sábado, 21 de enero de 2012

Persecución religiosa en España 1936-1939 (I)

LOS SEGLARES, TESTIGOS DE CRISTO EN 1936-1939”



CONFERENCIA PRONUNCIADA EN BARCELONA, ORGANIZADA POR LA FUNDACIÓN REGINA MARTYRUM. 29 DE MARZO 2006







1.- EN TIEMPOS DE INDIFERENCIA RELIGIOSA,

EL EJEMPLO DE LOS MÁRTIRES.



Los mártires son ejemplo de vida cristiana. Así los presenta Benedicto XVI. En uno de los primeros actos multitudinarios de su pontificado, en el contexto del Congreso Eucarístico Nacional Italiano clausurado a finales de mayo de 2005, el Papa propuso el modelo de los mártires del norte de África que dieron la vida por celebrar la misa.



El emperador, recordó el Santo Padre, había prohibido a los cristianos, “so pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas”. En una pequeña localidad llamada Abitene, territorio situado en lo que hoy es Túnez, fueron apresados 49 cristianos que, reunidos un domingo en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía, desafiando las prohibiciones imperiales. Arrestados, fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Tras preguntarles el procónsul por qué habían violado la orden del emperador, la respuesta que ofreció Emérito fue clara y significativa. Le dijo: "Sin el domingo no podemos vivir".



Y, después de atroces torturas, los 49 mártires de Abitene fueron asesinados. Con el derramamiento de sangre, confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron.



Así fue en los primeros siglos de la Iglesia; así sucedió en la década de los años 30 del siglo XX; y así continua sucediendo en nuestros días. Sin la celebración Eucaristía no se puede vivir. Sin la Eucaristía dominical falta algo. A la Iglesia y a los cristianos nos faltarían las fuerzas, porque con la ausencia de la Eucaristía no se pueden afrontar las dificultades cotidianas.



Y por eso se sucumbe. Por eso hay tanta indiferencia, tanto relativismo moral, tanto laicismo anticatólico. Esa falta de fuerzas para afrontar las dificultades cotidianas provoca la disolución de la familia, se quiebran los lazos de transmisión de la fe y de los valores y se rechaza todo aquello que puede ser considerado católico[1].



La Iglesia está preocupada por la escasez vocacional. Los Obispos participantes en el último Sínodo, dedicado a la Eucaristía, coincidieron en señalar que “la crisis de fe” es el verdadero problema. Pues el sacerdocio es fruto de la fe de la comunidad. Sin fe no hay sacerdotes y no hay vocaciones[2].



En un mundo “caracterizado con por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por el secularismo cerrado a la trascendencia... no es fácil vivir como cristianos”[3]. El Papa pide a los cristianos que reflexionemos sobre todo esto.



2.- ANTE TODO CRISTO Y LA IGLESIA.



Durante la persecución religiosa de 1931-1939 ¿cuántos cristianos murieron por ir a misa y por guardar en sus casas el Pan Eucarístico? Bastantes[4]. ¿Se sabe la cifra de hombres y mujeres que fueron martirizados, por el simple hecho de guardar en sus casas, ornamentos y objetos de culto que iban a ser profanados? Se conocen muchos casos[5]. ¿Cuántos seglares, ante el dilema: “Cristo y la Iglesia ante todo, desafiaron las ordenes de la autoridad constituida”? Miles. Fueron millares los cristianos que antepusieron su lealtad a Cristo y su amor a la Iglesia, antes que la obediencia a leyes injustas, a su tranquilidad personal, a su comodidad y a vida[6].



La persecución religiosa en España fue enorme. Y, lo más espeluznante es el odio que se practicó contra la fe católica y contra los sacerdotes, que eran su más viva expresión. Los enemigos de Dios y de la Iglesia no se contentaron con matar a 13 obispos, fueron martirizadas más de 6.800 personas consagradas; es decir, sacerdotes, religiosos y religiosas. También murió, por odio a la fe, un sinfín de seglares.



Sin ir más lejos, en esta Diócesis de Barcelona martirizaron a su Obispo; a más de 930 sacerdotes y religiosos[7] y a muchos seglares. Al Siervo de Dios Manuel Irurita Almandoz, así como a un nutrido número de sacerdotes y personas, los asesinaron por el simple hecho de ser molestos. Habían consagrado su vida al Señor y eso resultaba impertinente. Junto al Obispo Irurita murieron los miembros de la familia Tort, que por expreso deseo de la Santa Sede han sido incluidos en la misma causa del Obispo de Barcelona. Y, gracias a Dios, se está instruyendo el proceso diocesano ese selecto grupo, más de 60 jóvenes de la Acción Católica, los Fejocistas, que recibieron la palma del martirio.



Esta suficientemente probado que, quienes han sido incluidos en los procesos canónicos de beatificación, por martirio, eran católicos consecuentes con su fe; no habían hecho mal a nadie; eran ejemplo de caridad y de ayuda para el prójimo. Estas acciones, típicamente cristianas, han sido comprobadas en la recapitulación de pruebas para cada uno de los procesos. En palabras del Juan Pablo II: “Vivieron amando y murieron perdonando... fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia. Todos ellos, según consta en los procesos canónicos para su declaración como mártires, antes de morir perdonaron de corazón a sus verdugos.”[8]



Mons Vicente Cárcel Ortí, uno de los más cualificados expertos de estos temas, afirma rotundamente que la persecución contra la Iglesia en España “desencadenada abiertamente durante el verano de 1936, fue mayor que el acoso que tuvieron que sufrir los cristianos en tiempo del Imperio Romano”[9].



A partir de 1934 la persecución religiosa se hizo abiertamente visible, tanto en Asturias, como en Cataluña como en otras partes de España, y ese hostigamiento duró hasta 1939. Cuando se incendiaban iglesias y conventos, cuando se disparaba a crucifijos e imágenes de la Virgen, lo que se pretendía era abolir cualquier manifestación pública o privada de índole religiosa. Cuando fueron masacrados tantos y tantos obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, tantos miembros de asociaciones católicas, se pretendía erradicar el culto católico[10].



El perseguidor de la Iglesia siempre busca el mismo fin: Detiene, encarcela, mata a quienes educan evangélicamente. Los sacerdotes, religiosos y seglares que se preocupan por formar a la gente en valores evangélicos y apartan a los jóvenes de las seducciones embusteras y del espíritu del mal, esos incomodan[11]. Al laicismo radical le molesta Cristo y su Iglesia. Y es indiscutible, cuando se vive consecuentemente la fe cristiana, cuando “se es de Cristo”; cuando un cristiano se deja animar por el Espíritu del Señor y pone a disposición de Cristo todo lo que tiene y todo lo que es como personas[12], la configuración con Cristo es un hecho. Los cristianos que así proceden llegan a conseguir que Cristo mismo viva y actúe en ellos[13]. Y, una “forma peculiar de evangelización”, típicamente laical, es la transformación del orden de “las cosas temporales a través de los valores del Evangelio”[14].

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