lunes, 14 de diciembre de 2015

INTERVENCION DEL ARZOBISPO GEORG GÄNSWEIN en la presentaciçon del libro de Robert Sarah.

IGLESIA DE SANTA MARIA DELL'ANIMA

(ROMA, 20 de noviembre de 2015)
Querido Cardenal Sarah, cuando leí las galeradas de su libro "Dios o nada", durante el verano, me acordé con franqueza, varias veces, de la audacia con la que el Papa Gelasio I en 494 escribió en Roma una carta al emperador Anastasio I de Constantinopla
Cuando por fin se encontró una fecha adecuada para la presentación de este libro aquí, en la Iglesia dell'Anima, esta tarde, descubrí que precisamente hoy, un 20 de noviembre, la iglesia le nombró Papa. Hoy es la fiesta patronal del Papa Gelasio, del norte de África. Permitidme que en un principio recuerde, por tanto, unas palabras sobre su carta del año 494. Dieciocho años atrás, en el año 476, las tribus germánicas habían invadido la antigua capital. La migración de los pueblos había comenzado en el Imperio Romano de Occidente. De ese poderoso imperio solo permaneció una impotente Iglesia Romana.
En esta situación, el Papa Gelasio escribió al emperador de Oriente, en Bizancio, lo siguiente: “Existen Augusto emperador dos poderes con los cuales se gobierna soberanamente este mundo: la autoridad (autorictas) sagrada de los pontífices y el poder real (regalis potestas)". Esto lo sabemos, a la luz de un texto (Lucas 22,38), que se encuadra después de la Última cena: "Y entonces, ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y Él les dijo: Es suficiente". "Dos espadas", son "suficientes".  Estas dos espadas serían, según su concepción, el Emperador y el Papa en ese período de la historia. En otras palabras, con esta carta, presenta el Papa Gelasio I el poder espiritual y el poder secular. No debe haber más omnipotencia. El Papa y el emperador eran - para el beneficio de todas las personas! - dirigidos por Dios.
 Fue un cambio de paradigma. Pero eso no era suficiente. Entonces, Gelasio añadió que el Emperador de Constantinopla estaría subordinado a él, como sucesor de Pedro en Roma. Después de todo ¿No deben los gobernantes supremos recibir humildemente de la mano de los sacerdotes los sacramentos? ¿Cuánta humildad debe el Emperador al Papa, qué obligación tiene ante cada silla de un Obispo?
 La pretensión era indignante. Así que no es de extrañar que el emperador bizantino, en esa época, no le quedó otro remedio que encogerse de hombros.
La "doctrina de las dos espadas", como fue nombrada posteriormente esta carta, describe la relación entre Iglesia y estado durante unos 600 años. Sus efectos indirectos, sin embargo, duraron mucho tiempo más. La aparición gradual de las democracias occidentales es inconcebible sin este requisito. Porque aquí no sólo se colocaron las bases de la soberanía de la Iglesia, sino también las de cualquier oposición legítima.
En ese ámbito de conflicto ha crecido Europa de una manera dolorosa. La historia de la Iglesia Católica, como fuerza civilizadora, es impensable sin la huella de Gelasio I, cuando se opuso al ansia de poder del Emperador Anastasio I. La posterior separación de la Iglesia y el Estado y el sistema de “equilibrio de poder” tomó esa carta como punto de partida. El Papa, ante los gobernantes más poderosos, les niega el derecho de reinar también sobre las almas de sus súbditos. Fue un momento de gran agitación y de migración de los pueblos, como ya he dicho, donde la Iglesia Romana se convierte en la fuerza decisiva ordenadora de Occidente.
 Todo esto hoy, en un momento en que se están produciendo, una vez más, migraciones de los pueblos del este, que están llamando a las puertas de Europa, es tenido en cuenta por el Cardenal Sarah, muy consciente de los procesos históricos, en los que, como Gelasio, las migraciones también vienen de África, que actualmente representa la parte más vital y dinámica de la Iglesia universal. Por eso, también tiene presente el innovador “Sínodo de los africanos” de Cartago entre el siglo III y el V, como los posteriores Concilios hasta el Concilio Vaticano II. Ve como muchos estados con todo el poder y toda la fuerza, pretenden tener el poder espiritual, que durante mucho tiempo ha ostentado la Iglesia y que ha desarrollado en beneficio de toda la sociedad.
Porque si hoy los estados de occidente, siguiendo las directrices de grupos de presión que actúan a nivel global, quieren progresivamente anular el derecho natural, pretendiendo ellos mismos decidir sobre la naturaleza del hombre, como demuestran los programas altamente ideológicos del “Gender-Mainstreaming”, esto significa una caída hacia el imperio de la arbitrariedad, un nuevo rumbo hacia la tentación totalitaria que siempre ha acompañado nuestra historia como una sombra.
Cada generación conoce esta tentación, se produce en todas las épocas, en una nueva forma y lenguaje. Pero con seguridad e insistencia, el Cardenal Sarah promueve que la Iglesia no debe sucumbir al espíritu de la época, a pesar de que ese espíritu se disfrace de ciencia y otros camuflajes, como ya conocemos con el marxismo y el nazismo.
 No debe existir nunca más el poder omnipotente de ninguna institución. Ni el estado ni el espíritu de la época son omnipotentes y por supuesto la Iglesia tampoco. Al César lo que es del César. Sin condición. Pero a Dios lo que es de Dios. Esta es la distinción que el Cardenal Sarah hace abiertamente y sin miedo.
El Estado no puede convertirse en una religión, nos damos cuenta de esto cuando nos referimos al llamado Estado Islámico. El estado no debe imponer al pueblo el laicismo como una visión del mundo supuestamente neutral, puesto que no es más que una nueva pseudo-religión que se implanta de nuevo tras las ideologías totalitarias del siglo pasado y que intenta reemplazar como obsoleto e inútil al cristianismo (y cualquier otra religión).
Es por eso que este libro del cardenal Sarah es radical. No en el sentido en que solemos utilizar la palabra hoy en día, sino en el sentido del origen de la palabra. La "raíz" latina se llama "Wurzel" en alemán. En este sentido, el libro es radical. Porque es allí, a las raíces de nuestra fe, a donde nos lleva este libro de vuelta otra vez. Es la radicalidad del Evangelio la que inspiró este libro. El autor está "convencido de que una de las tareas más importantes de la Iglesia es llevar a Occidente a redescubrir el rostro radiante de Jesús".
De esta forma, el cardenal Sarah no tiene miedo a la hora de hablar de la encarnación de Dios y de la naturaleza radical de esta buena nueva, haciendo un análisis implacable de nuestro tiempo. Él abre nuestros ojos, y de forma convincente, demuestra que no nos encontramos simplemente ante nuevas formas de ateísmo, indiferencia hacia Dios o pensamientos y actuaciones equivocadas. Más bien, él ve en la profunda transformación moral de nuestra sociedad, una amenaza existencial no sólo para el cristianismo, sino para la misma civilización humana.
En esta precaria situación de anunciar el evangelio, avanzar movidos por la urgencia está fuera de lugar. Él se levanta de manera profética. Él sabe que el evangelio, que ha remodelado culturas, ahora está en peligro de ser transformado por las llamadas "realidades". Durante dos mil años, la Iglesia ha venido cultivando en el mundo con el poder del Evangelio. De otra forma, no funcionará. La revelación no debe ser adaptada a lo que es conveniente para el mundo. El mundo quiere devorar a Dios. Pero Dios quiere ganar al mundo y a nosotros mismos.
Sería un error leer este libro como una contribución a un debate específico o una respuesta a concretos puntos de vista. Con ello no se hace justicia a la profundidad de esta teología y a la fuerza de este conmovedor testimonio de fe. El Cardenal Sarah simplemente no aborda cuestiones individuales por separado, sino la totalidad de la fe; muestra cómo a partir de la totalidad entendida correctamente, el individuo puede también comprender, y cómo, por el contrario, con cualquier intento teológico de aislar parte de las cuestiones, el conjunto es dañado y debilitado.
Sin embargo, este libro no es ni un manifiesto ni una fuente de polémica. Es una guía de Dios, que ha mostrado en Jesucristo su rostro humano. Es un vademécum para el comienzo del Año Santo.
 El 20 de noviembre de 2016 - hoy, dentro de un año -  este Año Santo estará a punto de terminar. Hasta entonces, podemos ganar valiosas lecciones acerca de la naturaleza de la misericordia a través de este libro. "La misericordia y el rigor de la doctrina sólo puede existir juntos", escribió Reginald Garrigou-Lagrange ya en 1923. Y aún más: "La Iglesia es intolerante en los principios porque cree; pero es tolerante en la práctica porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios porque no creen; pero son intolerantes en la práctica porque no aman".
El Cardenal Sarah es un hombre que ama. Y es un hombre que aquí nos muestra la obra de arte a través de la cual Dios quiere transformarnos, si no nos oponemos a sus manos de artista. Su libro es un libro de Cristo. Es un compromiso. Su título, debemos presentarlo como un feliz anhelo: Dios o nada!

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