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. Mientras no nos tengamos respeto y mientras no hablemos desde el conocimiento, y no desde la pasión fanática, mal servicio le vamos a prestar a la Iglesia, al Romano Pontífice y, sobre todo, a la fe que en Jesucristo que decimos defender.

José María Castillo, 07 de julio de 2011 en "Telogia sin censura".

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